Desempleo, radicalización y falta de espacios para la juventud de Medio Oriente

“No hay espacios para los jóvenes, y están bajo una gran presión”, me dijo un periodista egipcio, a la vez que añadía que “el EI se encuentra en el pensamiento de todos”, un comentario impactante, ya que provenía de un joven que secular, educado y de familia acomodada.

Las anécdotas de por qué los jóvenes de Egipto, Túnez y de otros países en la región del Medio Oriente y el norte de África (MENA, por sus siglas en inglés) se unen o por lo menos apoyan los movimientos yihadistas, con frecuencia mencionan una sensación de grave injusticia relacionada con agravios personales o políticos, aunados a una profunda alienación de sus propias sociedades.

De acuerdo con Imen Triki, abogado que ha representado a muchos yihadistas que han regresado a Túnez, “En Siria les dicen que les darán casas y esposas. Estas personas están tan aisladas de nuestra sociedad, que algunos eligen esta opción de inmediato”. El sentido de propósito parece ser también otra motivación; “preferiría morir como mártir en Siria que tomando cerveza en Túnez”, declaró un joven de un distrito pobre de la ciudad.

El desempleo es uno de los muchos factores que contribuyen a la alienación que con frecuencia surge durante los debates acerca de la radicalización, y es lógico que los jóvenes sin perspectiva alguna sean fácilmente seducidos por promesas de trabajo y estatus. Las estadísticas del desempleo juvenil en de MENA son alarmantes, las más altas del mundo, y van del 25% al 60% en gran parte de la región, de acuerdo con un reciente informe de Educación para el Empleo.

Ciertamente, los jóvenes de la región están muy al tanto del problema; en una encuesta reciente entre residentes de 18 al 35 años de edad de los países de MENA, en promedio el 80% dijo que el desempleo es un problema principal, y esa cifra alcanza el 90% entre los entrevistados en Egipto, Túnez, Marruecos, Jordania, Líbano y Siria. El hecho de que aquellos con títulos universitarios tengan incluso más posibilidades que los menos educados de estar desempleados o subempleados empeora el problema, así como el hecho de encontrarse atascados en un largo periodo de espera; los observadores desde Tocqueville han notado que aquellos que se rebelan no son con frecuencia los miembros desfavorecidos de la sociedad, sino aquellos cuyas expectativas de avance económico y social se han visto frustradas.

No obstante, el desempleo juvenil en MENA por sí solo no explica por completo la radicalización, ya que se cuenta con muchas anécdotas de aquellos que han abandonado sus trabajos, sus parejas e incluso sus hijos para unirse a las causas yihadistas. Ahmed al-Darawy es uno de estos casos: un hombre egipcio de 38 años proveniente de una familia acomodada y que se convirtió en oficial de policía con la esperanza de avanzar una reforma. Su carrera como policía lo desilusionó pero inició una exitosa carrera en el campo de las telecomunicaciones, se unió a la revolución en 2011 como activista secular e incluso se postuló al parlamento, pero después se desilusionó ante la falta de cambio verdadero cuando los activistas seculares e islamistas comenzaron a enfrentarse unos contra otros en 2013.

Se fue a Siria donde murió en mayo de 2014 peleando por el EI. La historia de Darawy es una de altas expectativas y desilusiones en serie que desembocaron en la desesperación; como algunos activistas lo dicen, “teníamos grandes ambiciones…cuando ninguna de ellas se logró, la desilusión fue tan grande como la ambición”.

En efecto, la historia de Darawy sugiere un enlace diferente entre el desempleo y la radicalización: que ambos podrían estar relacionados con expectativas frustradas. Educación para el Empleo, que ha estado abordando el reto del desempleo juvenil en MENA desde 2002, nota un “grave desajuste” entre las destrezas que los empleadores exigen y las que las universidades ofrecen en la región; y que incluso cuando se posee mérito y motivación, se necesita tener muchas conexiones personales para poder obtener un buen empleo.

Sólo el sector privado puede generar esos trabajos y en teoría debería invertir en la educación para preparar a la fuerza laboral. Pero EPE reporta que los gobiernos de MENA en general se han mostrado hostiles a las empresas del sector privado, sobre todo al tratarse de emprendedores privados y PYMEs sin conexiones con el gobierno: las compañías con más posibilidades de generar empleos para los jóvenes a punto de ingresar a la fuerza laboral.

Para ir más allá de los argumentos que con frecuencia se repiten acerca del desempleo juvenil y la radicalización, uno podría incluso considerarlos como dos fenómenos arraigados en un mismo problema: la falta de voluntad de muchos gobiernos y élites dirigentes de MENA para darle espacio a una nueva generación, la cual quiere implementar cambios desde abajo hacia arriba que sean económicos (liderados por emprendedores y PYMEs) así como políticos y sociales (liderados por movimientos, sociedad civil y partidos políticos).

De cierto modo, los levantamientos por la dignidad y libertad de 2011 y lo que mi colega Maha Yahya ha llamado la “atracción fatal” de la juventud árabe al EI son dos caras de la misma moneda: una generación joven que rechaza el orden económico y político que sus progenitores construyeron o que al menos han aceptado. Cuando un estudiante de doctorado que pasó tiempo con los islamistas salafis le preguntó a uno por qué los yihadistas siempre estaban sonriendo mientras que otros jóvenes tunecinos parecían estar desanimados, el tunecino respondió, “Porque tenemos esperanzas”.

Los jóvenes también sienten una gran hostilidad de sus mayores; un joven bloguero recientemente me dijo que puede percibir una “agenda de revancha” en contra de toda su generación por parte del estado, sobre todo de la policía, por el papel que desempeñaron en el levantamiento de 2011. Este conflicto generacional es ahora palpable en la región de MENA, y constituye un importante obstáculo para convertir a la generación joven de la región en un dividendo demográfico en lugar de que sea una carga social.

 

Autor: Michele Dunne es miembro asociada, Programa del Medio Oriente de la Fundación para la Paz Internacional

REUTERS/ Muhammad Hamed

 

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