Combatiendo el extremismo: lecciones desde el frente de guerra colombiano

En el año 2000, Colombia era una nación al borde del colapso. Los cárteles de la droga controlaban vastos territorios del país, y los cárteles y otros grupos criminales fundaron los grupos paramilitares y las organizaciones terroristas más grandes de América Latina –las FARC y el ELN– haciendo de ellos temibles adversarios ante cualquier intento de paz.

Los cálculos aproximados nos dicen que estos grupos controlaban más de la mitad del territorio nacional. La violencia y el miedo, y la inseguridad que éstos generaban, permeaba la vida cotidiana. El futuro de la nación era incierto, y las preocupaciones acerca de la capacidad de Colombia para darle la vuelta a la página estaban agotando toda esperanza.

Pero, como se ha comprobado a lo largo de la historia, el pueblo colombiano es resiliente. La población, junto con los líderes del gobierno, se dieron cuenta de que si Colombia tenía futuro alguno donde la generación actual pudiera tener una vida mejor que la de sus padres y se beneficiaran de la paz, esto requeriría de un esfuerzo conjunto.

En todo sentido, el esfuerzo fue un éxito. La manera en la que lo logramos podría servir como una lección importante para las personas responsables de la elaboración de políticas que estén tratando de combatir a las organizaciones terroristas y de contrarrestar el extremismo.

juancarlospinzon

Unidos en la lucha contra el terrorismo

Antes de nada, no podría haber victoria sin la determinación y la resiliencia de los colombianos y de sus recursos. Los valientes hombres y mujeres de las Fuerzas Armadas Colombianas también fueron vitales en el inicio del sorprendente cambio de Colombia y en crear las condiciones para el proceso de paz.

El apoyo internacional provisto por medio del  Plan Colombia también contribuyó de gran manera. Este programa incrementó la movilidad militar y policiaca, aumentó la capacitación de operaciones especiales, mejoró las capacidades de inteligencia y fortaleció los esfuerzos y la cooperación en contra del narcotráfico. Los recursos de Estados Unidos destinados a fines específicos –aunados a la asignación de fondos sustanciales del presupuesto nacional de Colombia– ayudaron a guiar una era de esperanza y aspiración. Hoy día, los expertos proclaman el Plan Colombia como la política externa más importante de Estados Unidos en 15 años.

Manteniendo el progreso

Los éxitos del Plan Colombia fueron muchos, pero, a fin de mantenerlos, tuvimos que mantener también la presión sobre los grupos armados ilegales. A pesar de que estábamos orgullosos de nuestros éxitos y conmovidos por los sacrificios de nuestros valerosos hombres y mujeres, no podíamos dormirnos sobre nuestros laureles. Aprendimos desde muy temprano que nuestras fuerzas de defensa debían aprovechar los logros de seguridad al mantener e intensificar la presión sobre los grupos armados ilegales.

Yo tuve el honor de fungir como vice ministro de defensa durante la presidencia de Álvaro Uribe y como ministro de defensa bajo el liderazgo del presidente Juan Manuel Santos. En 2011, cuando comencé mi gestión como ministro de defensa, lanzamos una nueva ofensiva que fue clave para seguir con el progreso. El Plan Espada de Honor involucró atacar estratégicamente cada área de operaciones que todavía estaba bajo el dominio de las FARC y el ELN. Las lecciones aprendidas de nuestra experiencia hicieron de esta nueva ofensiva algo muy eficaz.

Durante la administración de Uribe, nuestra estrategia militar se enfocó en una ofensiva en tierra para combatir a las fuerzas armadas de estos grupos, propiciándoles algunos de los golpes más fuertes a las FARC. Armado con esta experiencia, el Plan Espada de Honor se enfocó en atacar los blancos de alto valor, permitiéndonos entorpecer y debilitar a las FARC, el ELN y las bandas criminales al atacar su centro nervioso central: su liderazgo, promoviendo así la desmovilización para proteger vidas y establecer la presencia de agencias sociales para confrontar la pobreza y la desigualdad.

Los terroristas en la mesa de negociaciones

En los casi cuatro años en que fungí como ministro de defensa, aumentamos la cooperación internacional, fortalecimos las operaciones tácticas y modernizamos las fuerzas armadas, desde el equipo hasta la capacitación. Con el tiempo, desestabilizamos a las FARC, al ELN y a las bandas criminales aún más, y la tasa de homicidios disminuyó a su nivel más bajo en 35 años. Hoy día, los residuos de los grupos terroristas que sembraron el caos en Colombia por décadas están sentados en la mesa de negociaciones con el gobierno, reducidos en poder y negociando la paz, en gran parte gracias a la valentía que nuestras fuerzas armadas y el cuerpo policiaco mostraron frente al terror.

La historia de la transformación de Colombia es la historia de tres administraciones que lo pusieron todo por alcanzar la paz. Cada administración supo edificar sobre los logros anteriores con el fin de alcanzar el máximo objetivo para crear el tipo de país que nuestros ciudadanos estuvieran orgullosos de llamar hogar. Por década y media, Colombia ha atravesado por un sendero difícil y ha cambiado nuestro destino. Pero, habiendo estado una vez al borde del colapso, ahora Colombia está en ascenso. Es hora de paz y reconciliación. Es hora de mantener la paz que se ha logrado con el esfuerzo y sacrificio del pueblo colombiano.

Todos los días, nuestra comunidad global se enfrenta a las realidades del terrorismo y del extremismo. A pesar de que la historia de Colombia sigue escribiéndose, los capítulos que se han escrito hasta ahora nos proporcionan lecciones críticas sobre cómo combatir estas amenazas y construir un futuro más seguro y próspero para generaciones por venir.

Autor: Juan Carlos Pinzón es el embajador de Colombia en Estados Unidos. Sígalo en: @ColAmbPinzon.

Imagen: REUTERS

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