Una estrategia para la recuperación de Europa
Cuando el Papa Francisco se dirigió al Parlamento Europeo el pasado mes de noviembre, comparó a la Unión Europea con una abuela, agradable y con mucha experiencia, pero carente de la vitalidad y la energía del pasado. Ya es hora –sostuvo Francisco– de que los dirigentes de la UE se deshagan de la impresión de adormecimiento que dan, reconozcan los imperativos estratégicos que afronta Europa y forjen una política clara para abordarlos.
Es cierto que la caracterización hecha por el Papa era alarmantemente precisa en algunos aspectos, pero, pese a su aparente lasitud, Europa conserva importantes puntos fuertes. Es un centro de pensamiento e innovación de alto nivel; alberga algunas de las regiones e industrias más competitivas del mundo y –lo que tal vez sea lo más impresionante– ha construido una comunidad y un mercado que abarcan a 500 millones de personas.
Pero el mundo está cambiando: la región de Asia y el Pacífico está influyendo cada vez más en la evolución mundial, económica y de otras índoles. El Acuerdo de Asociación Transpacífico, mediante el cual los Estados Unidos y otros once países crearían una zona de libre comercio megarregional, aceleraría muy probablemente ese cambio (con mayor razón, si con el tiempo llegara a adherirse China). Aunque el AAT afronta no pocos obstáculos por eliminar antes de que quede ultimado un acuerdo, no se puede subestimar su potencial para aumentar el poder económico de Asia.
Europa debe esforzarse por asegurar su posición en el nuevo orden mundial, comenzando por aumentar sus vínculos de comercio e inversión con los Estados Unidos. El problema es que, a medida que avanzan las negociaciones sobre el AAT, las conversaciones sobre la Asociación Transatlántica sobre Comercio e Inversión (ATCI) entre la UE y los EE.UU. ha llegado a estar tan profundamente enfangada en controversias internas, que todo el proyecto podría irse al garete.
Los dirigentes empresariales de las dos riberas del Atlántico están convencidos de que un acuerdo logrado sobre la ATCI brindaría importantes beneficios económicos, impresión que muchos estudios confirman. Sin embargo, cuestiones triviales –por ejemplo, la utilización del pollo clorado y la solución de las controversias de inversores– siguen predominando en el debate.
El objetivo de la ATCI es el de liberar la capacidad de la economía transatlántica, que sigue siendo con mucha diferencia el mercado mayor y más rico del mundo, pues representa tres cuartas partes de la actividad financiera mundial y más de la mitad del comercio mundial. (Si se abriera la ATCI a otras economías –como, por ejemplo, las de Turquía, México y el Canadá–, los beneficios serían aún mayores.)
Sin embargo, aún más apremiantes que los beneficios de la consecución de un acuerdo son las consecuencias potencialmente catastróficas del fracaso. Para empezar, la ruptura de las negociaciones sobre la ATCI ofrecería argumentos considerables a quienes en el Reino Unido propugnan la retirada de la UE; a la inversa, si se aplicara la ATCI, sería una imprudencia –y, por tanto, improbable– que el Reino Unido se saliera.
Además, la impresión de que las disputas internas en la UE la hubieran movido a desperdiciar una oportunidad estratégica probablemente impulsaría a los EE.UU. a acelerar su desvinculación con el continente y el Presidente de Rusia, Vladimir Putin, consideraría sin falta el fracaso de la UE una importante oportunidad para ejercer más influencia sobre algunas partes de Europa.
Todo eso contribuye claramente a un riesgo estratégico fundamental: si la ATCI se estanca o se desploma, mientras que el AAT avanza y triunfa, el equilibrio mundial se inclinará marcadamente a favor de Asia y Europa tendrá pocas opciones –de tener alguna– para recuperar su influencia económica y geopolítica.
Cuando se propuso por primera vez la ATCI, Europa pareció reconocer su valor. De hecho, fue la UE la que apremió a los EE.UU., que al principio dudaban del compromiso de Europa, para lanzar el proceso de negociación en junio de 2013.
Lo que se deseaba era acabar las negociaciones en poco tiempo. Nadie quería soportar unas conversaciones prolongadas ni el sufrimiento político consiguiente.
Pero los dirigentes de la UE abandonaron esencialmente el proyecto, con lo que aparentemente confirmaron los temores americanos. Los negociadores de los asuntos comerciales se esforzaron por avanzar, mientras que los grupos antimundialización se apoderaron de los debates públicos, al presentar la ATCI como una amenaza a todo: desde la democracia de Europa hasta su salud.
Se trata de afirmaciones peligrosamente inexactas, por lo que los dirigentes de la UE deben impedir que cobren más fuerza haciendo una defensa estratégica del acuerdo y deben reavivar su compromiso con miras a lograr una conclusión positiva de las conversaciones en 2015.
Con esto no queremos decir que la resolución de los problemas que quedan en las negociaciones sobre la ATCI vaya a ser sencilla, pero la creación de un acuerdo comercial, sobre todo uno que entraña tantas cuestiones reglamentadoras, siempre es difícil, pues debe tener en cuenta la complejidad y capacidad de cambio de las economías modernas. El caso es que las dificultades inherentes a la conclusión de la ATCI no son más arduas que las que los dirigentes de la UE han afrontado en los últimos años de crisis.
Cuando el mes próximo se reanuden las negociaciones de la ATCI, los dirigentes de la UE deben esforzarse por conseguir avances auténticos, con el fin de concluir un acuerdo al final del año. Lo bueno es que las recientes elecciones de mitad de período en los EE.UU. podrían haber mejorado sus posibilidades. El Presidente Barack Obama podría obtener ahora del Congreso una capacidad de negociación acelerada. De ser así, el Congreso se limitaría a aprobar o rechazar cualquier acuerdo negociado, en lugar de repasar detenidamente todos sus detalles.
La temporada de las elecciones presidenciales en los EE.UU. está comenzando y en el nuevo año otras cuestiones podrían acaparar fácilmente el programa de la UE. Por eso, los dirigentes de Europa no tienen tiempo que perder. Deben aprovechar la oportunidad económica y evitar un desastre estratégico.
En colaboración con Project Syndicate.
Autores: Carl Bildt y Javier Solana. Bildt fue el ministro de Exteriores de Suecia entre 2006 y 2014 y primer ministro cuando negoció el acceso de Suecia a la Unión Europea. Javier Solana es actualmente presidente del Centro ESADE para la Geopolítica y Economía Global.
Imagen: REUTERS/Yorgos Karahalis
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