Cómo no pagar una deuda soberana

La política de riesgo calculado sobre las deudas de Grecia ha planteado el interrogante de si el país entrará en default (o cuándo). Sin duda, sería mucho mejor para Grecia y sus acreedores llegar a una solución negociada. Pero ese resultado está lejos de estar garantizado. El gobierno griego a duras penas logró hacer un pago significativo el mes pasado y pagos aún mayores vencen en el transcurso del verano (boreal), empezando en junio con una cuota de más de 1.500 millones de euros de su deuda con el Fondo Monetario Internacional.

Mientras las autoridades griegas consideran sus opciones, harían bien en tener en mente que existen mejores y peores maneras de incumplir el pago de una deuda soberana -especialmente habida cuenta del deseo de los países de reestablecer su solvencia lo antes posible-. En las próximas semanas y meses, sería inteligente que el gobierno griego considerara tres lineamientos:

No echar pestes: el default es doloroso, inclusive si termina resultando la opción correcta en el largo plazo. En medio de todo ese sufrimiento, es tentador apuntar con el dedo. Pero es importante resistir ese impulso. Es mucho más probable que los deudores soberanos tengan que interactuar con los mismos acreedores y actores internacionales en otro momento. Es difícil saber cuánto daño le infligieron los pronunciamientos poco diplomáticos de la Argentina durante su saga de default a sus esfuerzos por abrirse camino en el sistema legal de Estados Unidos; lo que resulta evidente es que su retórica oficial poco meditada no favoreció su causa.

En el contexto griego, ya ha habido suficientes insultos por varias crisis de deuda. Emitir una declaración de arrepentimiento ante la incapacidad de llegar a una solución negociada, ofreciendo planes claros a corto y largo plazo para gestionar el default y delineando una estrategia convincente para la recuperación y el crecimiento serían preferibles, por lejos.

Hablar con claridad: Luego de un incumplimiento de pago, quizás exista la sensación de que nadie escucha ni siquiera la más racional de las explicaciones. Los acreedores probablemente insistirán en que el default fue un error terrible y argumentarán que la recuperación es imposible a menos que se revierta rápidamente la decisión. Algunos analistas, en verdad, pueden desearle el mal a un país insubordinado, aunque más no sea para probar un punto o enseñarles una lección a quienes potencialmente quieran hacer lo mismo. Pero otros actores, entre ellos potenciales acreedores futuros, podrían estar más abiertos a la persuasión.

Por lo general se dice que la solvencia depende de dos cosas: la voluntad de pago y la capacidad de pago. Un default es una manifestación concreta de los límites de la voluntad de pago de un estado, al menos en el corto plazo. Y aun así las cosas no necesariamente son tan blancas y negras. Un país que incumple con sus pagos puede dejar en claro que el rechazo de un pago de deuda determinado no necesariamente conlleva un rechazo de la lógica de los pagos de la deuda en su totalidad.

En el caso de Grecia, algunos inversores y analistas pueden congeniar con la opinión de las autoridades de que las medidas de austeridad no hicieron más que afectar su recuperación. Pueden aceptar que un default podría ser parte de un paquete de políticas destinadas a mejorar los elementos fundamentales de la economía de un país y así su capacidad para pagar su deuda en el largo plazo.

Pagar parte de la deuda: Suena contradictorio, pero los países en default deberían considerar el pago de parte de sus deudas -según sus propios términos o de manera escalonada- como un modo de reconstruir su solvencia. Si la explicación de un default incluye una afirmación de que los pagos deberían estar asociados a la recuperación económica, entonces puede tener sentido especificar las condiciones para reanudar los pagos -y seguir adelante cuando se cumplan las condiciones.

Sin duda, esto podría debilitar el apalancamiento de un deudor -la promesa de pago futuro- para hacer regresar a los acreedores a la mesa de negociaciones. Pero también demostraría tanto a los antiguos acreedores como a los potenciales acreedores nuevos, no sólo una capacidad, sino también una voluntad de hacer pagos, creando así incentivos para que los actores externos respalden la recuperación económica.

Inclusive después del rechazo por parte de la Unión Soviética de las deudas de la Rusia zarista -quizás el default de deuda más tristemente célebre (y más malinterpretado) del siglo XX- ciertos acreedores manifestaron un interés por prestarle dinero al nuevo régimen, en parte porque las agencias soviéticas pagaron la deuda que consideraban legítima. Más recientemente, Ecuador continuó efectuando pagos sobre la pequeña porción de deuda que consideraba aceptable después de incumplir con el pago de sus deudas internacionales en 2008 (bajo circunstancias muchos menos extremas que las de Grecia). Este pago contribuyó a una lenta mejora de su calificación de crédito y a su eventual retorno a los mercados de capital internacionales en 2014.

Aún si Grecia llega a un acuerdo a tiempo para hacer el primer pago al FMI que vence a principios de junio, tal vez no tenga suficiente para cubrir los pagos aún mayores que vencen durante el resto del verano. Existe la posibilidad de que el gobierno griego y sus acreedores regresen a la mesa de negociaciones otra vez. Un default unilateral, es de esperarse, no será necesario. Pero si Grecia no toma esa ruta, debería buscar que su camino sea lo más tranquilo posible.

 

Con la colaboración de Project Syndicate

Autor: Odette Lienau es profesora asociada de derecho en Cornell University.

REUTERS/ Alkis Konstantinidis

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