Reformando la reforma griega

El nuevo Gobierno de Grecia, encabezado por el partido Syriza, que se opone a la austeridad, representa para la zona del euro una amenaza que hasta ahora no había tenido que afrontar: la de tratar con funcionarios nacionales que están fuera de la principal corriente tradicional europea. Syriza es en muchos sentidos un partido radical y con frecuencia se califican sus ideas sobre la política económica de propias de la extrema izquierda, pero su posición sobre la deuda y la austeridad cuenta con el apoyo de muchos economistas totalmente ortodoxos de Europa y los Estados Unidos. Entonces, ¿qué es lo que diferencia a Syriza?
Todas las negociaciones entre deudores y acreedores entrañan en alguna medida actitudes faroleras y bravuconas, pero el rebelde ministro de Hacienda de Grecia, Yanis Varoufakis, ha planteado con audacia su posición ante los medios de comunicación y el público de un modo que deja pocas dudas sobre su disposición a jugar fuerte.

Sería de esperar que las negociaciones entre los griegos y la “troika” (la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional) versarían principalmente sobre la consecución de un acuerdo relativo a los aspectos económicos de la situación, pero eso sería hacerse ilusiones. Los alemanes, junto con los países acreedores más pequeños, no están dispuestos a relajación alguna de la austeridad y se muestran inflexibles respecto de que la “reforma estructural” deba seguir siendo una condición para una nueva financiación. Consideran que ofrecer unas condiciones más fáciles sería económicamente contraproducente, entre otras cosas porque brindaría una oportunidad a los griegos de volver a las andadas.
Así, pues, lo que estamos presenciando no es un debate económico racional, sino un puro y siempre regateo y prácticamente la única baza negociadora que tiene Varoufakis puede ser la amenaza implícita de que Grecia podría abandonar el euro. La amenaza es sólo implícita; la mayoría de los griegos no quieren el abandono del euro y Varoufakis y el Primer Ministro, Alexis Tsipras, han procurado últimamente no declarar semejantes intenciones, pero, sin la amenaza, la actitud de Varoufakis de hacer valer su legitimidad democrática encontraría casi con toda probabilidad oídos sordos en Berlín, Fránkfurt y Bruselas. Syriza no tendría otra opción que la de continuar con el programa económico para cuya revocación fue elegido.
La eficacia de la amenaza de que Grecia salga depende de dos condiciones. En primer lugar, Alemania y otros miembros de la zona del euro deben considerarla un riesgo importante para ellos mismos. En segundo lugar, un regreso al dracma debe ofrecer la perspectiva de que la economía griega acabará mejorando por sí sola más que dentro de una unión monetaria (y con el programa económico vigente). A falta de la primera condición, la zona del euro responderá a Grecia así: “Por favor, márchese”. A falta de la segunda condición, la amenaza de Grecia no será creíble.
Y aquí es donde la economía vuelve a salir a escena. Examinemos la primera condición. Algunos observadores parecen haberse convencido de que cualesquiera efectos indirectos de la salida de Grecia serían soportables. Grecia es pequeña y, además, está en una situación extraordinariamente desesperada, por lo que es posible que otros miembros frágiles –España, Portugal e Italia– se libraran del contagio financiero y la viabilidad del euro no resultase afectada dramáticamente.
Pero las consecuencias son imprevisibles y los costos de cualquier efecto de dominó son potencialmente tan grandes, que a Alemania y los demás acreedores no les interesa precipitar la hipótesis de la salida de Grecia. Al contrario, presidir el desmembramiento de la zona del euro ha de ser una de las peores pesadillas de la Canciller de Alemania, Angela Merkel.
La segunda condición, relativa a los efectos en la economía griega, resulta más dificil de ver con claridad. También a este respecto hay muchas hipótesis de desastre. La salida de Grecia requeriría controles de capitales y el aislamiento financiero, al menos durante un tiempo. La incertidumbre resultante sobre las políticas y los precios podría producir una sacudida muy negativa en la economía real y provocar niveles aún mayores de desempleo.
Pero hay ejemplos claros de resultados económicos positivos tras la ruptura de un vínculo monetario similar. Gran Bretaña abandonó el patrón oro muy pronto, en 1931, para poder relajar las condiciones monetarias y reducir los tipos de interés y le fue mejor que a los países que retrasaron su salida hasta más adelante. La Argentina abandonó su tipo de cambio fijo frente al dólar y experimentó una recuperación rápida después de dos trimestres malos.
En los dos casos, la recuperación de la soberanía monetaria permitió disponer de una divisa más competitiva, lo que, a su vez, aumentó la demanda de exportaciones y contribuyó a la recuperación económica. Con su salida, la mayor esperanza griega sería algo similar: un acusado impulso de la competitividad exterior. El Gobierno de Grecia tiene un margen limitado para el estímulo fiscal y quedaría excluido de los mercados financieros. Una divisa más barata podría, en principio, corregir los efectos de la austeridad.
La depreciación de la divisa funciona mediante la reducción interna de los costos en divisas. Uno de dichos costos se ha reducido ya en gran medida en Grecia. Desde el comienzo de la crisis, los salarios griegos han bajado más de un 15 por ciento, proceso denominado, con bastante propiedad, devaluación interna. Sin embargo, la reacción en materia de exportaciones ha sido decepcionante. Aunque el enorme déficit por cuenta corriente del país ha desaparecido, ello refleja un desplome de las importaciones, consecuencia de la austeridad, en lugar de un auge de las exportaciones.
Ese dato por sí solo indica que volver al dracma podría no ayudar demasiado a Grecia. Las exportaciones griegas parecen haber topado con otros factores. Unos costos energéticos mayores (por los aumentos de los impuestos al consumo y las tarifas de la electricidad), la paralización del crédito, la especialización en mercados de exportación estancados y la generalizada incertidumbre en materia de políticas parecen haber desempeñado un papel. A consecuencia de ello, los precios de las exportaciones griegas no han bajado tanto como los salarios. La salida del euro podría ser positiva en relación con algunos de dichos costos, pero agravaría otros (como, por ejemplo, la incertidumbre en materia de políticas).
A corto y medio plazo, el aumento de la competitividad griega requiere remedios que eliminen ciertas constricciones impuestas a los exportadores. Un programa griego que determine dichas constricciones y proponga remedios sería una actitud económica mucho mejor que el cumplimiento a ciegas de la lista de reformas estructurales confeccionada por la troika. Además, ofrecería un plan substitutivo y creíble frente al de permanecer en la zona del euro en las condiciones actuales, con lo que fortalecería la posición negociadora de Grecia en pro de un acuerdo que garantice que su salida no llegará a ocurrir.

En colaboración con Project Syndicate

Autor: Dani Rodrik es profesor de ciencias sociales en el Institute for Advanced Study, de Princeton, New Jersey.

REUTERS/John Kolesidis  

 

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