Comercio e Inversión

Guerra comercial EU-China, un desastre de dimensiones incalculables

A man looks at the Pudong financial district of Shanghai November 20, 2013. With a shift in tone and language, China's central bank governor has dangled the prospect of speeding up currency reform and giving markets more room to set the yuan's exchange rate as he underlines broader plans for sweeping economic change. The central bank under Zhou Xiaochuan has consistently flagged its intention to liberalise financial markets and allow the yuan to trade more freely, even before the Communist Party's top brass unveiled late last week the boldest set of economic and social reforms in nearly three decades.   REUTERS/Carlos Barria (CHINA - Tags: BUSINESS CITYSCAPE TPX IMAGES OF THE DAY) - RTX15LH0

Image: REUTERS/Carlos Barria (CHINA - Tags: BUSINESS CITYSCAPE TPX IMAGES OF THE DAY) - RTX15LH0

Keyu Jin
Professor, School of Business and Management, Hong Kong University of Science and Technology

China exporta más a Estados Unidos de lo que EE.UU. exporta a China. Eso enfurece al presidente de EE.UU. Donald Trump – lo enfurece tanto que, en verdad, pudiese estar dispuesto a iniciar una guerra comercial por ello.

Trump ha lanzado amenazas proteccionistas contra China. Mientras trate de consolidar su presidencia, es poco probable que se retraiga de las mismas. Y, ya que el XIX Congreso Nacional del Partido Comunista de China se celebrará en Beijing el próximo mes de noviembre, es poco probable que los líderes chinos cedan a la presión de Estados Unidos.

Una guerra comercial indudablemente haría daño a ambos países. Pero hay razones para creer que Estados Unidos tiene más que perder. Cuando menos, los chinos parecen conocer con precisión qué armas tienen a su disposición.

China podría dejar de comprar aviones estadounidenses, también podría imponer un embargo a los productos de soya estadounidenses y podrían realizar un “dumping”, es decir deshacerse de manera abrupta, de los títulos-valores del Tesoro de EE.UU. y de otros activos financieros estadounidenses. Las empresas chinas podrían reducir su demanda de servicios empresariales estadounidenses, y el gobierno podría persuadir a las empresas para que no compren productos estadounidenses. La mayoría de las ventas anuales de las compañías Fortune 500 provienen de China hoy en día – y ellas ya se sienten cada vez menos bienvenidas.

Más allá de ser el segundo socio comercial más importante de Estados Unidos, China es el principal proveedor de empleos de Estados Unidos. Por lo tanto, una guerra comercial podría costar a los Estados Unidos millones de empleos. Si China pasaría de Boeing a Airbus, por ejemplo, Estados Unidos perdería unos 179.000 puestos de trabajo. La reducción de los servicios empresariales estadounidenses costaría otros 85.000 puestos de trabajo. Las regiones productoras de soya, por ejemplo, en Missouri y Mississippi, podrían perder cerca del 10% de los empleos locales si China suspendiera sus importaciones de este producto.

Además, si bien Estados Unidos exporta menos a China que viceversa, es China quien controla los componentes clave de las cadenas de suministro y las redes de producción mundiales. Considere el iPhone. Mientras que China proporciona sólo el 4% del valor agregado, suministra los componentes básicos a Apple a precios bajos. Apple no puede manufacturar un iPhone desde cero en EE.UU., por lo que tendría que buscar proveedores alternativos, aumentando sus costos de producción considerablemente. Esto daría a las empresas de teléfonos inteligentes chinos una oportunidad para apoderarse de una mayor cuota de mercado de los principales participantes en el mismo.

Hoy en día, el 80% del comercio mundial se compone de cadenas de suministro internacionales. La disminución de los costos comerciales ha permitido a las empresas dividir sus líneas de producción geográficamente, procesando bienes ​​y agregando valor a dichos bienes en varios países a lo largo de la cadena. Si China lanzara un puñado de arena en los engranajes de estas cadenas, podría interrumpir redes de producción enteras, causando serios daños a Estados Unidos (y, de hecho, a todos los países que participan en las mencionadas redes).

Una escalada de la guerra comercial, con cada lado levantando barreras de importación simétricas, alimentaría la presión inflacionaria en EE.UU., lo que podría conducir a la Reserva Federal a elevar las tasas de interés a niveles más altos y de forma más rápida de lo que lo haría bajo otras circunstancias. Eso, junto con las perspectivas de crecimiento disminuido, deprimiría los mercados de acciones, y la disminución del empleo y los ingresos de los hogares podría conducir a una pérdida considerable en el PIB, tanto en EE.UU. como en China.

Un escenario más probable, sin embargo, es uno en el que ambos países iniciarían disputas en sectores específicos, particularmente en las industrias manufactureras tradicionales, como la producción de hierro y acero. Mientras tanto, Trump seguirá acusando a China de manipular su tipo de cambio, ignorando la reciente presión a la baja sobre el renminbi (que indica que la moneda estaba realmente sobrevaluada); y, sin ni siquiera tener que llegar a mencionar el simple hecho de que muchos gobiernos intervienen con el propósito de administrar sus tipos de cambio.

Tanto Japón como Suiza han llevado a cabo una intervención monetaria directa en los últimos años, y es posible que el propio Estados Unidos se una a sus filas cuando el impacto de un dólar fuerte en la competitividad de las exportaciones de Estados Unidos se torne insostenible. En cualquier caso, China probablemente puede olvidarse de lograr el “estatus de economía de mercado” bajo las reglas de la Organización Mundial del Comercio hasta después de que Trump esté fuera de la Casa Blanca.

La confrontación comercial entre Estados Unidos y China también afectará los flujos de inversión bilaterales. Estados Unidos puede citar preocupaciones de seguridad nacional para bloquear las inversiones chinas. También puede detener las compras gubernamentales a empresas chinas como Huawei y obligar a las empresas chinas y las personas individuales ricas a que reduzcan sus inversiones que hasta ahora han reforzado los precios de los activos estadounidenses.

Un tratado de inversión bilateral de alta calidad entre Estados Unidos y China crearía igualdad de condiciones para las empresas estadounidenses, dándoles un mejor acceso al gran mercado de China. Pero esas conversaciones serán invariablemente rechazadas, mientras que las controversias sobre los derechos de propiedad intelectual y seguridad cibernética se revitalizarán.

Por ahora, los líderes de China parecen convencidos de que tienen pocas razones para someterse a la presión de Estados Unidos. Por un lado, Trump parece estar más preocupado por otras prioridades, como la derogación de la Ley del Cuidado de Salud a Bajo Precio de Estados Unidos, la reforma del sistema tributario y la inversión en infraestructura.

Incluso, si realmente se lleva a cabo una guerra comercial, los líderes de China asumen que probablemente la misma no se mantendría durante mucho tiempo, si se toma en cuenta los ingresos y las pérdidas de empleos que ambas partes sufrirían. En cualquier caso, los líderes chinos no tienen ninguna intención de enviar ninguna señal de debilidad a un líder que está tan decidido a probar los límites de otros.

Durante los últimos cinco años, China ha tratado de establecer un modelo de crecimiento que sea menos dependiente de las exportaciones y más dependiente del consumo interno. Pero a menudo China necesita una crisis o un shock externo para impulsar la reforma. Quizás, Trump sea ese shock. Si bien sus políticas serán malas para China en el corto plazo, también pueden proporcionar el ímpetu que China necesita para dejar de subvencionar las exportaciones y perpetuar distorsiones en su economía nacional. Si esto sucede, China puede salir de la época de Trump mejor parada que antes.

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