Los desafíos del nuevo Secretario General de la ONU
Image: REUTERS/Mike Segar
Le elección del Secretario General de Naciones Unidas (SGNU) casi siempre ha estado rodeada de cierto misterio, un proceso que se asemeja a los Conclaves papales, con la única ausencia de fumata blanca al final de la partida. El actual SG, junto con los países miembros, había decidido alejarse de esta imagen e introducir un poco de transparencia en el procedimiento. Se postularon más de una docena de candidatos y en la última votación quedaron diez. Al principio, se les dio la oportunidad de hacer una presentación pública ante los miembros de la Asamblea General, seguida por sesiones de preguntas y respuestas. Aun así, el foco de la prensa internacional se concentraba en las negociaciones en los pasillos, con un sinfín de artículos sobre los candidatos, los resultados y el posible ganador.
Para empezar nos preguntamos: ¿qué cualidades se necesitan para ejercer el trabajo de diplomático número uno del mundo (el de Secretario General de Naciones Unidas)? Por supuesto, una larga trayectoria en los meandros de la política internacional con una muy recomendable experiencia en el sistema de la ONU. Tiene que ser carismático, pero no demasiado, para poder adaptarse a los grandes egos de los líderes mundiales. Frío, imparcial y equilibrado en sus decisiones, pero con empatía, teniendo en cuenta los grandes desafíos humanitarios de la actualidad. Ser también un buen administrador para ‘limpiar’ la pesada maquinaria de la organización universal más grande de la historia de la humanidad. Y por último, tiene que ser aprobado por consenso entre los miembros del Consejo de Seguridad (CS), con el gran reto de sumar los apoyos de todos los P5: los cinco miembros permanentes – Estados Unidos, Rusia, China, Gran Bretaña y Francia.
A las exigencias del puesto se le añaden dos elementos más: la representación geográfica y la cuestión de género. Según una regla no escrita entre los distintos grupos geográficos, ahora le toca a Europa tener un Secretario General, y según ha insistido Rusia debería ser de Europa Oriental ya que la Occidental tuvo tres personas en este cargo: Trygve Lie (Noruega), Dag Hammarskjöld (Suecia) y Kurt Waldheim (Austria).
Otro tema es la cuestión de género. En el marco de Naciones Unidas existe el Grupo de Amigos en favor de una mujer como SGNU y España, miembro no permanente del CS, es uno de los Estados más activos. Es notable que por primera vez en la historia de la ONU, se han presentado tantas mujeres para dirigir la organización. No obstante, a lo largo del proceso, el posicionamiento femenino en las votaciones secretas ha estado por debajo de las expectativas. Según la bien articulada declaración de la neozelandesa Helen Clark, quizás el hecho de ser mujer no ha sido muy relevante, frente a otros argumentos de peso que motivan las decisiones del Consejo. Por esto, a los sectores afines a una candidatura femenina, la elección de un varón les resulta agridulce: Guterres es, sin duda, un gran profesional, pero la cuestión de paridad en NN UU queda aplazada para el futuro.
Mirando a lo largo del último año, el camino hacia el puesto de Secretario General se parecía a una carrera de fondo – un corredor marcaba el ritmo, luego venía el grupo con posibilidades de ataque y detrás estaban los que perdían poco a poco sus opciones-. Hasta el 5 de octubre parecía que todavía no había nada decidido y todo se iba a jugar en la recta final, cuando los cinco permanentes votaron con un color distinto, el rojo. Desde las primeras rondas, el favorito era António Guterres, el que fuera primer ministro portugués y Alto Comisionario de ACNUR. Su apoyo durante el proceso variaba entre 11 y 12 votos y terminó en la sexta votación con 13 positivos, dos abstenciones y ninguno en contra.
Mientras tanto, sus principales oponentes afrontaban la resistencia de varios miembros del Consejo: El ex ministro de Asuntos Exteriores de Serbia, Vuk Jeremić estaba percibido como demasiado “hiperactivo”, todo lo contrario al antiguo presidente de Eslovenia, Danilo Türk, cuyos problemas de salud no son un secreto para nadie. La directora de PNUD, la neozelandesa Helen Clark y la ministra de Asuntos Exteriores argentina y antigua jefa del Gabinete de Ban Ki-moon, Susana Malcorra, son dos mujeres con gran experiencia y demostrada eficacia en NN UU, pero no son europeas. En cuanto, al ministro de Asuntos Exteriores eslovaco, Miroslav Lajčák, casi desconocido para el gran público, él subió en las votaciones principalmente gracias al trabajo eficaz de su Gobierno y en particular de su primer ministro, Robert Fico.
Un caso aparte era la actual directora general de la UNESCO, la búlgara Irina Bokova, que al principio daba la imagen de una candidatura sólida: mujer, al frente de un organismo de la ONU y una clara defensora de los derechos humanos. Desgraciadamente, el Gobierno búlgaro no ha sabido jugar bien sus cartas y mantuvo a lo largo de la campaña otra candidata paralela: la comisaria europea, Kristalina Georgieva. Amiga del primer ministro Boiko Borísov y protegida de la canciller alemana, Ángela Merkel, esta antigua directora del Banco Mundial, entró en la carrera en el último momento, cuando tanta maniobra había destruido no sólo las opciones de Bokova para ganar, sino también las suyas.
