Cooperación Global

La globalización no está en retirada, se ha vuelto digital

Visitors look at a digital installation which is a part of "Dance! Art Exhibition, Learn & Play!" by Japanese group teamLab in Taipei, Taiwan January 16, 2017. REUTERS/Tyrone Siu - RTSVOOT

Image: REUTERS/Tyrone Siu

Laura D'Andrea Tyson
Distinguished Professor of the Graduate School, Haas School of Business, University of California, Berkeley
Susan Lund
Vice-President, Economics and Private Sector Development, International Finance Corporation

Países de todo el mundo están hoy reconsiderando las condiciones de participación en el comercio internacional. No está del todo mal; en realidad, los efectos disruptivos de la globalización sobre millones de trabajadores de las economías avanzadas fueron ignorados demasiado tiempo. Pero para definir nuevas políticas comerciales, se necesita una comprensión clara de la evolución actual de la globalización y no una visión retrospectiva anclada en los últimos 30 años.

La globalización le hizo al mundo mucho bien. Una investigación del McKinsey Global Institute muestra que los flujos globales de bienes, servicios, capital financiero, datos y personas acrecentaron el PIB mundial más de un 10% (unos 7,8 billones de dólares sólo en 2014) respecto de lo que hubiera sido de permanecer cerradas las economías.

La mayor parte de este valor adicional beneficia a los países más interconectados. Por ejemplo, a Estados Unidos (que está tercero entre los 195 países listados en el Índice de Conectividad del MGI) le ha ido bastante bien. También obtuvieron grandes beneficios las economías de mercado emergentes, usando la industrialización orientada a las exportaciones como trampolín para el crecimiento acelerado.

Pero a la par que la globalización redujo la desigualdad entre países, empeoró la desigualdad de ingresos dentro de ellos. Entre 1998 y 2008, los ingresos de la clase media en las economías avanzadas se estancaron, mientras crecían casi un 70% para las personas de la cima de la pirámide mundial de ingresos. Los estadounidenses más pudientes, que conforman la mitad del 1% más rico de la población mundial, se quedaron con una cuota importante de los beneficios de la globalización.

Es verdad que esto no se debe exclusivamente, ni en su mayor parte, a la globalización. El principal culpable es el cambio tecnológico que conduce a la automatización de tareas manuales y cognitivas rutinarias, mientras aumenta la demanda de trabajadores altamente capacitados (y sus salarios). Pero la competencia de las importaciones y el traslado de puestos de trabajo a las economías emergentes también hicieron su parte; y tal vez lo más importante, fueron objetos más visibles para el temor y el resentimiento de los votantes.

En las industrias y regiones más afectadas por la competencia de las importaciones, un descontento que llevaba años latente estalló y sumó apoyo a populistas que prometen deshacer la globalización. Pero para una reformulación de las políticas comerciales de las economías avanzadas, es fundamental comprender que la globalización ya viene atravesando una importante transformación estructural.

Después de la crisis financiera global, nuevas regulaciones pusieron en retirada a los bancos, y el flujo internacional de capitales se derrumbó. Entre 1990 y 2007, el comercio internacional creció al doble de velocidad que el PIB global; pero desde 2010 se invirtieron los papeles y el segundo crece más rápido.

Detrás de la desaceleración del comercio internacional hay fuerzas tanto cíclicas como seculares. Hace años que falta inversión; el crecimiento de China se frenó (una tendencia secular que difícilmente se revertirá); y es posible que la expansión de las cadenas de suministro globales haya llegado al límite de aumento de eficiencia. En síntesis, a partir de ahora la desaceleración del comercio internacional puede ser la norma.

Pero no quiere decir esto que la globalización esté en retirada; más bien, se está convirtiendo en un fenómeno de naturaleza más digital. Hace apenas 15 años, el flujo internacional de datos digitales era casi inexistente; hoy incide más sobre el crecimiento económico global que el flujo tradicional de bienes transables.

El volumen del flujo internacional de datos se multiplicó por 45 desde 2005, y se prevé que volverá a multiplicarse por nueve en los próximos cinco años. Hoy usuarios de todo el mundo pueden reproducir el último single de Beyoncé apenas se publica. Un fabricante en Carolina del Sur puede usar la plataforma de comercio electrónico Alibaba para comprar componentes a un proveedor chino. Una jovencita de Kenia puede aprender matemática en la Khan Academy. El ochenta por ciento de los estudiantes que siguen cursos virtuales en Coursera vive fuera de los Estados Unidos.

Esta nueva forma de globalización digital es más intensiva en conocimiento que en capital o mano de obra. Depende de conexiones de banda ancha en vez de corredores marítimos. Facilita y fortalece la competencia y modifica las reglas que definen la forma de hacer negocios.

Pensemos en las actividades exportadoras, que otrora parecían fuera del alcance de empresas pequeñas desprovistas de recursos para salir a la caza de oportunidades internacionales o navegar el mar de la burocracia transfronteriza. Ahora plataformas digitales como Alibaba y Amazon permiten incluso a pequeños emprendedores conectarse directamente con clientes y proveedores de todo el mundo y transformarse en “micromultinacionales”. Facebook estima que hoy su plataforma alberga 50 millones de pequeñas empresas (en 2013 eran 25 millones); en promedio, el 30% de los seguidores de estas empresas en Facebook son de otros países.

Pero aunque las tecnologías digitales abren las puertas de la economía global a individuos y empresas pequeñas, nada garantiza que estos las crucen en cantidades suficientes. Para eso se necesitan políticas que los ayuden a aprovechar las nuevas oportunidades del mercado global.

Estados Unidos se retiró del Acuerdo Transpacífico (ATP), pero muchas de las cuestiones a las que este apuntaba siguen demandando reglas globales. El proteccionismo y las exigencias de localización de datos están en alza, mientras crece la preocupación por la privacidad de los datos y la ciberseguridad. Sin el ATP, será imperioso hallar algún otro vehículo que permita establecer principios nuevos para el comercio digital en el siglo XXI, con un mayor énfasis en la protección de la propiedad intelectual, el flujo internacional de datos y el comercio de servicios.

Al mismo tiempo, las economías avanzadas deben ayudar a los trabajadores a obtener las habilidades necesarias para ocupar puestos de alta calidad en la economía digital. La educación continua no puede ser una mera consigna: debe hacerse realidad. Hay que poner oportunidades de reconversión laboral al alcance no sólo de aquellos que perdieron sus empleos por la competencia extranjera, sino también de quienes enfrentan la disrupción debida al avance incesante de la automatización. Se necesitan programas de capacitación que puedan impartir nuevas habilidades en cuestión de meses, no de años, y se los debe complementar con otros que sostengan los ingresos de los trabajadores mientras estos se recapacitan y los ayuden a reubicarse en trabajos más productivos.

La mayoría de las economías avanzadas, y entre ellas Estados Unidos, no han respondido adecuadamente a las necesidades de las comunidades y las personas que la globalización dejó atrás, necesidades que ahora es fundamental encarar. Una respuesta eficaz demandará políticas que ayuden a las personas a adaptarse al presente y aprovechar las oportunidades futuras de la próxima fase de la globalización digital.

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