La deflación es buena para Europa

En la economía mundial actual, no hay un precio más importante que el del petróleo crudo. Se producen (y se consumen) más de 80 millones de barriles diarios y una gran parte de esa producción se comercializa internacionalmente. Así, pues, la acusada bajada del precio del petróleo crudo –de unos 110 dólares el año pasado a unos 60 dólares hoy– está permitiendo ahorrar centenares de miles de millones de dólares en importaciones de petróleo. Para la Unión Europea y los Estados Unidos, el beneficio de dicha bajada equivale al dos o el tres por ciento, aproximadamente, del PIB.

Para Europa, los beneficios de un petróleo barato podrían aumentar con el tiempo, porque los contratos de suministro de gas a largo plazo están en gran medida vinculados con el precio del petróleo, lo que representa otra ventaja para esa región, donde los precios del gas natural eran, hasta hace poco, varias veces mayores que en los EE.UU., beneficiados por unos menores costos de la energía del esquisto.

Pero muchos observadores han sostenido que el petróleo barato tiene también un aspecto negativo, porque exacerba las tendencias deflacionarias en los países avanzados, que ya parecen haber caído en la trampa del crecimiento escaso. Según esa opinión, el acusado descenso de los precios del petróleo dificultará aún más a los bancos centrales de dichos países la consecución de la tasa de inflación anual del dos por ciento, que la mayoría han fijado en cumplimiento del mandato para la estabilidad de los precios.

La zona del euro en particular parece estar en peligro, pues ahora los precios están bajando por primera vez desde 2009. Según se sostiene, esa deflación es mala, porque dificulta aún más a los deudores –en particular los de las economías con problemas de la periferia de la zona del euro (España, Grecia, Irlanda, Italia y Portugal)– el pago de lo que deben.

Pero ese temor es infundado, porque se basa en un malentendido. Lo que importa para la capacidad de servicio de la deuda son los ingresos de los deudores, no el nivel general de los precios.

Al bajar los precios del petróleo, los ingresos reales (ajustados a la inflación) de los hogares deben aumentar, porque no han de gastar tanto en combustible y calefacción. Unos precios inferiores del petróleo facilitan la vida, no la complican, para los hogares muy endeudados en los EE.UU. y la periferia de la zona del euro. Así, pues, se debe considerar que unos menores precios al consumo son una buena señal.

La mayoría de las empresas manufactureras se beneficiará también de unos menores costos de la energía, con lo que mejorará su capacidad para el servicio de sus deudas, cosa que también es particularmente relevante en la periferia de la zona del euro, donde el sector no financiero acumuló demasiadas deudas durante el auge crediticio que precedió a la crisis financiera mundial de 2008. Además, aunque la mayoría de los ahorros que entrañan unos costos inferiores de la energía podrían manifestarse al principio en forma de unos beneficios mayores, con el tiempo la competencia obligará a las empresas a transmitir algunos de esos beneficios caídos del cielo en forma de precios inferiores o salarios superiores.

Ésa es otra importante consecuencia del petróleo barato: con unos precios menores resulta más difícil calcular el punto en el que la presión de los salarios se vuelve inflacionista. Como los salarios pueden aumentar hasta cierto punto sin avivar la inflación, la Junta de Gobernadores de la Reserva Federal podría sentirse inclinada a aplazar la subida de los tipos de interés, cosa que hará –como ahora se espera de forma generalizada– en el próximo verano.

Las haciendas públicas deberían beneficiarse también de la deflación engendrada por unos menores precios del petróleo. Los ingresos estatales dependen del valor de la producción nacional, no sólo del consumo. Aunque unos precios inferiores del petróleo deprimen los precios al consumo, deberían impulsar la producción y el PIB total.

De no haber grandes cambios en los precios de las materias primas, el índice de precios al consumo evoluciona  junto con el deflactor del PIB (el deflactor de los precios correspondientes a toda la economía), pero no será así este año, porque los precios al consumo están bajando, mientras que el deflactor del PIB (y el PIB nominal) sigue aumentando, lo que debe propiciar unos ingresos estatales sólidos y constituye una buena noticia para los gobiernos muy endeudados de todo el mundo industrial, pero en particular para la periferia de la zona del euro.

Así, pues, se debe considerar que la bajada de los precios al consumo que la zona del euro está experimentando actualmente es una novedad positiva para todos los importadores de energía. La periferia de la zona del euro, en particular, puede esperarse una combinación ideal de tipos de interés bajos, un tipo de cambio del euro favorable y un aumento de los ingresos reales gracias al petróleo barato. En un ambiente deflacionario, unos precios menores del petróleo parecen dificultar al Banco Central Europeo la consecución de su objetivo de una tasa de inflación cercana al dos por ciento. En realidad, unos menores precios del petróleo representan una bendición para Europa y en particular para aquellas de sus naciones que más dificultades afrontan.

Con la colaboración de Project Syndicate.

Autor: Daniel Gros es director del European Policy Studies Center, con base en 0 Bruselas. 

REUTERS/Peter Nicholls

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