¿Hacen falta plagas, revoluciones y guerras para frenar la desigualdad?
Image: REUTERS/Pilar Olivares
Walter Scheidel (Viena, 1966), historiador y profesor de Humanidades en la prestigiosa Universidad de Stanford, acaba de publicar un libro que está levantando ampollas en Estados Unidos. Según él, la desigualdad económica nos ha acompañado durante milenios enteros y los únicos que han sido capaces de frenarla e invertir su ascenso han sido las guerras, las revoluciones, las plagas y el colapso del Estado. Los malentendidos sobre sus tesis ya han empezado a aflorar y, por eso, lo hemos entrevistado. En contra de lo que sus críticos conservadores y liberales esperan, Scheidel no quiere decir que la desigualdad desate siempre catástrofes; para sorpresa de los progresistas que lo podrían admirar, este profesor tampoco alberga una gran esperanza en el Estado. Sospecha que las instituciones públicas han servido, con demasiada frecuencia, para proteger y alentar la concentración de riqueza de los poderosos.
¿Cuáles son las causas históricas del crecimiento de la desigualdad y por qué considera que su ascenso en las sociedades sedentarias sólo pueden invertirlo la guerra, la revolución, las plagas y el colapso del Estado?
La historia nos enseña que, en los períodos de estabilidad, la desigualdad tiende a ascender. Los medios han sido distintos a lo largo de la historia, pero el resultado ha sido el mismo.
En cuanto a las causas, la desigualdad económica surgió, por primera vez, cuando los humanos empezaron a cultivar la tierra y a pastorear animales al final de la Edad del Hielo. Produjeron más recursos que podían acumularse y pasar a la siguiente generación y, a lo largo del tiempo, la diferencia entre los ricos y los pobres aumentó como consecuencia. Cuanto más prósperas eran las sociedades, más se incrementaba la desigualdad.
La aparición del Estado y la emergencia de economías de mercado más sofisticadas también han contribuido a aumentarla. Gracias a la existencia del Estado, las élites han tenido la oportunidad de utilizar su poder político para apropiarse de más recursos y los ricos han podido recurrir a las instituciones para que protegieran sus fortunas. Las mayor sofisticación de las economías de mercado ha reforzado los derechos de propiedad y eso ha ayudado a los dueños del capital a acumular y conservar su riqueza.
Usted ha escrito en su libro que la desigualdad precede a la violencia y la devastación. ¿Significa eso que la desigualdad es la principal causa de la violencia y la devastación o que, simplemente, crea unas condiciones que las favorecen?
Los estudios muestran que determinados tipos de desigualdad económica han incrementado la probabilidad de guerra en países en desarrollo. De todos modos, no hay investigaciones sistemáticas que establezcan si la desigualdad provoca revoluciones o conflictos entre naciones o cuál es la relación entre los altos niveles de desigualdad y las revoluciones, las guerras y el colapso del Estado. Queda mucho trabajo por hacer en este terreno.
¿Pero qué le dicen sus investigaciones?
Que la historia no muestra un patrón definido. A finales del SXVIII, Francia experimentó elevadas tasas de desigualdad económica y social y es tentador decir que fueron la causa de la Revolución Francesa. Sin embargo, las sociedades en Inglaterra, España o Países Bajos eran tan desiguales como la francesa y las consecuencias no fueron las mismas. Las colonias británicas en Norteamérica se encontraban entre las sociedades más desiguales de la tierra y, a pesar de eso, algunas de ellas lanzaron una guerra por la independencia que llevó a la creación de los Estados Unidos. Más adelante, en la España moderna, la desigualdad de los ingresos había empezado a descender veinte años antes de que estallase la guerra civil en 1936. Por último, ni China ni Rusia eran especialmente desiguales cuando se produjeron sus revoluciones comunistas.
La democracia, la redistribución de la riqueza y la aparición del estado del bienestar han ayudado a muchos países europeos a mitigar, durante las últimas seis décadas, la desigualdad extrema y el malestar social que la suele acompañar. ¿Es la Europa moderna una excepción a su teoría? Parece claro que no hicieron falta ni revoluciones, ni plagas, ni guerras ni el colapso del Estado para frenar la desigualdad.
Los shocks violentos de las dos guerras mundiales definieron, en gran medida, la expansión del derecho de voto y de la actividad de los sindicatos, los altos impuestos sobre la renta y el patrimonio y, por último, la llegada del estado del bienestar y su capacidad de redistribuir la riqueza. En muchos países desarrollados, la presión de la guerra se convirtió en un poderoso catalizador que espoleó unas reformas políticas, fiscales y económicas que primero redujeron la desigualdad y después evitaron que aumentase de nuevo. En este sentido, ni Europa ni el Este Asiático (Japón, Corea del Sur, Taiwán) son una excepción a mi teoría.
Además, los datos sobre la desigualdad de renta muestran que las disparidades cayeron, sobre todo, durante las dos guerras mundiales. También cayeron durante la siguiente generación (desde 1950 hasta 1970), pero es porque las políticas que habían nacido al calor de las guerras continuaron implementándose y ayudando a decidir la redistribución de la riqueza.
Hay más posibles excepciones a su teoría. Por ejemplo, la combinación entre crecimiento ultrarrápido, movilidad social ascendente, intensa propaganda nacionalista y el desarrollo de un estado policial les han ayudado a los comunistas chinos a evitar estallidos masivos de violencia durante más de veinte años.
Aquí es importante distinguir dos fenómenos: desigualdad y pobreza. Desde los ochenta, la desigualdad de renta y patrimonio en China ha aumentado enormemente y es mayor que en el período anterior…. pero, al mismo tiempo, cientos de millones de chinos han salido de la pobreza. Esto tiene que considerarse un éxito mayúsculo que ha contribuido, seguramente, a contener el descontento provocado por el aumento de la desigualdad. La cuestión sigue siendo si podrán mantener la estabilidad social en el caso de que la economía se ralentice.
Tras la crisis mundial que estalló en 2008, han surgido partidos y líderes políticos populistas y extremistas que han conseguido ser muy influyentes en Occidente. ¿Debemos verlos como la respuesta natural a una mayor desigualdad y como el principio de un momento histórico más violento?
La creciente desigualdad o incluso la percepción de que la desigualdad crece parece que han conducido al ascenso de determinados movimientos políticos. Estos han aprovechado la extendida sensación de que algunos se han beneficiado desproporcionadamente de la globalización mientras muchos otros o se han quedado en la estacada o temen quedarse en la estacada en el futuro. La solidez y el poder del Estado actual pueden limitar el alcance de la oposición violenta pero, si se mantiene la estabilidad, la desigualdad económica, probablemente, o persistirá o se agravará más todavía.
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