Europa busca cobijo ante la tormenta

Mohamed A. El-Erian
Chairman, President Barack Obama’s Global Development Council

A medida que confluyen tres tempestades diferentes (la crisis griega, la incursión rusa en Ucrania y el ascenso de los partidos populistas), el futuro económico de Europa se va cubriendo de nubes negras. Aunque cada una es una amenaza importante, gracias a la reciente recuperación del ciclo económico es posible abordarlas por separado y sin correr el riesgo de sufrir más que algunas perturbaciones temporales. Sin embargo, si se convierten en una especie de “tormenta perfecta” será muy difícil volver a los buenos tiempos.

En estos momentos, las tres se encuentran en etapas de formación diferentes. Tras haberse ido acumulando por años, la crisis griega está a punto de estallar. Más allá del potencial de ser el primer país en salir de la eurozona, Grecia se arriesga a convertirse en un estado fallido, lo que significaría una amenaza de múltiples dimensiones para el resto de Europa. No sería tarea fácil paliar el impacto geopolítico y las consecuencias humanitarias (relacionadas con la migración transfronteriza) que esto acarrearía.

La segunda tormenta que avanza desde el este es el costoso conflicto militar en la región ucraniana del Donbás. El acuerdo de alto al fuego Minsk II sólo ha contenido en parte la crisis del este ucraniano, que refleja la más profunda grieta en la relación de Occidente con Rusia desde el colapso de la Unión Soviética.

Si Rusia sigue interfiriendo en Ucrania (directamente y/o mediante fuerzas separatistas en el Donbás), Occidente se verá ante un difícil dilema: endurecer sus sanciones, lo que tendría el potencial de empujarlo a una recesión cuando Rusia responda con sanciones en represalia, o amoldarse a las ambiciones expansionistas del Kremlin y poner en riesgo a otros países con minorías rusoparlantes (entre ellos, los estados bálticos que forman parte de la UE).

La tercera tempestad, el surgimiento de tumultos políticos por la agitación de los movimientos políticos populistas, representa otra amenaza seria. Alimentados por una amplia insatisfacción del electorado (sobre todo en las economías que experimentan tiempos difíciles), tienden a centrarse en un pequeño conjunto de temas, como el rechazo a la inmigración, la austeridad o la Unión Europea, básicamente a lo que puedan presentar como chivo expiatorio de los problemas que aquejan a sus países.

Los griegos ya dieron una cómoda victoria en enero a Syriza, el partido antiausteridad de extrema izquierda. En Francia, el Frente Nacional de extrema derecha está segundo en los sondeos, mientras que en Dinamarca el Partido Popular, que tiene una clara posición de rechazo a la inmigración, logró un 22% en las elecciones generales que se acaban de celebrar. Por su parte, en España el izquierdista partido Podemos, que centra su programa en medidas antiausteridad, está alcanzando apoyos de dos dígitos.

Las tendencias extremistas y estrechas plataformas de estos partidos están limitando el margen de maniobra de los gobiernos, al hacer a que los partidos y políticos relativamente moderados tengan que adoptar posturas más radicales. La preocupación de que la capacidad del Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP) erosionara la base política del Partido Conservador llevó al Primer Ministro David Cameron a prometer la realización de un referendo acerca de la continuidad de su país en la Unión Europea.

Los gobernantes europeos deben actuar con rapidez para disipar estas tormentass antes de que confluyan y tomar medidas eficaces para hacer frente a las perturbaciones que puedan originar. Un factor alentador es que últimamente se han reforzado bastante las herramientas de gestión de crisis, en especial desde el verano de 2012, cuando el euro estuvo muy cerca del colapso.

De hecho, no sólo hay mecanismos institucionales de desactivación, como el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera, sino que también se ha dado más flexibilidad y eficacia a las entidades actuales. Más aún, el Banco Central Europeo está participando de una iniciativa de compra de bonos a gran escala que se puede ampliar fácil y rápidamente. Y países como Irlanda, Portugal y España han logrado reducir, con esfuerzo y penurias, su vulnerabilidad al contagio de crisis que pudieran acaecer a su alrededor.

Sin embargo, estas defensas podrían quedar gravemente afectadas si las tormentas llegan a confluir en un único y devastador vendaval. Considerando la interconectividad fundamental de la UE (en términos económicos, financieros, geopolíticos y sociales), el impacto destructivo de cada golpe amplificaría el de los demás, produciendo recesión, reavivando la inestabilidad financiera y creando focos de tensión social. Todo esto elevaría un paro que ya es elevado, pondría al descubierto los excesos de la toma de riesgos financieros, envalentonaría a Rusia e intensificaría aún más los movimientos populistas, impidiendo que se puedan adoptar políticas más integrales.

Afortunadamente estamos en un punto en que una tormenta perfecta como ésta es más un riesgo que un hecho desde el que haya que partir. Sin embargo, considerando toda la destrucción que puede llegar a causar, es necesario que las autoridades le presten la atención que merece.

Para garantizar el futuro económico de Europa en este contexto será preciso, antes que todo, un compromiso renovado con las iniciativas de integración regional (completar la unión bancaria, dar impulso a la unión fiscal y avanzar en la unión política) que se han visto desplazadas por los inceasantes encuentros y reuniones sobre Grecia. De modo similar, en el nivel nacional hay que revitalizar las iniciativas de reformas económicas que apuntan a estimular el crecimiento, que parecen haber perdido cierta urgencia ante unos mercados financieros excesivamente acomodaticios y complacientes. Todo esto alivianaría la presión sobre el BCE, que hoy se ve obligado a impulsar múltiples y ambiciosos objetivos que superan con mucho su capacidad de posibilitar resultados satisfactorios de manera sostenible en los ámbitos del crecimiento, el empleo, la inflación y la estabilidad financiera.

Es compensible la atención que está recibiendo el chaparrón en Grecia, pero no debería diatraer tanto a las autoridades a cargo de formular políticas como para no prepararse para las otras dos tormentas posibles y, lo que es mucho más preocupante, el peligro de que se fusionen en una sola. Los gobernantes europeos deben actuar hoy para reducir los riesgos y no acabar constatando que sus refugios no los protegen de las inclemencias del futuro.

Con la colaboración de Project Syndicate 

Autor: Mohamed A. El-Erian es presidente del Global Development Council del presiente estadounidense Barack Obama. 

REUTERS/  Amit Dave

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