¿Están estancados los ingresos de la clase media en los Estados Unidos?

El imperativo de aumentar los ingresos de las familias de clase media ha surgido como un importante centro de la atención en la campaña para las elecciones presidenciales de los Estados Unidos. Todo el mundo conviene en que los ingresos de las clases altas han aumentado mucho en los últimos decenios, a lo que han contribuido unas recompensas extraordinarias para quienes cuentan con preparación en materia de tecnologías avanzadas  y las subidas de los precios de las acciones. Y existe un apoyo general a la mejora de los programas –como, por ejemplo, los cupones para la obtención gratuita de alimentos y las prestaciones a los jubilados sujetas a la disponibilidad de recursos– que ayudan a quienes, de lo contrario, serían pobres, pero el debate público versa en gran medida sobre cómo ayudar a la más numerosa (y políticamente más importante) clase media.

A este respecto se puede hacer mucho mejorando programas gubernamentales existentes: ampliando la formación relativa a los mercados, aumentando las oportunidades para que las mujeres casadas se incorporen –o vuelvan a hacerlo– a la fuerza laboral, reduciendo las penalizaciones impuestas por la normativa de la Seguridad Social relativa a la continuidad en el empleo de los trabajadores mayores y cambiando la legislación tributaria de modo que aumenten la productividad y los salarios.

Pero, si bien la intensificación de esos programas debería ser una prioridad máxima, no debemos perder de vista lo bien que les ha ido en realidad a las familias de renta media en los últimos decenios. Lamentablemente, el debate político resulta distorsionado por unas estadísticas engañosas que subestiman enormemente esas mejoras.

Por ejemplo, se dice con frecuencia que los ingresos del hogar medio han aumentado sólo ligeramente o nada durante los últimos decenios. Algunas cifras del Censo de los Estados Unidos parecen abonar esa conclusión, pero estadisticas oficiales más precisas dan a entender que los ingresos reales de quienes se encuentran en el medio de la distribución de los ingresos han aumentado en un 50 por ciento, aproximadamente, desde 1980 y un ajuste más apropiado de los cambios en el costo de la vida dan a entender una mejora mucho mayor.

La Oficina del Censo de los EE.UU. calcula los ingresos monetarios que los hogares reciben de todas las procedencias y determinan el nivel de ingresos que divide las mitades superior e inferior de la distribución. Ésos son los ingresos del hogar medio. Para comparar los ingresos medios a lo largo del tiempo, las autoridades dividen esos valores anuales en dólares por el índice de precios al consumo a fin de determinar los ingresos medios reales de los hogares. Las cifras resultantes dan a entender que el aumento acumulativo desde 1984 a 2013 fue inferior al diez por ciento, equivalente a menos del 0,3 por ciento.

Todos los adultos que estuvieron vivos en los EE.UU. durante esos tres decenios comprenderán que esa cifra subestima enormemente las mejoras del hogar típico. Una indicación de que algo falla en esa cifra es la de que el Gobierno calcula también que la retribución real por hora de los empleados en el sector comercial no agrícola aumentó un 39 por ciento de 1985 a 2015.

Los cálculos del Censo oficial presentan tres problemas importantes. Para empezar, no reconocen el cambio de la composición de la población: los hogares actuales son muy diferentes de los de hace treinta años. Además, los cálculos de los ingresos por parte de la Oficina del Censo no son completos, en vista de que las familias de clase media han recibido transferencias gubernamentales cada vez mayores, al tiempo que se beneficiaban de unos tipos tributarios menores. Por último, el índice de precios utilizado por la Oficina del Censo no refleja las importantes contribuciones de los nuevos productos y de las mejoras de los productos en el nivel de vida de los americanos.

Pensemos en primer lugar en el cambio de la naturaleza de los hogares. De 1980 a 2010, el porcentaje de “hogares” compuestos por sólo un hombre o una mujer aumentó del 26 por ciento al 33 por ciento, mientras que el de las parejas casadas disminuyó del 60 por ciento al 50 por ciento.

Cuando la no partidaria Oficina de Presupuestos del Congreso (OPC) llevó a cabo un estudio detallado de los cambios en los ingresos de los hogares de 1979 a 2011, amplió la definición de ingresos para incluir las prestaciones cuasimonetarias, como los cupones para la obtención de alimentos gratuitos, y en especie, como la atención de salud. También substrajo los impuestos federales, que se redujeron del 19 por ciento de los ingresos antes de la contribución tributaria en 1980 hasta tan sólo el 11,5 por ciento en 2010. Para convertir los ingresos anuales en ingresos reales, la OPC utilizó el coeficiente de deflación de precios en el caso de los gastos al consumo, que muchos consideran mejor para ese fin que el índice de precios al consumo. La OPC presentaba también un análisis aparte de los ajustes en función del tamaño de los hogares.

Con la definición tradicional de ingresos monetarios, la OPC reveló que los ingresos reales del hogar medio aumentaron tan sólo un 15 por ciento de 1980 a 2010, como los cálculos de la Oficina del Censo, pero, cuando amplió la definición de ingresos para incluir las prestaciones y substrajo los impuestos, se vio que los ingresos reales del hogar medio aumentaban en un 45 por ciento. Con el ajuste en función del tamaño de los hogares, la mejora aumentaba hasta el 53 por ciento.

Y, una vez más, incluso ese aumento más importante probablemente represente una subestimación del aumento del nivel de vida real. Las autoridades obtienen esos  cálculos convirtiendo los ingresos en dólares en una medida de los ingresos reales mediante un índice de precios que refleja los cambios de los precios de los bienes y servicios existentes, pero dicho índice no refleja los nuevos productos ni las mejoras de los bienes y servicios existentes.

Así, pues, si los ingresos monetarios de todo el mundo aumentaron un dos por ciento de un año para otro, mientras que los precios de todos los bienes y servicios aumentaron también un dos por ciento, el cálculo oficial no mostraría cambio alguno en los ingresos reales, aun cuando nuevos productos e importantes mejoras de la calidad contribuyeran a nuestro bienestar. De hecho, el Gobierno de los EE.UU. no cuenta el valor creado por servicios de la red Internet como Google y Facebook como ingresos en modo alguno, porque esos servicios no son de pago.

Nadie sabe cuánto han contribuido a nuestro bienestar semejantes innovaciones y mejoras de los productos, pero, si el valor de las mejoras ha representado tan sólo un uno por ciento al año, a lo largo de los treinta últimos años la acumulación de la mejora sería del 35 por ciento y su combinación con el cálculo de la OPC del 50 por ciento de mejora, aproximadamente, significaría que los ingresos reales del hogar medio habrían aumentado un 2,5 por ciento al año a lo largo de los treinta últimos años.

Así, pues, a la clase media de los EE.UU. le ha ido mucho mejor de lo que afirman los pesimistas desde el punto de vista estadístico y, con políticas mejores, a esos hogares les puede ir incluso mejor en el futuro.

Con la colaboración de Project Syndicate

Autor: Martin Feldstein es professor de economía en la Universidad de Harvard. 

Imagen: REUTERS/Shannon Stapleton 

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