La agenda de crecimiento internacional de China
A lo largo de la mayor parte de los últimos 35 años, las autoridades de China se han centrado en su economía interna, con reformas ideadas para que el mercado funcione con eficiencia y dé señales de precios precisas. Si bien estaban cada vez más conscientes del creciente impacto de su país sobre la economía global, no se plantearon ninguna estrategia para que sus vecinos se beneficiaran de esta transformación económica.
Sin embargo, hoy sí la tiene o al menos está desarrollando una con rapidez. Más aún, se extiende mucho más allá de Asia, alcanzando a Europa del Este y la costa oriental de África.
Un elemento clave de la estrategia de China es el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (AIIB, por sus siglas en inglés), creado recientemente y, hasta cierto grado, el Nuevo Banco del Desarrollo del BRICS, fundado el año pasado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. Ambos son alternativas obvias (y, por ende, rivales) al Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, dominados por occidente.
Para la nueva estrategia también son esenciales las dos futuras Rutas de la Seda: una terrestre por Asia Central y el Mar Negro y una marítima que haría posible el transporte de mercancías desde el Mar del Sur de China, pasando por el Estrecho de Malaca y el Océano Índico hasta África del Este, y desde allí por el Mar Rojo hasta el Mediterráneo oriental.
A veces los economistas describen la economía global como un enorme bazar, pero en realidad es más bien una red en que los lazos se amplían a medida que aumenta el flujo de bienes, servicios, personas, capital y (muy importante) información. El objetivo de China es crear estos vínculos, y le sobran recursos para poder actuar como catalizador del crecimiento y el desarrollo globales.
El más evidente es su enorme y creciente mercado interno, hacia el que otras economías pueden tener acceso a través del comercio y la inversión. Así pues, China se unirá a las filas de los países avanzados al proporcionar un mercado para las exportaciones (y los empleos) de países que se encuentren en etapas de desarrollo económico más tempranas. Además, puesto que China ha acumulado una capacidad inversora mucho mayor de lo que hoy puede absorber su economía interna, es inevitable que busque oportunidades en el exterior, tanto públicas como privadas. En particular, cada vez más las compañías chinas querrán afianzar sus marcas en el plano internacional.
Con su involucramiento en el AIIB y el Nuevo Banco para el Desarrollo, el país ha ido creando el equivalente a una estrategia de desarrollo multinacional. Aunque hay escépticos, el amplio apoyo al AIIB sugiere que los beneficios superan los riesgos y que las iniciativas de China pueden ayudar a crear una red abierta para todos. A fin de cuentas, es imposible que el país centralice todo el flujo de comercio e inversiones que se vayan creando.
Mientras tanto, gracias a los más de 30 acuerdos de apoyo recíproco con otros bancos centrales (el primero fue con Corea del Sur en diciembre de 2008), China está haciendo uso de sus reservas en moneda extranjera para ayudar a sus vecinos y otros países a protegerse de la volatilidad de los flujos de capitales internacionales. Al mismo tiempo, sus autoridades promueven la internacionalización del renminbi, que está ampliando rápidamente su papel en las operaciones de pagos comerciales. Se puede ganar mucho en términos de eficiencia si se liquidan las transacciones en las monedas de las partes que realizan la transacción, sin tener que recurrir a la intermediación de, por ejemplo, el dólar estadounidense.
Por supuesto, para la internacionalización de una moneda es necesario recorrer un camino mucho más largo, que abarca no en menor medida la necesidad de mercados financieros internos con liquidez y de gran tamaño, y el desarrollo de vínculos de confianza. Todo esto toma su tiempo, pero China ya ha solicitado al FMI que incluya al renminbi en la canasta de divisas que determina el valor de la unidad contable de este organismo, los Derechos Especiales de Giro (DEG), y se espera que para fines de 2015 ya haya una decisión.
Unirse al dólar estadounidense, la libra británica, el euro y el yen japonés en el club del DEG tendría un peso simbólico. Además, al igual que con el ingreso de China en 2001 a la Organización Mundial de Comercio fue necesario ejecutar reformas sustanciales, el cumplimiento de las condiciones para formar parte del DEG promete acelerar los pasos hacia una liberalización completa de las cuentas de capitales y, por ende, a un renminbi totalmente convertible.
Las autoridades chinas piensan en el largo plazo y no hay duda de que su estrategia se verá enfrentada a obstáculos en los años venideros. La pregunta es si merece la pena impulsarla hoy en día.
Se puede responder que sí con casi total seguridad. Por ejemplo, la “ruta de la seda” terrestre reducirá la dependencia de China de las vías marítimas, que se pueden bloquear o interrumpir, especialmente en el Estrecho de Malaca. Desde una óptica más general, la inversión china aliviará las limitaciones de las economías de los países de esta ruta, causadas en parte por la lentitud del crecimiento y las carencias de inversión en las economías avanzadas. En último término, si las economías de la región se dinamizan, la economía y la estatura de China se verán beneficiadas.
Muchos consideran que la inversión en el sector público es una buena manera (quizás la mejor) de usar los recursos productivos de la economía mundial y aumentar su eficiencia y potencial de crecimiento. Pero para ello se necesita un empuje multinacional. No hay duda de que las autoridades chinas desean que haya un reconocimiento internacional a la estatura global de su país, pero también quieren que el ascenso al estatus de país de altos ingresos ocurra de un modo que sea (y se perciba) como beneficioso para sus vecinos y el mundo. El nuevo enfoque exterior de la estrategia de crecimiento y desarrollo de China parece apuntar a hacer de esta visión una realidad.
Con la colaboración de Project Syndicate
Autor: Michael Spence es premio Nobel de economía.
REUTERS/ Bobby Yip
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