Nadé por mi vida, nadé en los Juegos Olímpicos y ahora deseo dignidad para todos los refugiados

Yusra Mardini

Mi nombre es Yusra. Sí, soy la mujer que nadó por su vida y después nadó en los Juegos Olímpicos. Pero asumo que ya conoce esa historia. Se trata de mi otro nombre, mi otra identidad. Como verá, mi nombre es refugiada. Al menos, así es como me llaman. A mí y a los 21 millones que se ven obligados a huir de la persecución, la guerra y la violencia.

Entonces, ¿quién es esta refugiada? Una vez fui como usted. Tenía un hogar, raíces, pertenecía a un lugar. Como usted, viví mi vida día a día, atrapada en mis propias ilusiones, pasiones y problemas. Después la guerra llegó y todo cambió. La guerra me otorgó un nuevo nombre, un nuevo rol, una nueva identidad: refugiada.

Sin retorno

De repente había que irse, dejar todo, huir por tu vida. Abandonar tu hogar, tu familia, tus amigos y escaparse. Fue cuando crucé la frontera cuando me di cuenta de lo que había perdido, más que mi hogar y mis pertenencias. Había perdido mi nacionalidad, mi identidad, mi nombre. Ahora era una refugiada.

Ninguno de nosotros se habría podido preparar para ese viaje. Las plegarias de desesperación en el mar, el largo camino, la humillación en el alambre de púas. Pero por más difícil que haya sido, sabíamos que no había retorno. Ya habíamos perdido todo, no teníamos otra opción más que seguir huyendo, en busca de un refugio, de paz.

Y después, de repente, nuestro viaje terminó. Estábamos a salvo. En algún lugar, en una carpa, en un campamento, en un refugio, la próxima etapa comenzaba: la larga espera. Solo podíamos llorar por lo que habíamos perdido. En ese momento sabíamos lo que significaba ser un refugiado.

De modo que aquí estamos, en una nueva vida, sin saber cuánto tiempo viviremos. En promedio, pasaremos veinte años en exilio, nunca perteneciendo verdaderamente a ningún país, solo esperando para que podamos regresar a nuestros hogares. Es media vida perdida, somos nada más que extraños en una tierra desconocida.

Luchamos por nuestras vidas. Nos esforzamos por estudiar, trabajar, aprender un nuevo idioma, integrarnos. Muy frecuentemente, las barreras se elevan, las probabilidades parecen estar en nuestra contra. Pero sabemos que debemos aprovechar lo mejor de este giro extraño e inesperado en nuestras vidas. Aprovechar lo mejor de ser un refugiado.

Esa es nuestra lucha. Pero no es solo nuestra pelea, es suya también. Muchos de ustedes saben que hay mucho más en riesgo. Por mi parte, en los meses venideros tomaré un nuevo rol. Tengo un mensaje importante que difundir. Los refugiados no se irán, llegarán más como nosotros. Si, la humanidad debe enfrentar este desafío, usted nos debe conocer como realmente somos.

En algún lugar, algunos de ustedes se olvidaron de nosotros. Cuando nuestras muertes en el mar se vuelven normales, nuestra miseria en las fronteras algo común. Desaparecimos de vista, nos escoltaron detrás de las puertas cerradas. En ocasiones, una imagen verdaderamente espantosa les obligó a enfrentar nuestro sufrimiento. Un niño muerto tendido boca abajo en la arena de una playa, el rostro desconcertado y sangriento de otro niño en una ambulancia. Aun así después de todo eso, la vida siguió. Muchos de ustedes nos volvieron a olvidar.

Dudas, fronteras y barreras

El silencio dio lugar a que otras voces se hicieran oír. Las voces de aquellos que nos temían y odiaban porque lucíamos, hablábamos y rezábamos diferente. Los más asustados eran los que gritaban más fuerte. Difundieron antiguas mentiras sobre nosotros. Decían que habíamos elegido estar allí, porque somos codiciosos, peligrosos, criminales, y que estamos aquí para amenazar su forma de vida.

El miedo comenzó a esparcirse y algunos de ustedes empezaron a dudar de nosotros. Al poco tiempo, fronteras y barreras, físicas y emocionales, aparecieron en todas partes. Ser un refugiado se convirtió en un insulto, un nombre para herir y humillar.

Pero no hay vergüenza en ser un refugiado si recordamos quiénes somos. Si recordamos que ser un refugiado no es una elección. Que nuestra única elección era morir en nuestro hogar o arriesgarse a la muerte intentando escapar. Era la elección entre una bomba y ahogarse en el mar.

Entonces, ¿quiénes somos? Aún somos los médicos, ingenieros, abogados, maestros y estudiantes que éramos en nuestras ciudades. Todavía somos madres y padres, hermanos y hermanas. Fue la violencia la que nos convirtió en huérfanos. Fue la guerra la que nos transformó en padres aterrorizados, sacrificando todo para salvar a nuestros hijos de la masacre. Fue la persecución la que nos impulsó a dejar nuestros hogares en busca de paz.

Eso es ser un refugiado. Eso es lo que soy. Eso es lo que somos todos, esa población creciente de personas sin un país. Este es mi llamado de atención para que todos luchemos juntos, bajo el nombre que compartimos: refugiado.

Soy Yusra Mardini. Una refugiada, orgullosa de defender la paz, la decencia y la dignidad de todos aquellos que huyen de la violencia. Acompáñeme. Apóyenos.

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