Optimismo hacia la nueva normalidad
La visión convencional sobre el estado de la economía mundial reza más o menos así: desde el inicio de la crisis financiera de 2007-2008, el mundo desarrollado ha luchado por recuperarse, pero sólo Estados Unidos pudo amoldarse. A los países emergentes les fue mejor, aunque ellos también han comenzado a trastabillar últimamente. En un clima económico sombrío, según esta teoría, los únicos ganadores han sido los ricos, lo que resulta en una desigualdad que crece de manera desorbitada.
Ese escenario suena absolutamente correcto –hasta que, si se lo analiza más de cerca, resulta completamente erróneo.
Empecemos por el crecimiento económico. Según el Fondo Monetario Internacional, durante la primera década de este siglo, el crecimiento global anual promedió el 3,7%, comparado con el 3,3% en los años 1980 y 1990. En los últimos cuatro años, el crecimiento promedió el 3,4%. Esto está muy por debajo de lo que muchos habían esperado; en 2010, yo predije que en la próxima década, el mundo podría crecer a una tasa anual del 4,1%. Pero el 3,4% no es un porcentaje desastroso si consideramos los parámetros históricos.
Sin duda, todas las economías grandes y desarrolladas están creciendo más lentamente que en el pasado, cuando sus motores económicos bramaban. Pero la eurozona es la única que ha desilusionado mucho en los últimos años. Yo había previsto, cuando hice mis proyecciones en 2010, que la mala demografía y la productividad débil de la región le impedirían crecer a una tasa superior al 1,5% anual. Pero apenas alcanzó un magro 0,3%.
Para Japón, Estados Unidos y el Reino Unido, las perspectivas son mejores. A ellos les debería resultar relativamente sencillo crecer a una tasa promedio que supere la de la última década –un período que incluye el pico de la crisis financiera-. Por otra parte, la drástica caída del precio del crudo será como el equivalente de un gran recorte impositivo para los consumidores. De hecho, estoy bastante desconcertado ante la decisión del FMI de rebajar su pronóstico de crecimiento para gran parte del mundo. En todo caso, con la caída de los precios del petróleo, una revisión hacia arriba parece garantizada.
Otro factor que respalda una perspectiva más positiva es el reequilibrio que se produjo entre Estados Unidos y China, las dos principales economías del mundo. Ambos países entraron a la crisis financiera con enormes desequilibrios de cuenta corriente. Estados Unidos registraba un déficit de más del 6,5% de su PIB, y China tenía un excedente cercano al 10% de su PIB. Hoy, el déficit estadounidense ha caído a alrededor del 2%, mientras que el excedente chino es inferior al 3%. Considerando que sus desequilibrios entrelazados fueron los causantes esenciales de la crisis financiera, estamos frente a un desenlace que resulta bienvenido.
Últimamente se puso de moda desdeñar el desempeño económico de los grandes países emergentes, particularmente China y las otras economías BRIC (Brasil, Rusia e India). Pero casi no sorprende que estos países ya no estén creciendo tan rápido como antes. En 2010, yo predije que el crecimiento anual de China se desaceleraría a 7,5%. Desde entonces promedió el 8%. El desempeño de India ha sido más desalentador, aunque el crecimiento se ha recuperado desde principios de 2014.
Las únicas desilusiones reales son Brasil y Rusia, que se enfrentaron (otra vez, para sorpresa de nadie) con precios de materias primas mucho más bajos. Su desempeño letárgico, junto con el de la eurozona, es la razón principal por la que la economía mundial no alcanzó el crecimiento del 4,1% que, para los optimistas como yo, era factible.
La visión convencional sobre la riqueza y la desigualdad también es errónea. De 2000 a 2014, el PIB global creció más del doble, de 31,8 billones de dólares a más de 75 billones de dólares. En el mismo período, el PIB nominal de China se disparó de 1,2 billones de dólares a más de 10 billones de dólares –un crecimiento más de cuatro veces superior al de la tasa global.
En 2000, el tamaño combinado de las economías BRIC era alrededor de un cuarto del PIB de Estados Unidos. Hoy, prácticamente lo han alcanzado, con un PIB combinado de más de 16 billones de dólares, ahí nomás de los 17,4 billones de dólares de Estados Unidos. De hecho, desde 2000, los BRIC han sido responsables por casi un tercio del crecimiento del PIB global nominal. Y otros países emergentes han tenido un desempeño igualmente bueno. La economía de Nigeria creció 11 veces desde 2000, mientras que la de Indonesia creció más de cinco veces. Desde 2008, estos dos gigantes en desarrollo aportaron más al crecimiento del PIB global que Estados Unidos.
Estadísticas como éstas refutan por completo la idea de que la desigualdad global está creciendo. Las brechas en los ingresos y la riqueza pueden estar disparándose en determinados países, pero el ingreso per capita en los países en desarrollo está creciendo mucho más rápido que en las economías avanzadas. De hecho, ésa es la razón por la cual una de las metas clave de los Objetivos de Desarrollo del Milenio de las Naciones Unidas –reducir a la mitad la cantidad de gente que vive en una pobreza absoluta- se alcanzó cinco años antes de la fecha planificada.
Nada de esto implica negar que vivimos tiempos exigentes e inciertos. Pero algo es claro: desde un punto de vista económico, al menos, el mundo sigue transformándose en un lugar cada vez mejor.
En colaboración con Project Syndicate.
Autor: Jim O’Neill, exdirector de Goldman Sachs Asset Management.
Imagen: REUTERS/Yuya Shino
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