Tus manos piensan más de lo que crees
Image: REUTERS/Yannis Behrakis
Chillida contó en varias ocasiones que cuando llegó a la Escuela de Bellas Artes de Madrid, descubrió que él podía dibujar tres veces más rápido que el resto de sus compañeros. Al cabo de un par de semanas se dijo a sí mismo, mientras contemplaba el excelente resultado de su trabajo, que algo que le resultaba tan fácil de hacer no podía considerarse verdadero arte.
Entonces tomó la decisión de comenzar a dibujar con su mano izquierda. Al ser más lento con dicha mano, su cerebro podía ir por delante y pensar lo que iba a hacer antes de dibujarlo. Más tarde, cuando ya consiguió que la mente dominara ambas manos, volvió a dibujar con la diestra, pero ya mucho más despacio. Tanto, que en muchos dibujos suyos las líneas se transforman en puntos, fruto de su extraordinaria parsimonia.
Según este escultor, hoy mundialmente conocido, él pudo alcanzar la cima del arte porque no le permitió a su mano derecha que tomara la iniciativa a la hora de crear. Pero ¿era posible que su mano se adelantara a su cerebro o la historia fue tan solo una boutade para llamar la atención?
No es el único artista que ha hablado de ello. En otro campo muy diferente, Robertson Davies escribió en su novela What’s Bred in the Bone que «es tan seguro que la mano habla al cerebro como que el cerebro habla a la mano».
Pero aparte de la intuición artística, existen, en el área de la ciencia, investigadores que se están tomando el tema muy en serio. Tal vez el más conocido ahora, tras la publicación de su libro La mano, es Frank R. Wilson. Este neurólogo y director médico del Peter F. Ostwald Health Program for Performing Artists de la Universidad de San Francisco se ha dedicado a estudiar con tanto entusiasmo la cooperación entre la mano y el cerebro en la creación musical que incluso ha aprendido a tocar el piano para comprender mejor los mecanismos interactivos.
Wilson está convencido, y así lo expresa en su libro, de que todo nuestro desarrollo mental está basado en el papel que la mano ha jugado en el mismo y no en el exclusivo poder del cerebro. Cuando habla de dicho papel en la evolución de nuestra especie, llega a escribir: «Ahora estoy absolutamente convencido de que estas raíces son más que profundas y más que antiguas. Vienen de muy abajo y muy atrás en el tiempo, desde mucho antes del alba de la historia humana, desde los orígenes mismos de la vida primate en este planeta».
Existen muchas otras perspectivas que abordan el papel de la mano en la inteligencia humana de igual manera. Desde la del arquitecto Juhani Pallasmaa, que en su libro La mano que piensa plantea que esta tiene intencionalidad y habilidades propias, hasta la visión más religiosa de Charles Bell, que conecta directamente con el fresco de La creación de Adán de Miguel Ángel, en la que Dios le otorga su superioridad al hombre frente a las demás especies a través de la mano.
Lo cierto es que el debate sigue abierto porque nadie ha podido demostrar que la mano forme parte, como dicen los antimentalistas, de una inteligencia supracerebral que se ramifica por todo el cuerpo. Pero mientras se sigue discutiendo el tema, resulta interesante pensar que tanto nuestra comprensión del mundo y de las cosas como nuestra capacidad para hacérselas llegar a los demás a través del arte cuentan con algo más que con un solo órgano encerrado a oscuras en la cavidad ósea de nuestra cabeza. Aunque por culpa de ello, en un principio, a Chillida se le fuera la mano con sus pinceles.
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