El precipitado final de la carrera para ocupar el puesto de Secretario General de Naciones Unidas con la casi unánime elección de António Guterres, indica que durante las dos últimas semanas se había producido una intensa actividad, tanto bilateral, como en los pasillos de la sede en Nueva York. Probablemente, se habrá negociado algún que otro paquete político-comercial, que debería incluir el conflicto sirio, las sanciones contra Rusia o los corredores energéticos. El tan comentado veto ruso se ha levantado justo en el mes durante el cual este país lidera el Consejo de Seguridad. Muchos consideran que los cinco permanentes querían dar una señal de unidad frente la dramática situación humanitaria mundial. Quizás también decidieron no condicionar la elección del Secretario General a los resultados de las elecciones americanas, el 8 de noviembre. Evitar demasiada incertidumbre en esta época decisiva y elegir el que, objetivamente, es el mejor candidato para el puesto ha sido una de las pocas cosas sensatas que han hecho las grandes potencias últimamente. Ha quedado demostrado que la transparencia ha sido percibida de manera positiva por la sociedad y ha reforzado el apoyo público a NN UU.
En este marco tan complicado, el nuevo Secretario General de las Naciones Unidas se enfrenta a varios retos difíciles durante una época decisiva.
La más inminente tarea para António Guterres y dónde él sabrá mejor emplear su experiencia es lacrisis migratoria, que de uno u otro modo, está presente en todos los continentes. Los datos hablan de unos 60 millones de desplazados alrededor del planeta, empujados a cambiar sus países o regiones por tres principales razones: conflictos bélicos (como los de Siria o de los Grandes Lagos), desigualdad económica (de los países con pobreza extrema a los que tieneun modelo social más equitativo como EE UU y Europa) y… la creciente amenaza de las consecuencias del cambio climático.
El nuevo Secretario General afronta ambos elementos de la crisis migratoria, gestionar una acción inmediata humanitaria y combatir las raíces del problema.
En su antiguo puesto, Guterres demostró su capacidad de reaccionar en la primera fase, la humanitaria, pero se necesitará un gran labor y muchísima buena voluntad por parte de los países miembros, para conseguir lo segundo, que en efecto sería el cumplimiento de tres de los objetivos principales para Naciones Unidas en los próximos cinco años:
Parar los sangrantes conflictos armados en Oriente Medio y en el Norte y el Centro de África, donde los intereses cruzados de algunos de los cinco permanentes han causado millones de víctimas y han producido la permanente crisis de refugiados originarios de dichas regiones.
Impulsar la ejecución de la Agenda 2030 para el desarrollo sostenible, luchar a favor de la erradicación de la pobreza extrema mundial y así combatir el origen de los grandes flujos de migración económica.
Animar a los Estados miembros a mantener sus compromisos, según el Acuerdo de París sobre el cambio climático, firmado el pasado mes de diciembre de 2015, que entrará en vigor a partir del 4 de noviembre del presente año y, simultáneamente, concienciar a la opinión pública de la inminencia de los peligros en este área.
El gran desafío para António Guterres, en efecto, será terminar con el actual enfrentamiento entre algunos de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad. El momento es muy delicado, porque es obvio que el mapa geopolítico de las grandes potencias y sus zonas de influencia está cambiando. De allí sus conflictos, en todas las dimensiones: armados (con países en guerra), económicos (sanciones y batallas entre las grandes multinacionales) y tecnológicas a través de ciberataques e infiltración en las redes sociales (la guerra híbrida). ¿Hasta dónde se puede ir, cuando en la mesa están cuestiones como el uso responsable de las nuevas tecnologías y, la cada vez más presente, temática de la bioética y el futuro de la humanidad? ¿Estará el nuevo Secretario General en posición de convencer a los principales jugadores, en la partida de ajedrez mundial, sobre la necesidad de una solución pacífica para las diferencias existentes y del uso sostenible de los recursos del planeta? Guterres es sin duda un hombre carismático, buen negociador y templado político. Tampoco le falta energía, convicciones y motivación. Aun así, es difícil prever si será capaz de imponerse, o influir por lo menos, en los grandes intereses de países aún más grandes, dirigidos por personas cuyo ego, a veces, sobrepasa el tamaño de sus “imperios”. Aparte de Rusia y China, el nuevo presidente, o presidenta, de Estados Unidos también jugará un papel fundamental en el cumplimiento de los objetivos de NN UU. Hay que esperar a su discurso de investidura, a principios de enero de 2017, para saber cuál será el nuevo enfoque de la política exterior estadounidense.
Lo que sí está en manos del nuevo Secretario General es la reforma administrativa pendiente y la eliminación del déficit presupuestario de varios organismos de la ONU. En ACNUR, él ya había afrontado una tarea parecida con relativo éxito. Después de su reorganización, el Alto Comisionado se ha transformado en una organización más independiente y flexible, aunque varios brazos operativos de la misma se vieron tocados y recortados sus recursos. Esperemos que Guterres haya aprendido de esta experiencia y su intervención, a una escala más grande, obtenga aún mejores resultados. En esta línea, y como último punto, cabe destacar la futura elección del vicesecretario general, que con toda probabilidad será una mujer – una pequeña consolación para los partidarios de la igualdad de género. Aun así, queda por delante un largo camino hacia la paridad dentro y fuera de la organización.
Nos esperan meses y años no sólo interesantes, sino muy exigentes hacía los dirigentes políticos y las potencias económicas. Por definición, el Secretario General de NN UU tiene grandes responsabilidades y António Guterres se ha comprometido a llevar a la organización hacia más equilibrio y mayor justicia en todas las áreas de funcionamiento y de desarrollo del pueblo global. Sólo de él depende la huella que pretende dejar para la historia.
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Andrea Willige
20 de septiembre de 2024