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Felipe Calderón: el cambio climático es una cuestión de educación

Construction takes place on The Shard building (at rear) as visitors pose on the balcony at One New Change shopping mall in London .

"El logro educativo tiende a ser el único indicador más fuerte de la conciencia pública del cambio climático". Image: REUTERS/Suzanne Plunkett

Felipe Calderón
President, Environment & Sustainability Commission, Fédération Internationale de l'Automobile (FIA)

El cambio climático nos afecta a todos, pero todavía no estamos actuando con la celeridad que deberíamos para enfrentar sus causas, mitigar el cambio y adaptarnos a sus efectos. Mucha gente no entiende los riesgos que plantea el cambio climático a las estructuras económicas y sociales mundiales. Y, lamentablemente, muchos de los que sí entienden desdeñan los beneficios de amplio alcance que generaría un giro global hacia la sustentabilidad y la energía limpia.

Según un estudio reciente de Pew, siete de cada diez norteamericanos clasificados como políticamente independientes no estaban demasiado preocupados porque el cambio climático fuera a afectarlos. Peor aún, investigadores de la Universidad de Yale recientemente determinaron que el 40% de los adultos del mundo nunca oyó hablar del cambio climático. En algunos países en desarrollo, como la India, esa cifra asciende al 65%.

Son cifras desalentadoras, pero pueden mejorar. El estudio de Yale concluyó que "el logro educativo tiende a ser el único indicador más fuerte de la conciencia pública del cambio climático". Al invertir en educación de calidad, podemos colocar a la próxima generación en el camino correcto hacia la resolución de este problema global.

Hay tres maneras en que educación y acción climática van de la mano. Para empezar, la educación llena las lagunas de conocimiento. Esto es especialmente válido en el caso de las poblaciones pobres que son más vulnerables a las malas cosechas y a los desastres naturales, como los derrumbes y las inundaciones, causados por el cambio climático. Las poblaciones que deben iniciar una reconstrucción desde cero después de cada nueva catástrofe no pueden aprovechar las oportunidades de un desarrollo rápido. Al entender que su mundo está cambiando -y que la posibilidad de desastres futuros aumenta-, estas poblaciones pueden desarrollar resiliencia y aprender a adaptarse al estrés repentino y lento de un clima cambiante.

En segundo lugar, la educación es un reto para la apatía. Conocer las medidas a nuestro alcance para lidiar con el cambio climático puede abrir grandes oportunidades para un crecimiento económico. Se les debería hacer entender a los inversores globales que las soluciones sustentables pueden aumentar el bienestar y crear oportunidades económicas adicionales. A título de ejemplo, en Níger, la educación y mejores técnicas de agricultura ayudaron a que más de un millón de personas duplicaran los ingresos agrícolas reales, y a restablecer grandes trechos de tierra seriamente degradada. En Estados Unidos, a partir de 2014, había más empleos que dependían de la energía solar que de la minería de carbón.

Aun así, mucha gente insiste en que implementar medidas para mitigar los efectos del cambio climático es demasiado costoso para nuestro modo de vida actual. Según el estudio de Pew, casi siete de cada diez personas creen que, dadas las limitaciones de la tecnología, tendrían que hacer cambios importantes en el estilo de vida. No tiene por qué ser así. Y la educación, por otra parte, puede combatir el tipo de escepticismo que acaba con las oportunidades para una existencia consciente del clima.

Finalmente, la educación aporta el conocimiento técnico necesario para construir un futuro mejor a través de la innovación -un futuro que incluya energía limpia y segura, agricultura sustentable y ciudades más inteligentes-. Ampliar el acceso a la educación llevaría a una mayor innovación local -emprendedores que detectan oportunidades para encarar los problemas locales-. A nivel global, no podemos depender de los centros de conocimiento como Silicon Valley u Oxford para desarrollar una solución inmediata para el problema del clima. Las soluciones pueden venir de centros tecnológicos, pero también de pueblos y ciudades en desarrollo, de agricultores y productores con perspectivas sumamente diferentes en el mundo que los rodea. Y esto creará un círculo virtuoso. Es más fácil que la gente educada migre y se integre en nuevas sociedades, compartiendo el conocimiento que trae consigo.

Afortunadamente, las generaciones más jóvenes hoy están mejor educadas y se sienten más comprometidas con la reducción de su propia huella de carbono que las generaciones anteriores. Están liderando el camino y nos obligan a todos nosotros a reconsiderar nuestras propias acciones. Pero debemos ampliar la accesibilidad a la educación a nivel mundial a fin de asegurar que sus esfuerzos no sean en vano.

El gobierno de Noruega, bajo el liderazgo visionario de la primera ministra Erna Solberg, ha reconocido la importancia de la educación y, en consecuencia, ha creado la Comisión Internacional sobre Financiamiento de Oportunidades Educativas Globales, de la cual soy miembro. Nos reuniremos esta semana en Oslo, y tengo la esperanza de que enfrentemos los desafíos de nuestros tiempos y actuemos sabiendo que la educación es el mejor activo que tenemos para solucionar los problemas.

Abordar los peligros del cambio climático no es sólo un imperativo existencial; también es una oportunidad para avanzar hacia un sendero de desarrollo más limpio, más productivo y más justo. Sólo una sociedad global educada puede tomar las medidas decisivas que se necesitan para llegar allí.

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