Dos oposiciones muy distintas a la globalización desigual

Image: REUTERS/Vivek Prakash
La aparición de Trump en Estados Unidos y el Brexit en el Reino Unido, unido al crecimiento de los partidos de extrema derecha en varios países europeos, han mostrado claramente el malestar existente con el proceso de globalización. Un segmento cada vez mayor del electorado entiende que la apertura comercial, la libre movilidad de capitales de un país a otro y el crecimiento de la migración no hacen sino perjudicarles cada vez más.
Algunas de sus críticas aparentemente coinciden con las elaboradas por distintos economistas progresistas que han mostrado cómo las políticas de apertura, incluyendo los acuerdos de libre comercio, la protección de la propiedad intelectual y la desregulación financiera, pueden contribuir a un aumento de la desigualdad. De esa manera, parecería que nos encontramos ante una convergencia entre derecha e izquierda en oposición al pensamiento dominante.
¿Tiene sentido este análisis ?¿Es útil hablar de “populismo” incluyendo tanto a grupos de izquierda y derecha en la misma discusión? La respuesta a todas estas preguntas es claramente negativa. La oposición a la globalización desde la derecha es ante todo nacionalista y anti-cosmopolita. Su objetivo es recuperar los valores tradicionales y establecer barreras cada vez mayores frente a los otros: no en vano el 79% de los simpatizantes de Trump están a favor de la construcción de un muro entre Estados Unidos y México y consideran que los migrantes son más peligrosos que el sector financiero desregulado. En el Reino Unido, aquellos votantes que veían al multiculturalismo, al feminismo, al medio ambientalismo y a la migración con malos ojos votaron en masa a favor de salirse de la Unión Europea en el referéndum reciente.
El impulso natural de estos movimientos es claro: sospechar de aquel que es distinto, evitar el intercambio y tratar de volver a un supuesto momento idílico anterior basado, sobre todo, en las comunidades locales y en la nación. Para estos grupos y los votantes que les apoyan, el enemigo no es tanto el 1% más rico de la población (de hecho, suelen hablar de élites mucho más amorfas) sino todo aquel que es ajeno a los supuestos valores autóctonos.
En contraste, el escepticismo progresista es muy distinto. Sin duda, comparte la crítica al libre comercio y a la movilidad de capitales. Eso es así porque se considera que estos procesos, unidos a la creciente financiarización de la economía, han contribuido, sobre todo, a debilitar a los sindicatos y generar un aumento exponencial de los beneficios empresariales. Estos procesos, mucho más que la migración, son responsables de las dificultades del votante mediano para mejorar de forma sostenida sus ingresos mensuales.
La crítica progresista del mercantilismo global es, paradójicamente, cosmopolita. Se apoya en el reconocimiento de que el intercambio de la información es deseable y que viajar, compartir experiencias y vivir en otros países puede ser positivo tanto para los que llegan como para los que reciben. Los críticos desde la izquierda no son partidarios de muros ni barreras: el 91% de los votantes de Bernie Sanders, por ejemplo, estaban en contra del famoso muro con México. Mientras tanto, en Europa, buena parte de la izquierda—desde la más moderada a la más crítica—coincide en propugnar un enfoque aperturista de la política exterior, que promocione la cooperación y los flujos de ideas y personas.
Esta combinación de escepticismo con la globalización mercantil y defensa de la interrelación entre países se extiende a la visión sobre la Unión Europea de los grupos de izquierda. Por un lado, son entusiastas de de eliminar barreras artificiales entre personas, facilitar la comprensión entre países que no siempre se han entendido y promocionar ciertos valores de solidaridad. A la vez, ven con mucha más preocupación el proyecto económico de la Unión Europea donde la ortodoxia macroeconómica y la liberalización mercantil pueden estar contribuyendo a la desigualdad entre personas y regiones.
Resulta, por tanto, útil separar entre dos oposiciones distintas a la globalización desigual de los últimos años: una es cerrada, nacionalista y, en muchos casos, xenófoba; la otra es anti-neoliberal pero, a la vez, abierta e incluso cosmopolita. Entender esta distinción es importante tanto para los observadores políticos convencionales como para la propia izquierda.
Al aceptar la doble respuesta al malestar actual, los observadores convencionales (el mainstreamen términos anglosajones) podrán especular de forma más informada sobre escenarios políticos futuros y diseñar políticas más efectivas y populares. Mientras tanto los críticos de izquierdas deberían ser conscientes de que el ambiente actual es más complicado que el de hace unos años ya que se enfrentan a dos corrientes distintas: por un lado, aquella promulgada por parte de la élite económica que continúa defendiendo la profundización de la expansión mercantil global; por otro lado, otra promulgada por la derecha nacionalista que se apoya en el miedo como respuesta a los problemas actuales. Para tener éxito, la oposición progresista a la globalización deberá elaborar un discurso crítico con la excesiva liberalización comercial y financiera pero, a la vez, entusiasta con la mayor interacción entre individuos y colectivos a nivel global que se ha dado en las últimas décadas.
Diego Sánchez-Ancochea es director del Latin American Centre, Universidad de Oxford
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