Grecia puede aprender de Argentina
Actualmente, cuando Grecia afronta muchos de los mismos problemas, vale la pena examinar más detenidamente las lecciones aprendidas de la crisis de la Argentina. En aquella época, nosotros calificamos la política adoptada de “demencia económica y política… Cada una de las rondas de recortes presupuestarios ha agravado la recesión, ha aumentado la tensión social y ha reducido aún más la confianza. Ni el FMI ni ningún otro aconsejarían a un país desarrollado que adoptara semejantes políticas masoquistas y autodestructivas… Ya es hora de que esto se acabe”.
En la mayor parte, estábamos en lo cierto. Era, en efecto, hora de que se acabara. El Gobierno se desplomó rápidamente y fue substituido por otro que devaluó la divisa y suspendió el pago de las deudas del país y, sin embargo, las predicciones generalizadas de una catástrofe no se hicieron realidad. La crisis económica era bastante real, pero ya había tocado fondo. Unos meses después, se reanudó el crecimiento… y alcanzó un asombroso ocho por ciento durante los cinco años siguientes.
Sin embargo, sobre una cosa estábamos equivocados: la suposición de que ningún país desarrollado permitiría que se le infligieran semejantes políticas dañinas. Los economistas pueden haber aprendido de la Historia, pero los políticos parecen condenados a repetirla. De nuevo, en Grecia, el FMI ha recibido presiones de políticas con estrechez de miras para que respaldara un programa que, como sabe perfectamente, ni es sostenible ni redundará en provecho del país.
Sacrificar los intereses de Grecia en nombre de la estabilidad financiera sistémica europea puede haber sido en otro tiempo la vía idónea que siguiera el FMI, pero allí la crisis ya ha superado el punto en el que esas políticas han dejado de estar justificadas. Ahora que el Gobierno ineficaz e impopular ha sido barrido (otra predicción acertada), es hora de que el resto de Europa arregle el embrollo financiero. No se logrará imponiendo los pagos de una deuda imposible para recalcar un principio “moral”, es la actitud que, lamentablemente, las autoridades de la zona del euro parecen decididas a adoptar.
La primera lección de la Argentina es la de que, si la economía está de tu parte, puedes y debes hacer caso omiso de los políticos que profeticen un desastre. La inmensa mayoría de los economistas (fuera de Alemania) convienen en que se debe condonar la deuda de Grecia y relajar su política fiscal. Tampoco hay la menor duda de que ésa es la opinión de los economistas superiores del FMI; por ejemplo, el jefe del Departamento Europeo del Fondo, Reza Moghadan, que recientemente abandonó su cargo, ha pedido que se reduzca la deuda griega a la mitad.
La segunda lección de la crisis argentina es la de que un período corto de agitación política puede costar sorprendentemente poco en comparación con un largo período de aplicación absurda de unas políticas mal concebidas. El hecho de que los valores griegos estén tambaleándose y los rendimientos de los bonos estén disparándose apenas significa nada; después de siete años de contracción económica y sufrimiento humano peor que durante la Gran Depresión del decenio de 1930, ni siquiera una gran inestabilidad es una razón para empeñarse en seguir aplicando políticas fracasadas.
La experiencia de la Argentina indica que, después de un cambio de política, la recuperación puede llegar de forma sorprendentemente rápida. El resultado de un acuerdo que reestructure la deuda griega, junto con un gobierno estable y pro reformas, sería un rápido restablecimiento de la confianza y una reanudación rápida del crecimiento.
Pero la tercera lección entraña una gran salvedad. Grecia debe reconocer que sus problemas fundamentales han sido obra suya. Sus déficits por las nubes y sus deudas insostenibles eran síntomas de graves patologías: un sector público disfuncional, un sector privado no competitivo y una minoría dominante que renunció a cumplir con sus obligaciones y, en lugar de afrontar los problemas del momento, utilizó el Estado como medio para proporcionar empleos a políticos adictos.
El nuevo Gobierno de Grecia no debe utilizar a la Unión Europea –o a Alemania– como chivo expiatorio. Grecia no necesita una reforma estructural radical.
Desde luego, eso no significa que el nuevo Gobierno deba continuar con todas las políticas a las que sus predecesores accedieron. Los planes para aumentar el salario mínimo, por ejemplo, no deben plantear problemas, pues en relación con la productividad seguirá siendo inferior al de Francia o del Reino Unido.
De forma similar, una extensa experiencia en los países tanto en desarrollo como desarrollados indica que la privatización con frecuencia provoca desastres cuando se emprende en plena crisis fiscal. En lugar de una mayor eficiencia, el resultado es con demasiada frecuencia una liquidación de activos estatales a personas o empresas bien relacionadas. Paralizar la privatización es enteramente sensato.
Y, sin embargo, Grecia tiene mucho que hacer. Su Gobierno debe cooperar con el FMI para formular un programa que combine equidad y eficiencia, es decir, fomentar la competencia, desmantelar los oligopolios y apoyar a los empresarios y la innovación. Al mismo tiempo, Grecia necesita un programa muy sólido para abordar el empleo juvenil: un New Deal para una generación que ha sido traicionada.
La cuarta lección de la Argentina adopta la forma de un cuento ejemplar. En 2002, el nuevo Gobierno prometió no sólo la recuperación, sino también una reforma del disfuncional sistema político, cosa que no cumplió. Aprovechó su éxito económico inicial y la historia, políticamente conveniente, de que los problemas del país eran culpa de extranjeros para volver a incumplir sus promesas.
Un auge de los productos básicos que duró un decenio dio un respiro económico a la Argentina, pero en ningún momento se abordaron las causas subyacentes de sus patologías económicas y políticas. Más de un decenio después, resulta deprimente que muy poco haya cambiado.
No es probable que Grecia goce de un respiro brindado por un auge de los productos básicos. Para poder situarse en la vía hacia una recuperación sostenible, carece de tiempo que perder.
En colaboración con Project Syndicate
Autores: Raquel Fernández es profesora de economía en la Univerdidad de Nueva York. Jonathan Portes es director del National Institute of Economic and Social Research.
Imagen: REUTERS/Marcos Brindicci
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