La socialdemocracia no se sale de la zona de confort
Image: REUTERS/Christian Hartmann
Hace unas semanas, en una reunión cuyo propósito no viene al caso, me encontré a mí mismo esgrimiendo muchos de los argumentos que Pau Marí-Klose defiende brillantemente en su réplica (que le agradezco) a mi artículo sobre socialdemocracia y redistribución: que las políticas de redistribución que habitualmente se asocian al programa socialdemócrata siguen siendo necesarias, que han conseguido avances en el pasado, y que aún hoy consiguen reducir de hecho una parte importante de la desigualdad y la pobreza que existiría sin ellas. A continuación, sin embargo, añadía que para un programa de justicia social igualitarista, dichas políticas son insuficientes, que no han estado a la altura de las aspiraciones de la propia socialdemocracia (no digamos ya de otras fuerzas a su izquierda), y que ésta ha sido, en muchas ocasiones, demasiado tímida, cuando no abiertamente reacia, a la hora de implementarlas y expandirlas con decisión en décadas recientes. Me da la impresión de que el debate que plantea Pau tiene que ver menos con el diagnóstico empírico y los objetivos políticos (en gran medida compartidos), que con el énfasis que cada uno prefiere darle a la primera o la segunda parte de esta historia.
De hecho, mi artículo se planteaba como un ejercicio de lo que un marxista occidental denominaría “crítica inmanente”: la contraposición de las aspiraciones normativas o ideológicas de un determinado discurso con la realidad de la práctica de quienes lo defienden. En este sentido, y aunque a Pau se lo parezca, mi objetivo no era “ensañarme” con nadie (desde luego, no más de lo que el propio Pau lo podría hacer con ciertos “socialdemócratas” patríos que a él y a mi nos pueden venir a la cabeza). Simplemente constato que los objetivos declarados de los socialdemócratas sinceros no se han alcanzado ni de lejos, que haciendo lo que han hecho durante las últimas décadas no parece que ello vaya a cambiar sustancialmente, y que sin embargo no se aprecia entre ellos una pulsión demasiado enérgica para adoptar acciones al respecto, sino más bien el cierre de filas en torno a los “logros históricos alcanzados”, los discursos identitatios sobre el orgullo de pertenecer a su tradición, y, en todo caso, la “apertura de debates” en think tanks y workshops con poca traducción efectiva en programas y políticas. En suma: entre “contener” la desigualdad y “reducirla sustancialmente” hay un trecho que los actuales socialdemócratas no parecen atreverse a recorrer con decisión; y las razones para ello, sugieren varios estudiosos, tienen que ver con el miedo a salir de su “zona de confort” electoral e institucional. Estoy seguro de que Pau tampoco está satisfecho con esa situación.
Nada de ello impide, por descontado, que podamos encontrar casos concretos de reducción de la desigualdad bajo gobiernos socialdemócratas en algún período y país (también, por cierto, bajo gobiernos no socialdemócratas, como el estudio de Huber y Stephens citado por Pau documenta). Tampoco que la imputación de los servicios públicos “en especie” por decilas de renta reduzca aún más el Gini tras impuestos y prestaciones (¡estaría bueno que no lo hiciera!). Pero parece claro que ello no afecta a mi argumento: primero, porque ya dejo claro que no cuestiono que las políticas de redistribución existentes reducen la pobreza y la desigualdad que existirían sin ellas; segundo, y principal, porque mi argumento tiene que ver con los avances recientes en la lucha contra la desigualdad, esto es, con su evolución, y aun imputando el gasto en especie, no disponemos de serie histórica al respecto y por tanto no podemos saber qué reducción de la desigualdad han operado esos gastos de forma no estática. Tengo serias dudas de que posibles datos al respecto me obligasen a variar mucho el argumento original (aunque por supuesto estoy dispuesto a hacerlo si así fuera). Tampoco creo que la apuesta por una “Tercera Vía” cuya práctica, una vez más, ha distado mucho de las aspiraciones de sus discursos (especialmente en ciertas políticas de supuesta “activación laboral” que en realidad han sido medidas punitivas contra pobres y desempleados), pueda mejorar las perspectivas en ese sentido.
Por último, Pau sugiere que, como imputar los servicios públicos reduce algo más la desigualdad de rentas, y hay asociación entre mayor gasto en servicios públicos y gobiernos socialdemócratas, entonces cabe esperar también asociación entre gobiernos socialdemócratas y mayor redistribución, “extendida” con dicha imputación. Sin embargo, la objeción obvia es que ello es imposible de constatar si no disponemos, como se dijo, de series históricas que recojan esa imputación. Mi intuición, una vez más, es que no variaría sustancialmente mi diagnóstico de que el resultado sigue lejos de las aspiraciones (al menos en el período post 1985, pues ya reconozco en el artículo que los logros seguramente fueron mayores en etapas anteriores).
En definitiva, si creemos que lo importante son las políticas y en qué medida consiguen combatir la injusticia social, más que las etiquetas y los discursos, entonces los datos no dan para muchas alegrías. Pau se enfoca hacia el pasado y hacia los logros que estática y contrafactualmente se consiguen con politicas redistributivas sólo ligeramente correlacionadas con que los socialdemócratas gobiernen; yo veo la distancia entre las aspiraciones declaradas y lo efectivamente avanzado hacia ellas, creo que ello no puede dejar nada satisfechos a los socialdemócratas, y sugiero que debería orientarles hacia actitudes y politicas muy distantes de las que actualmente encarnan y adoptan.
A mi modo de ver, hay dos posibles actitudes hacia la socialdemocracia: o bien regocijarse/resignarse con lo alcanzado alguna vez en algún lugar aunque sea de forma tímida y mantenerse en esa “zona de confort”, o bien constatar la enorme distancia que les separa de sus aspiraciones y aliarse con quienes proponen sistemática y planificadamente avances sustanciales hacia su satisfacción. Creo sinceramente que el segundo enfoque es totalmente prioritario en este momento, y más necesario si cabe en nuestro país dada la deriva adoptada por el partido “oficialmente” asociado a la socialdemocracia. Es más, estoy convencido de que Pau comparte esa prioridad. Por ese motivo, creo que su enorme talento y capacidad haría mucho mejor servicio a los objetivos socialdemócratas concentrándose en la segunda tarea más que en la primera. Pero aquí, como sabía Weber, ya entramos en cuestiones de gustos.
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Samir Saran
11 de noviembre de 2024