‘Estancamiento secular’ gratuito
Hay algo que está definitivamente descompuesto en el actual estado del capitalismo. A pesar de que las tasas de interés se encuentran en niveles bajos sin precedentes, la inversión en los países más avanzados se encuentra muy por debajo de lo que era en los años anteriores a la crisis de 2008, mientras que las tasas de empleo continúan siendo obstinadamente bajas. E incluso en el período pre crisis, la inversión no era impresionante, dado el bajo nivel de las tasas de interés que prevalecían en ese momento.
Por alguna razón, llegar a niveles de inversión que generen pleno empleo parece requerir tasas reales de interés negativas (ajustadas según la inflación), lo que equivale a decir que para que la gente invierta hay que pagarle. Pero en un mundo con inflación reducida y tasas de interés nominales iguales a cero, puede resultar imposible lograr las tasas reales de interés negativas que se requieren. Éste es el mal que Larry Summers, recordando una monografía escrita por Alvin Hansen en 1938, ha apodado “estancamiento secular”.
Las implicaciones que este estado de cosas tienen para las políticas son un ámbito abierto a debate, que aparece muy bien resumido en un libro electrónico editado por Coen Teulings y Richard Baldwin. Para los keynesianos, la respuesta reside en un política monetaria no convencional (por ejemplo, la relajación cuantitativa), un estímulo fiscal y un objetivo de tasa de inflación más elevado. Pero, como bien lo señalan Larry Summers y otros, las políticas monetarias laxas pueden desatar burbujas financieras y un estímulo fiscal prolongado puede terminar en una crisis de deuda.
Más aún, las políticas favorecidas por los keynesianos abordan solamente las consecuencias del estancamiento secular, no sus causas – sobre las cuales existe aún menos convergencia. Para algunos, el problema se encuentra en un exceso de ahorro que obedece a un menor crecimiento demográfico, a una mayor esperanza de vida en un contexto de umbrales de jubilación estáticos – una combinación de factores que obliga a la gente a ahorrar más para su vejez. Pero, como lo señala Barry Eichengreen, el aumento del ahorro no parece ser lo suficientemente cuantioso como para explicar esto.
Para otros, lo que constituye el problema es una menor demanda de inversión, la que se debe en parte al hecho de que en la actualidad el costo de las máquinas es mucho más reducido y el progreso tecnológico se ha ralentizado desde 1970. Según afirman algunos economistas, como Robert Gordon y Tyler Cowen, los avances tecnológicos del pasado, entre ellos el agua corriente, el aire acondicionado y el transporte aéreo comercial, tuvieron un impacto social más fuerte – por ejemplo, dando origen al estilo de vida suburbano con sus automóviles y centros comerciales – que muchos de los adelantos de hoy día.
Esta evaluación no es del agrado de optimistas como Joel Mokyr o Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee, quienes no llegan a creer que el progreso tecnológico se haya frenado. Por el contrario, sostienen que el concepto tradicional empleado para medir el producto y el crecimiento económico, el producto interno bruto, subestima el progreso. Después de todo, nuestra vida se ha hecho intensamente más productiva gracias a Google, Wikipedia, Skype, Tweeter, Facebook, YouTube, Waze, Yelp, Hipmunk, Pandora y muchas otras firmas. Pero todas proveen sus servicios de manera gratuita, lo que significa que los beneficios que proporcionan no se contabilizan en el PIB.
Según afirma Edward Glaeser, resulta difícil creer que la familia media estadounidense, que se supone está en peores condiciones que en 1970, esté dispuesta a deshacerse de sus celulares, del acceso a internet y de nuevas tecnologías médicas para regresar a esa idílica era. Por lo tanto, las cifras del PIB deben estar excluyendo una gran parte del progreso.
El hecho de que se proporcione tanta innovación de manera gratuita no sólo crea un problema de medición para los economistas, sino que también constituye un problema muy real para quienes buscan oportunidades de inversión. En la bonanza económica posterior a la segunda guerra mundial, si alguien quería un aparato de aire acondicionado, un automóvil o un periódico, tenía que comprarlo, con lo que les daba la oportunidad de ganar dinero a los proveedores.
Pero los productos intensivos en información – típicos de las economías tecnológicamente avanzadas de hoy – son diferentes. Puesto que el costo de proporcionar una copia extra es prácticamente inexistente, es difícil cobrar por ellos.
Las emisiones de radio y televisión fueron las primeras en enfrentar este problema porque no podían evitar que quien tuviera un receptor recibiera la señal. Se vieron obligadas a desarrollar un modelo basado en la publicidad, con lo cual hicieron posible que terceros incurrieran en el pago de los beneficios recibidos por el consumidor. Supuestamente esto es lo que hace que Google sea tan rentable, aunque a mí me cuesta creer que los enormes beneficios que yo recibo como un asiduo y satisfecho usuario los paguen las infrecuentes compras que hago por internet.
Es decir, vivimos en un mundo donde gran parte del progreso que permite la nueva tecnología se traduce en productos que tienen que ofrecerse de manera gratuita. Un subconjunto algo caprichoso de productos potenciales puede volverse rentable, si encuentra un modelo de negocios adecuado – por ejemplo, a través de publicidad o de la venta de la información que pasivamente se recoge de los usuarios.
Pero a muchos otros, como Wikipedia y la radio pública, les resulta difícil sobrevivir. Los productos gratuitos también deprimen el valor de sus sustitutos cercanos: si bien para recobrar los costos de una obra de teatro que cuesta US$1 millón es posible que sea necesario vender entradas a US$100, algunos cineastas pueden ganar dinero en un filme que cuesta US$200 millones vendiendo las entradas a US$10 a los consumidores que no están dispuestos a esperar unas pocas semanas hasta que su servidor de TV cable lo ofrezca.
Usted, señor lector, puede acceder en forma gratuita al libro electrónico que mencioné al principio, y que incentivó esta columna (tanto como a esta propia columna). No sorprende entonces que a tantas personas les cueste llegar a fin de mes. Pero los fondos del Center for Economic Policy Research, que publicó el libro electrónico, y de Project Syndicate, que distribuye esta columna, provienen, por lo menos en parte, de donantes.
Es posible que esto no sea una coincidencia. Para aprovechar las posibilidades de la nueva tecnología quizás necesitemos de formas que están fuera del mercado para pagar las contribuciones valiosas. El modelo económico capitalista enriqueció a Bill Gates, pero su fundación ahora financia valiosos descubrimiento tecnológicos de maneras que no son rentables. Al igual que con las tasas reales de interés negativas, pero de una forma más enfocada y eficiente, tal vez tengamos que pagar para que se lleven a cabo inversiones valiosas.
Con la colaboración de Project Syndicate.
Autor: Ricardo Hausmann es ex ministro de Planeamiento de Venezuela y ex economista jefe del BID,
REUTERS/China Daily China Daily Information Corp – CDIC
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