Las inversiones correctas en salud
La epidemia de ébola en África Oriental ha dominado los titulares durante gran parte del último año. Pero, sin importar cuán devastador haya sido ese brote, sus 20 000 víctimas mortales se ven empequeñecidas por las de enfermedades evitables, como el SIDA, la tuberculosis y la malaria, conjuntamente responsables de más de 3 millones de muertes en 2013 y que afectan más duramente a los más desposeídos. Esto no debiera ser así, de hecho, ocuparnos de estas enfermedades sería una inversión extraordinaria.
Lo cierto es que carecemos de los recursos –tanto humanos como de capital– para solucionar todos los problemas que enfrenta el mundo, por lo que debemos centrarnos en aquellas áreas en las que podemos lograr mejores resultados. Eso es lo que están procurando 193 gobiernos nacionales al crear un conjunto de objetivos de desarrollo para 2030. Para ayudar a guiar esos esfuerzos, el grupo de expertos que dirijo, el Copenhagen Consensus Center, ha solicitado a 60 equipos de economistas de primera línea que evalúen algunos de los principales objetivos y preparen una justificación económica para elegir aquellos que formarán parte de la lista final.
La salud es uno de los grandes temas, por lo que estuvo en manos de seis grupos de expertos y recibió ocho comentarios, que conjuntamente cubren mucho terreno analítico. Pero un objetivo se destacó especialmente por su rentabilidad: ocuparse de las enfermedades mortales evitables.
Consideremos a la tuberculosis, que mata aproximadamente a 1,4 millones de personas al año. Hay en el mundo 2000 millones de personas infectadas con la bacteria que causa la TB; una cada diez de ellas desarrollará la enfermedad.
Ciertamente, se han logrado avances significativos en la lucha contra la TB, que ha matado aproximadamente a 100 millones de personas durante el siglo XX. Los antibióticos prácticamente la eliminaron en los países ricos y han ayudado a reducir la tasa de mortalidad por TB más de un tercio en las últimas dos décadas salvando, según las estimaciones, unos 37 millones de vidas desde 1995.
Pero la TB continúa omnipresente entre los pobres y los avances para eliminarla se han visto obstaculizado por los sistemas de salud débiles, la pobreza y cepas de TB multirresistentes. A pesar de las muertes que causa, el tratamiento de la TB solo recibe el 4 % de la asistencia para el desarrollo invertida en salud, cuando el SIDA recibe el 25 %.
Uno de los problemas es que la TB puede ser difícil de detectar, especialmente en países con sistemas de salud débiles. Por eso la Organización Mundial de la Salud recomienda el uso preventivo de drogas para las poblaciones de alto riesgo, que cuestan solo 21 dólares por persona. El tratamiento es altamente efectivo y, en promedio, puede extender la vida productiva unos 20 años.
Con unos 8 mil millones de USD al año, casi todos los portadores de TB en el mundo podrían recibir el tratamiento, un esfuerzo que generaría casi 350 mil millones de USD en beneficios. En otras palabras, cada dólar gastado en el tratamiento de la TB generaría 43 dólares de beneficios, eso lo convertiría en una inversión increíblemente buena.
Otra enfermedad asesina que afecta desproporcionadamente a los pobres y los vulnerables es la malaria. Actualmente, el 90 % de las muertes por malaria tiene lugar en el África subsahariana y el 77 % son niños de menos de cinco años de edad.
En este caso también existe una solución rentable. Si bien la artemisina es el medicamento antimalaria más eficaz, su uso difundido puede generar resistencia entre los parásitos que causan la enfermedad. Administrar la artemisina combinada con uno o más medicamentos antimalaria adicionales, sin embargo, puede demorar el desarrollo de la resistencia y ayudar a salvar casi medio millón de vidas al año. Una inversión de 500 millones de USD para combatir la malaria generaría beneficios por aproximadamente 20 mil millones de USD (o, con mayor exactitud, 36 dólares por cada uno invertido).
La tercera de las principales enfermedades asesinas, el VIH/SIDA surgió mucho más recientemente que la TB y la malaria, que existen desde hace miles de años. Si bien el tratamiento con drogas antirretrovirales ha significado una diferencia enorme para los portadores de VIH, no es barato. Salvar 200 000 vidas en los países más afectados requeriría aproximadamente mil millones de USD al año y eso significa que cada dólar invertido generaría unos 10 en beneficios.
Pero existe una opción más eficiente. La circuncisión masculina es un tratamiento único que puede reducir en aproximadamente el 60 % la transmisión del VIH a los hombres durante las relaciones sexuales y, con cierto retardo, también reduce la transmisión a las mujeres. Si bien este enfoque no sería tan eficaz como el tratamiento extendido con drogas, costaría apenas 30 millones de USD al año y generaría beneficios por casi 1000 millones. La rentabilidad es de 28 USD por cada dólar gastado.
Considerando la sólida justificación para abordar unas pocas enfermedades específicas evitables o curables, podríamos suponer que mejorar la cobertura general de salud para ayudar a proteger a las poblaciones de todas las enfermedades que enfrentan traería consigo beneficios aún mayores. Por ejemplo, un economista que trabaja en el proyecto sostuvo que centrarse en un puñado de enfermedades clave genera islas de excelencia en un mar de disfunción.
Pero, en realidad, un enfoque amplio sería mucho más caro y mucho menos eficiente. Mejorar la salud general para todo el mundo en desarrollo costaría más de 400 mil millones de USD al año y solo generaría 4 USD por dólar invertido.
Las iniciativas relacionadas con la salud no solo pueden salvar vidas, sino también transformarlas, por lo que debieran ser parte de la nueva agenda para el desarrollo mundial. El desafío reside en identificar aquellas iniciativas específicas que aprovecharán al máximo los recursos limitados. Depende de los líderes mundiales examinar la evidencia y tomar decisiones inteligentes. Millones de vidas dependen de ello.
Con la colaboración de Project Syndicate
Autor: Bjørn Lomborg, es profesor adjunto en la Copenhagen Business School.
REUTERS/ Lucy Nicholson
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