Cuatro cambios revolucionarios para salvaguardar el patrimonio mundial
Image: REUTERS/Heinz-Peter Bader - RTX2QU38
Bienvenidos al Antropoceno, una era basada en siglos de crecimiento económico. En los 50 años anteriores a esta nueva era, la huella económica humana creció más rápido en términos de PBI que en cualquier otro momento de la historia. Para el año 2100, podría crecer en proporciones gigantescas, posiblemente mil veces el tamaño que tenía en 1900.
Este rápido crecimiento ha sido un signo de los mercados de trabajo, lo que dio lugar a una mayor prosperidad y a la caída de los precios reales de los productos, a pesar de un aumento de casi 25 veces en la demanda. Los niveles de pobreza se redujeron, la demanda de los mercados emergentes se disparó y es probable que la clase media mundial se duplique, o incluso triplique, para el año 2030.
Estos avances económicos se han construido sobre una característica clave de la vieja era geológica, el Holoceno: la estabilidad. Durante 10 000 años, los patrones de temperatura, las precipitaciones y la estacionalidad permanecieron esencialmente sin cambios, con variaciones de la temperatura global de menos de un grado. Este patrón de "la era dorada" —ni demasiado calor ni demasiado frío— impulsó el crecimiento de la sociedad. Sin embargo, dimos por sentado la estabilidad de nuestros sistemas ambientales a nivel mundial, al igual que lo hicimos con los bienes ambientales comunes que los sostienen.
El crecimiento económico ha alcanzado niveles que colocan a los bienes comunes bajo una inmensa presión de este tipo de amenazas, como el cambio climático, la contaminación, la extinción, la pérdida de hábitat, la sobrexplotación y la sobrextracción. A diferencia del funcionamiento de los mercados económicos, no existen señales claras de mercado ni reglas o regulaciones para administrar los bienes ambientales comunes. Y los enfoques tradicionales vigentes para protegerlos han resultado inadecuados.
El impacto gigantesco que resulta de las actividades económicas e industriales acumulativas de origen humano perjudica gravemente los bienes comunes. Entonces, ¿qué se puede hacer cuando, claramente, hacer más de lo mismo no es suficiente?
Se necesitan cuatro cambios revolucionarios en la vida social y económica para controlar los gigantescos impactos económicos y salvaguardar los bienes comunes globales.
En primer lugar, como la población mundial se desplaza con rapidez de rural a urbana, es fundamental la transformación de las ciudades del mundo de congestionadas, desorganizadas y en expansión a compactas, conectadas y coordinadas. La magnitud del desplazamiento puede ser asombrosa: en 1900, solo el 3 % de la población vivía en ciudades; actualmente, el 55 % lo hace. Se espera que la población urbana crezca a razón de 700 millones por década hasta el 2060, al tiempo que se espera que tres mil millones de personas se unan a la clase media global, casi todos ellos en las zonas urbanas.
La congestión y la expansión descontrolada son costosas. Solo en los Estados Unidos, la expansión urbana descontrolada tiene un costo estimado de un billón de dólares anuales. En muchas economías emergentes, la expansión de las ciudades empuja a la infraestructura a un punto de quiebre, al permitir viajes más largos y el uso de los recursos escasos para construir carreteras, lo que empeora la calidad de vida y el medioambiente.
El diseño de ciudades para las personas en lugar de automóviles puede reducir las presiones ambientales y hacer negocios de manera más productiva, lo cual ahorraría tres billones de dólares en inversiones de infraestructura urbana en todo el mundo en los próximos 15 años.
En segundo lugar, es necesario que reflexionemos sobre la alimentación y la agricultura. La producción de alimentos ya ocupa el 37 % de la superficie terrestre del planeta (excluida la Antártida) y representa el 70 % de las extracciones de agua dulce a nivel mundial y el 24 % de las emisiones de gases de efecto invernadero del mundo. A pesar del crecimiento de la población y el apetito, la agricultura está agotando las tierras cultivables, ya que cada año se abandonan 10 millones de hectáreas de tierra debido a la degradación del suelo.
Para el año 2050, necesitaremos entre un 60 y un 70 % más de calorías de alimentos para un estimado de 9,7 mil millones de personas, muchas de ellas con los gustos de la clase media de productos que consumen muchos recursos como la carne y los productos lácteos. Debemos hacer que las tierras de cultivo, la ganadería y la acuicultura sean más productivas, y a la vez reducir al mínimo de las pérdidas y el desperdicio de alimentos, y cambiar las dietas a alimentos de recursos menos costosos.
En tercer lugar, la descarbonización de los sistemas de energía nos puede ayudar a desvincular las emisiones de gases de efecto invernadero a nivel mundial y el crecimiento económico. El consumo mundial de energía ha aumentado aproximadamente 13 veces desde 1900. Para generar acceso a la energía para todos, es probable que el uso de energía deba aumentar otro 50 % para el 2040. Bajo las pautas actuales, esto generará un aumento del 34 % en las emisiones de dióxido de carbono relacionadas con la energía, cuando en realidad deben disminuir en una cantidad al menos equivalente.
La buena noticia es que el 70 % de la infraestructura de energía necesaria para satisfacer esta creciente demanda aun no se ha construido, lo que proporciona una gran oportunidad para la inversión en eficiencia energética y fuentes de energía limpia.
En cuarto lugar, es necesaria una transición de enfoques lineales de producción, diseño, uso y eliminación de los materiales a modelos económicos circulares que nos puedan hacer más productivos y eficientes en cuanto a los recursos en toda la economía.
Debemos reducir al mínimo el desperdicio, al mantener los recursos y los productos —junto con su valor— circulando en la economía el mayor tiempo posible. Esto significa descubrir la forma de asegurar nuestros procesos de producción, consumo y gestión de residuos, mejorar los diseños y hacer uso de la eliminación de desechos de un sistema como insumos para otros.
Las revoluciones no son fáciles, pero son posibles. Sin embargo, los cambios que necesitamos en las políticas, los comportamientos y los negocios para "inclinar" nuestros sistemas económicos y sociales en todo el mundo no están sucediendo a la velocidad y la escala requeridas.
Debemos identificar las posibles vías de influencia que puedan acelerar los cambios revolucionarios y aprender de los ejemplos de puntos de inflexión positivos. También es necesario que desarrollemos estrategias para unirlas con la fuerza destructora de las tecnologías de la información y la cooperación de todos los interesados, que ya están impulsando movimientos profundos de gran alcance en nuestros modelos más amplios de gobierno, empresa y sociedad.
Un grupo diverso de pioneros de empresas, organizaciones internacionales, grupos de reflexión y de la sociedad civil se reunieron en Washington DC este mes para hacer precisamente eso. El diálogo sobre los bienes comunes, dirigido por el Fondo Mundial para el Medio Ambiente y la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, con el apoyo pleno y activo del Instituto de Recursos Mundial, resultó ser un excitante primer paso hacia un acuerdo de este tipo de estrategias.
La tarea pendiente es inmensa. Sin embargo, los puntos de inflexión existentes —como la mejora radical de las políticas económicas en 100 países entre 1985 y 2000 o la propagación de las bicicletas públicas de cero a 850 ciudades en menos de 10 años— junto con los avances tecnológicos y las prácticas emergentes ofrecen una esperanza sin precedentes para el desarrollo económico y la acción ambiental que necesitamos.
Las opiniones expresadas en este artículo son las del autor y no del Foro Económico Mundial.
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