Los riesgos del riesgo mal rotulado
Cada vez más consumidores supuestamente conscientes de la salud están eligiendo productos con rótulos que dicen “libres de”, desde plásticos “libres de bisfenol A” hasta alimentos “libres de organismos modificados genéticamente”. Pero este tipo de rótulos no aumentan la seguridad pública. Por el contrario, muchos de los ingredientes que asustan no sólo son perfectamente seguros, sino que los fabricantes, en su apuro por satisfacer la demanda de los consumidores, a veces utilizan ingredientes o procesos de inferior calidad -o inclusive nocivos.
La responsabilidad de esta situación recae principalmente en los activistas y los medios de información por alimentar temores públicos injustificados. Pero un estudio académico reciente demuestra que los fabricantes, al llamar la atención sobre lo que están omitiendo en un producto, perpetúan preocupaciones falsas que, en verdad, llevan a los consumidores a asumir mayores riesgos para la salud.
El estudio explora, sobre todo a través de la lente de la etiquetación de los productos, cómo evalúa la gente los riesgos del bisfenol A (BPA por su sigla en inglés) -una sustancia química que se utiliza frecuentemente para endurecer los plásticos e impedir el crecimiento de bacterias en las latas de alimentos- en comparación con sus alternativas. El estudio determinó que “la gente evalúa una situación en la que la evidencia científica está atemperada por la controversia de la misma manera que una situación en la que no existe ninguna evidencia científica”. En otras palabras, como ha habido interrogantes sobre la seguridad del BPA, la gente ignora la evidencia científica de plano.
Los temores frente al BPA deberían haberse descartado hace mucho tiempo. Años de investigación y repetidas evaluaciones realizadas por reguladores gubernamentales -incluida una a principios de este año llevada a cabo por la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria- han concluido que el BPA es seguro si se le da un uso normal. Es la eliminación del BPA de la cubierta de las latas, por lo tanto, lo que puede plantear una amenaza a la salud de los consumidores y generar un incremento de las enfermedades transmitidas por los alimentos a partir de bacterias mortales como la Clostridium botulinum (que causa botulismo).
La mayoría de la gente se enteró de la existencia del BPA recién cuando vio una etiqueta que decía libre de BPA en las botellas en la tienda de su vecindario. Pero esta etiqueta tiene un impacto profundo: envía un mensaje inconfundible de que el BPA es un peligro para la salud. Después de todo, si no lo fuera, ¿por qué los fabricantes no sólo lo excluirían de sus productos sino que también alertarían que lo han hecho?
“Lo que los consumidores no saben”, señalan los autores del estudio, “es que el BPA suele ser reemplazado por otras sustancias químicas menos estudiadas cuyas implicancias para la salud prácticamente se desconocen” y, por lo tanto, pueden resultar peores que el material original. Aun así la gente está tan concentrada en la etiqueta que dice libre de BPA que acepta estos “reemplazos potencialmente lamentables”, exponiéndose a sustancias químicas que, de otra manera, podría rechazar.
Los organismos modificados genéticamente (OMG) enfrentan un estigma igualmente problemático -que obligó a los gigantes de la producción de alimentos General Mills y Post Foods de Estados Unidos a eliminar los OMG de sus populares cereales Cheerios y Grape Nuts respectivamente-. Al intentar satisfacer una demanda percibida de los consumidores, los fabricantes tuvieron que hacer sustituciones lamentables -concretamente, comercializar productos que carecen de algunas vitaminas agregadas-. Es irónico que, para complacer a sus consumidores, comenzaran a ofrecer productos de inferior calidad a precios más elevados.
Por supuesto, los consumidores no son los únicos cuya consideración inapropiada de los hechos está resultando en sustituciones desafortunadas. Los gobiernos también están tomando decisiones apresuradas y desatinadas que no les dejan opción a los consumidores.
Consideremos la decisión, motivada políticamente, que tomó la Unión Europea de prohibir, a partir de 2013, los pesticidas de última generación llamados neonicotinoides. Obligados a recurrir a insecticidas más viejos, más tóxicos y menos efectivos (principalmente piretroides, que prácticamente se habían descartado), los agricultores de Europa hoy ven el resurgimiento de la depredación causada por los insectos. El daño puede causar una caída del 15% en la cosecha de canola este año, la fuente primaria de aceite vegetal del continente utilizada en alimentos y biocombustibles.
Existen lecciones importantes que se pueden extraer de este tipo de desenlaces. Primero, cuando los fabricantes y los comerciantes minoristas permiten que sus decisiones se rijan por la presión de los activistas, no por la evidencia científica, corren el riesgo de enfrentarse a una posible insatisfacción de los consumidores y a potenciales demandas judiciales por fabricar productos defectuosos. De la misma manera, los responsables de las políticas deberían priorizar la ciencia por sobre la política.
La población también tiene un rol vital que desempeñar: mantener un escepticismo saludable frente a los argumentos de supuestos “defensores de los consumidores” que actúan en interés propio. Priorizar a la ciencia hoy es la mejor manera de asegurar que, como consumidores, no tengamos cosas que lamentar en el futuro.
Con la colaboración de Project Syndicate
Autor: Henry I. Miller es médico y biólogo molecular.
REUTERS/ Lucy Nicholson
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