J. Bradford DeLong: El pronóstico a largo plazo para la economía probablemente no es tan malo como usted piensa

Lower Manhattan including the financial district is pictured from the Manhattan borough of New York.

Es fácil ser pesimista estos días; tal vez demasiado fácil. Image: REUTERS/Carlo Allegri

J. Bradford DeLong
Professor of Economics, University of California at Berkeley

Son días de gran desilusión respecto del estado del mundo. Han resurgido fuerzas siniestras de fanatismo y fe asesinos (algo que al menos en Occidente suponíamos terminado después de 1750). Que refuerzan otras corrientes, que se les han sumado, nacionalistas, xenófobas y racistas, que creíamos enterradas bajo las ruinas de Berlín en 1945.

Para colmo, el crecimiento económico desde 2008 ha sido muy decepcionante. No hay argumentos que permitan cobijar el optimismo respecto de una mejora en los próximos cinco años, más o menos. Y la incapacidad de las instituciones globales para brindar un aumento permanente de la prosperidad debilitó la confianza que en tiempos mejores ayudaría a suprimir los violentos demonios de nuestra era.

Es fácil ser pesimista estos días; tal vez demasiado fácil. Pero en realidad, hay motivos para ser entusiastas y positivos a contracorriente: si miramos el crecimiento económico global con un horizonte no de cinco años, sino para los próximos 30 a 60 años, el panorama se ve mucho mejor.

La razón es sencilla: las grandes tendencias que impulsaron el crecimiento global desde la Segunda Guerra Mundial no se han detenido. Cada vez más personas obtienen acceso a nuevas tecnologías que aumentan su productividad; cada vez más participan de intercambios mutuamente ventajosos; y cada vez hay menos nacimientos, lo que mitiga el eterno temor a la denominada bomba poblacional.

Además, la innovación, especialmente en el hemisferio norte, no se detuvo, aunque tal vez de la década de 1880 a esta parte se haya desacelerado. Y aunque la guerra y el terrorismo siguen horrorizándonos, no se ve nada de la escala de los genocidios que fueron la marca distintiva del siglo XX.

Felizmente, es probable que estas grandes tendencias se mantengan, según datos del proyecto de investigación Penn World Table, la mejor fuente de información resumida sobre el crecimiento económico global. Sus datos de PIB per cápita real (ajustado por la inflación) muestran que en 1980 el mundo estaba un 80% mejor en promedio que en 1950, y en 2010 otro 80% mejor que en 1980. Dicho de otro modo, materialmente estamos, en promedio, tres veces mejor que en 1950.

Aunque haber triplicado el bienestar material global suene exagerado, lo más probable es que sea un cálculo conservador. Las mediciones del PIB real incluyen todos los bienes y servicios producidos, pero no reflejan bien otras formas de valor que existen pero no son medibles, por ejemplo los inmensos beneficios que reciben los usuarios de redes sociales por servicios que no les cuestan nada.

Más que nunca en la historia, estamos creando mercancías que contribuyen al bienestar social por el valor de uso en vez del valor de mercado. Hay quienes dicen que no es nada nuevo, pero no es un argumento convincente, dada la enorme cantidad de tiempo que pasamos interactuando con sistemas informáticos donde el flujo monetario es, como mucho, un minúsculo goteo vinculado a publicidad secundaria.

Los datos de PWT también permiten una lectura por países; veamos entonces los casos de China y la India, que comprenden el 30% de la humanidad. El PIB real per cápita de China en 1980 era 60% inferior a la media mundial, pero hoy está 25% por encima de ella. El de la India en 1980 estaba más de 70% debajo de la media mundial, pero desde entonces el país redujo esa distancia a la mitad.

Es una forma de progreso innegable; pero para no pecar de exceso de optimismo, también hay que tener en cuenta la desigualdad global. No hay signos de que desde 1950 el mundo haya convergido a una prosperidad compartida. Según los datos de PWT, en 1950 dos de cada tres países tenían un PIB real per cápita que se apartaba de la media mundial, hacia arriba o hacia abajo, entre un 45% y un 225%. En 1980, las cotas se ampliaron a 33% y 300%; hoy son 28% y 360%, respectivamente.

A pesar de todo, la economía mundial hoy es un lugar más igualitario para el individuo promedio que en 1980. Esto se debe en parte a una serie de líderes fuertes, como los que hubo en China desde Deng Xiaoping, y en la India desde Rajiv Gandhi. Pero ya no hay países tan grandes como China y la India que puedan despegar y hacer grandes avances en desarrollo, y pocos observadores creen que el presidente chino Xi Jinping y el primer ministro indio Narendra Modi repetirán las historias de crecimiento de sus predecesores.

En realidad, semejantes casos de crecimiento veloz y prolongado pueden volverse cosa del pasado, si la economía mundial se queda sin oportunidades de acelerar la transferencia tecnológica, y cada vez más países maduran de un estadio de economías en desarrollo con alto crecimiento a otro más estacionario de economías desarrolladas.

Que el motor de la innovación se desacelere es posible. Pero aun así seguirá andando, la gente seguirá adoptando tecnologías nuevas, y la economía mundial seguirá creciendo. De no mediar algún escenario de pesadilla, por ejemplo una guerra nuclear por causa del terrorismo, cabe esperar que en 2075 mis sucesores mirarán atrás y se complacerán al ver que, una vez más, el mundo en que viven está tres veces mejor que el nuestro.

Fuera de eso, es más difícil hacer predicciones. Si no actuamos ahora para frenar y revertir las tendencias térmicas globales, el cambio climático será el fantasma que acechará al mundo después de 2080. En ese caso, nuestros bisnietos tendrán poco que agradecernos.

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