El momento de China en el G-20

En 2009, una nueva posibilidad se presentó al mundo cuando el G-20, una asamblea que reúne a las principales naciones desarrolladas y economías emergentes del mundo, y que hasta entonces no había logrado dejar una huella significativa en la escena internacional, se reunió en Pittsburg para formular una respuesta a la crisis financiera mundial. Como punto culminante de la presidencia estadounidense del G20, el Presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, consciente de que el G-7 ya no podía asegurar por sí solo la supervisión de la economía mundial, presidió la cumbre en la que se designó al G-20 como el principal organismo de coordinación de la política económica mundial.

El próximo año, China, otra superpotencia económica, asumirá la presidencia y albergará la cumbre anual del G-20. Aunque previsiblemente esta presidencia carecerá del dramatismo de la del 2009, no cabe duda de que el Presidente Xi Jinping dejará su impronta, y, así como contribuyó a la realización del Acuerdo Comercial Asia-Pacífico  durante la cumbre del Foro de Cooperación Económica de Asia y el Pacífico celebrada el año pasado, es indudable que no perderá la ocasión de ajustar la agenda del G-20 a los intereses de su país.

Por supuesto, a poco de iniciarse la presidencia de Turquía del G-20, es probable que el Presidente Xi no haya definido aún cuáles son las prioridades específicas, pero ya pueden anticiparse ciertas áreas potencialmente problemáticas.

La agenda del G-20 incluye aspectos que coinciden con algunas cuestiones de la economía nacional china, en particular en lo que a infraestructuras se refiere. El año pasado, los miembros del G-20 acordaron llevar adelante una iniciativa de infraestructura mundial, con el propósito de facilitar las inversiones e impulsar el financiamiento en materia de proyectos de infraestructura, y, en particular, en el ámbito de las pequeñas y medianas empresas (PYME).

Esta iniciativa responde perfectamente a las necesidades de China, puesto que las PYME, a las que se atribuye un 85% de los nuevos puestos de trabajo, están llamadas a desempeñar un papel clave en la nueva estrategia de crecimiento del país. Además, en la cumbre de este año ya podrían producirse avances en este sentido, puesto que Turquía apuesta a las PYME como un instrumento clave para fomentar un crecimiento más inclusivo.

También se insinúan otras posibilidades relacionadas con la infraestructura. En materia de conectividad, China siempre ha intentado colocar a Asia en pie de igualdad con América del Norte y Europa Occidental. En 2009, el Banco Asiático de Desarrollo (BAD) estimó que el costo de este proyecto se elevaría en 2020 a unos 8 billones de dólares. China, la única gran economía emergente de Asia que actualmente alcanza el objetivo de gasto del BAD, podría valerse de la presidencia del G-20 para convencer a sus vecinos de invertir más en esta área.

El G-20 también puede ofrecer a China la oportunidad de avanzar hacia un objetivo geopolítico clave: la reforma de los derechos de voto en el Fondo Monetario Internacional. Tal vez Obama sea el líder que preconizó el papel protagónico del G-20; pero los Estados Unidos han mostrado una clara reticencia al hecho de que las potencias emergentes ejerzan sobre instituciones multilaterales la influencia que su mayor estatura económica justifica y requiere.

De hecho, el Congreso de los EE.UU. se ha negado sistemáticamente a ratificar el paquete de reformas del FMI acordado en 2010, gracias al cual países como China tendrían una mayor participación en la toma de decisiones. Esta postura de los Estados Unidos favorece a Europa Occidental, cuyos miembros son los más beneficiados por el statu quo. Si China promoviera activamente cambios en este sentido durante su presidencia del G-20, no solo mejoraría sus propias posibilidades de tener más peso en el FMI; también se ganaría el favor de otras economías emergentes que se han visto igualmente frustradas por la manera en que los líderes estadounidenses (y europeos) han tratado esta cuestión.

También existe la posibilidad de que China asuma el liderazgo en otra área dominada durante mucho tiempo por los Estados Unidos y Europa: el sistema financiero mundial. China, donde el predominio del dólar estadounidense es frecuentemente criticado por haber sometido las finanzas mundiales a una variabilidad innecesaria, podría aprovechar su presidencia del G-20 para reivindicar un papel más preponderante de los derechos especiales de giro (DEG) del FMI, considerados a menudo como la única moneda internacional.

En este sentido, sería beneficioso para China que el renminbi se agregara a la canasta de monedas en la que se basa el valor de los DEG. Evidentemente, en el año 2011, el FMI rechazó esta propuesta, arguyendo que el renminbi aún no cumplía los criterios de una moneda de libre convertibilidad.

Pero al mismo tiempo, el FMI no se mostró inflexible, y reconoció que, puesto que el DEG es, fundamentalmente, un activo de reserva, las monedas que lo componen solo necesitan estar disponibles en “mercados suficientemente profundos y líquidos”. Además, en los últimos años, las autoridades chinas han reducido gradualmente el control de la cuenta de capital, lo que permitió que el renminbi se convirtiera en la quinta moneda más popular para la liquidación de pagos internacionales. En la actualidad, al menos 60 bancos centrales incluyen el renminbi entre sus reservas de divisas, por lo que el próximo año podría ser el momento ideal para que China promueva su objetivo a largo plazo de reforma del sistema monetario internacional.

Al mismo tiempo, China podría seguir impulsando cambios en la dinámica de regulación de las finanzas internacionales. Las economías del G-7 –que, naturalmente, han dictado las normas internacionales en los últimos 20 años, pocas veces han vacilado en señalar y acusar a las economías emergentes por su incumplimiento de las normas internacionales.

Aunque en China el régimen interno de reglamentación continúa sujeto a importantes restricciones, los líderes chinos podrían utilizar la cumbre del G-20 como plataforma para introducir una nueva perspectiva, destacando el hecho de que los Estados Unidos y Europa no han logrado cumplir con sus agendas de reglamentación; y si de alguna manera China pudiera obligarlos a cumplir con las mismas, esto sería muy beneficioso para el país, y no sólo en términos de su reputación internacional. Con una economía orientada hacia la exportación y la mayor acumulación de reservas de divisas del mundo, sin mencionar el carácter conservador del sistema financiero nacional, China está expuesta a la volatilidad económica y financiera internacional.

Es probable que China no alcance todos sus objetivos el año que viene pero, si juega bien sus cartas, podría hacer mucho para aumentar su influencia a nivel internacional, además de incrementar la estabilidad económica y financiera mundial. La reflexión sobre sus posibilidades de acción debería mantener bastante ocupados a los dirigentes chinos en los próximos meses.

En colaboración con Project Syndicate.

Autores: Yu Yongding, ex presidente de la Sociedad China de Economía Mundial y Director del Instituto de Economía y Política Mundial de la Academia China de Ciencias Sociales.  Domenico Lombardi es director del Programa de Economía Global en el Centro para la Gobernanza Internacional Innovación (CIGI) en Canadá.

Imagen: REUTERS/Aly Song

 

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