El mundo actúa contra las enfermedades no transmisibles
Image: REUTERS/Katy Migiro
El énfasis tradicional de las organizaciones e iniciativas dedicadas a la salud mundial (y en particular, la Organización Mundial de la Salud) ha estado puesto en las enfermedades infecciosas, como la malaria (su gran fracaso) y la viruela (su mayor éxito). Pero siempre hubo un minúsculo espacio para las enfermedades no transmisibles (ENT) crónicas en países de ingresos bajos y medios (PIBM). Conforme esos países avanzan en su nivel de desarrollo, se torna más imperioso agrandar ese espacio.
La OMS comenzó a prestar atención a las ENT en los años setenta, cuando lanzó sus primeros programas para la reducción de las enfermedades cardiovasculares. En 1977, la organización ya tenía una división exclusiva para las ENT. En 1985, la Asamblea Mundial de la Salud aprobó la resolución WHA 38.30, que pide a los países integrantes elaborar nuevas estrategias para la solución de sus problemas relacionados con ENT.
Se iniciaron entonces dos programas: uno para Europa occidental y el otro, llamado Inter-Health, orientado a una serie de países que van de Chile y Tanzania a Finlandia y los Estados Unidos. Inter-Health adoptó el objetivo de coordinar un conjunto de proyectos experimentales locales, a fin de desarrollar un modelo de programa flexible que pudiera aplicarse a países en diversos estadios de desarrollo.
Fue un paso en la dirección correcta, pero por muchos años casi el único que dio la OMS en relación con las ENT en los PIBM. Luego, en 1993, el Informe Mundial de Desarrollo, y el subsiguiente Estudio sobre la Carga Global de Enfermedades, cuantificaron la extensión del problema de las ENT en los países de bajos ingresos. La evidencia cosechada supuso un enorme respaldo para el activismo en temas de ENT.
La OMS respondió a esa evidencia (y a las críticas que provocó) con grandes reformas. Bajo el liderazgo (1997-2002) de Gro Harlem Bruntland, amplió sus programas e iniciativas dirigidas a las ENT. A la cabeza de una coalición de trabajo cada vez más numerosa (en la que la revista The Lancet tuvo un papel central), la OMS asumió el liderazgo de la lucha contra las ENT. El clímax de esta actividad fue la reunión especial que Naciones Unidas dedicó a las ENT en 2011.
Pero los resultados de estos esfuerzos han sido variados. Aunque la publicación de trabajos sobre el problema de las ENT aumentó enormemente, la provisión de fondos para combatirlas apenas siguió a la financiación mundial para temas de salud, y se mantiene entre 1% y 3% (según quién lo calcule) de la ayuda total al desarrollo para cuestiones sanitarias. Por consiguiente, la mayoría de los gobiernos de países de bajos ingresos parecen ir rezagados en materia de ENT, y las evaluaciones recientes del programa mundial de la OMS para las ENT han dado resultados decepcionantes.
Pero últimamente las ENT en los PIBM han concitado más atención. El Informe 2013 sobre Carga Mundial de Enfermedades señaló que las ENT son el principal problema sanitario en todo el mundo excepto África subsahariana. Luego, un informe del Consejo de Relaciones Exteriores indicó que en los países de bajos ingresos, la mortalidad derivada de las ENT entre personas de menos de 60 años es más de tres veces superior respecto de los países de altos ingresos.
Estos informes llevaron a primer plano la amenaza que plantean las ENT en los PIBM; y hechos posteriores contribuyeron a aumentar la atención. En primer lugar, cada vez más países alcanzan el nivel de ingresos medios, lo que trae consigo cambios en los estilos de vida que afectan la composición de la carga de enfermedades y generan una fuerte base de apoyo a la provisión de mejores servicios sanitarios. Además, los expertos en salud pública y los epidemiólogos en los países desarrollados tienen mucho interés en esas enfermedades, y son ellos quienes lideran la producción, interpretación y aplicación en forma de políticas de los datos epidemiológicos en todo el mundo.
Pero a pesar del amplio consenso sobre la necesidad de prestar más atención a la lucha contra las ENT y dedicarle más recursos, las coincidencias se terminan cuando se trata de cómo hacerlo. Algunos defienden la modificación de conductas individuales; otros promueven intervenciones políticas y regulatorias, la reducción de la pobreza y la promoción de la equidad social; y otros piden colaboración con el sector privado, incluidas las grandes empresas farmacéuticas.
Por el momento, hay lugar para todos en esta batalla, porque todos concuerdan en un punto crucial: lo que realmente se necesita es financiación adecuada. Caer en la tentación de echar la culpa de las falencias actuales a la OMS (con sus marañas burocráticas y su inevitable politización) sería un error. El presupuesto de la OMS es pequeño, y su objetivo primario siguen siendo las enfermedades infecciosas. Por eso le resulta difícil invertir adecuadamente no sólo en las ENT, sino también en otras áreas, como salud mental, accidentes y lesiones, y dolor crónico.
Donantes con mucho más dinero que la OMS (agencias de los gobiernos europeos y estadounidense, organizaciones de beneficencia privadas y ONG) han adoptado la misma estrategia de invertir mayoritariamente en el control de las enfermedades transmisibles; los PIBM hicieron lo mismo.
La realidad es que las enfermedades infecciosas (inmediatas, potencialmente mortales y capaces de difundirse rápidamente gracias a los medios de transporte modernos) son objetivos atractivos. Las ENT (dolencias crónicas de evolución lenta que afectan sobre todo a adultos mayores y no admiten soluciones tecnológicas fáciles) no lo son. Tampoco ayuda el hecho de que un programa eficaz contra las ENT puede suponer largas confrontaciones con poderosos intereses multinacionales (como la industria alimentaria).
Sin embargo, es posible que la situación esté cambiando. El activismo en ENT sigue cobrando impulso. En el este de África se ha creado una nueva alianza amplia de organizaciones de la sociedad civil para encarar el desafío de las ENT en esa región; y no es el único caso. Conforme las ENT conciten más atención, es muy probable que comiencen a fluir más recursos, aunque sea lentamente.
Pero entonces surgirán intensos desacuerdos sobre cómo emplear esos recursos. Aunque será fundamental la prevención, después de sesenta años de lucha contra las ENT en los países avanzados está claro que el modelo de tratamiento agudo tiende a atraer más apoyo. En todo caso, esperemos que décadas de experiencia en la lucha contra las ENT hayan dejado alguna enseñanza, y que esta pueda aplicarse al contexto, más difícil y escaso de recursos, de los países en desarrollo.
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