El fruto del crecimiento: Reformas económicas y menos desigualdad
Image: REUTERS/Ezra Acayan
El crecimiento es esencial para mejorar la calidad de vida de las personas en los países de bajo ingreso, y debería beneficiar a todos los sectores de la sociedad
Durante estos últimos días, en mi viaje por África, he sido testigo de una sorprendente vitalidad: nuevas empresas que invierten en el futuro, la construcción de nuevas infraestructuras y el crecimiento de la clase media. En la actualidad, muchos africanos se ganan mejor la vida y son menos quienes viven en la pobreza. Uganda, país donde me encuentro hoy, por ejemplo, ha reducido en más de la mitad la tasa de pobreza absoluta, pasando de casi el 90% en el año 1990 al 35% actual.
Sin embargo, existe otra cara de la moneda. La pobreza, por supuesto, pero también la desigualdad se mantienen obstinadamente altas en la mayoría de los países en desarrollo —África incluida—, y muy a menudo el éxito no es compartido por todos.
La colaboración con nuestros países miembros, así como nuestros estudios, nos han enseñado la importancia de compartir el fruto del crecimiento —lo que nosotros llamamos inclusión— para alcanzar un crecimiento económico sostenible. Todos los sectores de la sociedad deberían pensar que tienen la oportunidad de forjarse una vida mejor.
El nuevo análisis del personal técnico que se publica hoy revela los distintos canales a través de los cuales las indispensables reformas para el fomento del crecimiento (por ejemplo, en agricultura, el sector financiero y la inversión pública) en ocasiones pueden ampliar la desigualdad en los países de más bajo ingreso. Asimismo, el estudio demuestra que la aplicación de medidas adicionales puede mitigar la disyuntiva entre crecimiento e igualdad.
En resumidas cuentas: En primer lugar, las políticas favorables al crecimiento solo son verdaderamente inclusivas si en su diseño se tiene muy en cuenta quiénes saldrán ganando y perdiendo con ellas. En segundo lugar, las medidas orientadas a fines concretos pueden garantizar que las reformas económicas imprescindibles beneficien a todo el mundo —ayudando también a seguir abogando por ellas.
Elevar el crecimiento y reducir la desigualdad resulta especialmente complicado en países en los cuales los trabajadores no tienen facilidades para trasladarse y existen enormes diferencias en cuanto a productividad entre los servicios, la industria y la agricultura. La gran economía informal, las deficiencias en infraestructuras y la falta de servicios financieros dificultan todavía más esta labor. Con todo, este suele ser el caso de muchos de los países miembros más pobres del FMI.
En África subsahariana, por ejemplo, trasladarse de las zonas rurales a las urbanas cuesta más del doble que en China. Solo un tercio de los hogares de África subsahariana disponen de electricidad, mientras que en el resto del mundo la cifra alcanza el 85%. Asimismo, en los países de bajo ingreso, solo en torno al 20% de la población adulta tiene una cuenta bancaria, frente al 80% en el resto del mundo.
Estos obstáculos entorpecen la aplicación de reformas fructíferas y equitativas, como se observa en el caso del desarrollo de infraestructuras y las reformas del sector financiero.
Una inversión mayor y más eficiente en carreteras, aeropuertos, redes eléctricas y educación contribuye un crecimiento más productivo de la economía y facilita el traslado de la población de las granjas a las ciudades. No obstante, la inversión en infraestructuras también puede generar desigualdad si algunos sectores de la economía se vuelven más competitivos que otros, sobre todo cuando la movilidad de la mano de obra es limitada.
Algo similar ocurre en el caso de las reformas del sector financiero. El aspecto positivo de estas reformas es que podrían abaratar los préstamos, lo cual estimularía la inversión privada e impulsaría el crecimiento. Pero, a menos que las reformas financieras tengan calado suficiente, es posible que no puedan ayudar a los segmentos más pobres de la población a obtener acceso al crédito y los servicios financieros.
Así pues, ¿qué se puede hacer? La respuesta no es que las autoridades económicas pospongan las reformas que estimulan la productividad y el crecimiento, sino que planteen fórmulas para que dichas reformas resulten atractivas tanto desde el punto de vista del crecimiento como desde el punto de vista del reparto.
Teniendo esto presente, el documento de nuestro personal técnico aborda los casos de varios países y analiza de qué modo las medidas orientadas a fines concretos pueden complementar las reformas y compensar los efectos negativos del reparto.
Por ejemplo, si Malawi se plantease reducir las subvenciones a la producción de maíz con vistas a mejorar la productividad del sector agrícola, el uso de transferencias monetarias selectivas a hogares afectados permitiría prestar ayudas inmediatas a los agricultores perjudicados quizá por el cambio. Este método ha sido utilizado con éxito para reducir la pobreza y la desigualdad en países como Etiopía, que cuenta con uno de los programas de transferencias sociales más importantes de África.
Asimismo, con respecto a la reforma del sector financiero, si Etiopía incrementase el crédito al sector privado para promover las manufacturas e impulsar el crecimiento y el empleo, ampliar de forma complementaria el acceso financiero de la población rural y aumentar la movilidad de la mano de obra —facilitando el transporte entre zonas rurales y urbanas, ofreciendo viviendas urbanas a precios asequibles y capacitación— contribuiría a reducir la desigualdad entre sectores. De este modo, los trabajadores rurales podrían encontrar trabajos mejor pagados en sectores más modernos y competitivos, como los de las manufacturas y los servicios.
Además, los gobiernos pueden orientar la inversión a la mejora de la productividad en los sectores desfavorecidos, y compensar los efectos de otras reformas. En Myanmar, por ejemplo, donde la mitad de la población activa trabaja en granjas, las inversiones en electrificación, regadío e investigación y desarrollo para la mejora de las variedades de semillas contribuirían a mejorar considerablemente la productividad agrícola.
No hay duda de que los gobiernos tendrán dificultades para formar consenso en torno a ambiciosas políticas de crecimiento. El FMI seguirá trabajando con ellos, abogando por reformas que den frutos que todo el mundo pueda disfrutar.
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