Sin salida aún para Grecia

Las encuestas de opinión justo antes de las tempranas elecciones generales de Grecia, que se celebrarán el 25 de enero, indican que probablemente el partido de izquierda Syriza obtenga la mayor proporción de votos. A consecuencia de ello, Syriza obtendrá una prima decisiva, conforme a la legislación electoral griega según la cual al partido que obtiene más votos se le asignan 50 escaños suplementarios de los 300 que tiene el Parlamento. Dicho de otro modo, Syriza podría llegar al poder, lo que tendría consecuencias enormes para Grecia y para Europa.

Syriza es más una coalición que un partido unificado, por lo que su dirigente, Alexis Tsipras, debe conciliar a socialistas moderados, incluidos algunos de sus asesores económicos, con miembros de la izquierda radical. La aplicación y las repercusiones del programa de Syriza, sobre todo su decisivo programa económico, dependerán de la capacidad del nuevo gobierno para mantener el apoyo dentro de su país y la avenencia con los acreedores de Grecia en el extranjero.

El programa económico de Syriza rechaza las políticas de austeridad apoyadas –o, como dirían algunos, impuestas– por la llamada “troika” (el Fondo Monetario Internacional, el Banco Central Europeo y la Comisión Europea). Dichas políticas exigen a Grecia que mantenga un superávit presupuestario primario muy importante –más del cuatro por ciento del PIB– durante muchos años por venir.

Syriza se propone también pedir una reducción importante de la deuda exterior de Grecia, cuyo valor nominal sigue siendo muy elevado, próximo al 170 por ciento del PIB. En realidad, el valor real actual de la deuda es muy inferior, en vista de que de la mayoría de ella son ahora titulares gobiernos y otras entidades públicas y sus vencimientos son largos y sus tipos de interés bajos. No obstante, las subidas bruscas de este año constituyen una amenaza real a corto plazo.
El problema para Grecia es el de que sus acreedores pueden adoptar una actitud muy dura. Eso refleja en gran medida la creencia de que, si una ruptura de las negociaciones desencadena otra crisis griega, los riesgos sistémicos para la zona del euro y la Unión Europea en general serán muy inferiores a lo que habrían sido hace unos años. La fase “aguda” de la crisis del euro se ha acabado; aun cuando el crecimiento siga siendo esquivo, el contagio ya no se ve como un riesgo.
Al fin y al cabo, los acreedores privados son actualmente titulares de una proporción mínima de la deuda griega. En cambio, en el período de 2010-2012, los bancos sistémicamente importantes estuvieron expuestos, con lo que aumentó el riesgo de un efecto dominó que amenazó a toda la zona del euro.

Además, una reducción de la deuda en forma de más disminuciones del tipo de interés y ampliaciones de los vencimientos de la deuda de la que son titulares Estados extranjeros no dañaría a los mercados financieros, pero la deuda de la que son titulares el Banco Central Europeo y el FMI podría plantear un problema. Si el nuevo gobierno de Grecia no se anda con tiento en esas conversaciones, la consecuencia podría ser la retirada del apoyo –en forma de liquidez– a los bancos griegos por parte de dichas instituciones.

Pese a la falta de riesgo de contagio financiero importante, una nueva crisis griega, debida a una ruptura duradera y grave de las negociaciones entre el nuevo gobierno y las instituciones de la UE, constituiría un gran problema para la cooperación europea. La falta de contagio financiero no significa que se deban descartar unas repercusiones políticas graves.
El panorama político de Europa está cambiando. Las partidos populistas, tanto de la extrema derecha como de la extrema izquierda, están consiguiendo fuerza electoral. Algunos, como, por ejemplo, el Frente Nacional de Francia, se oponen a la integración de su país en la zona del euro; otros, como, por ejemplo, Podemos en España, no. No obstante, la amenaza que esos nuevos partidos representan para Europa podría resultar extraordinariamente perturbadora.

Una salida de Grecia de la zona del euro, junto con la agitación política y financiera dentro de ese país, se interpretarían como una importante derrota para la integración europea, en particular después de las arduas medidas adoptadas para mantener íntegra la unión monetaria y, con ella, el sueño europeo. Semejante resultado sería más descorazonador incluso a la luz de los trágicos ataques terroristas de París y después de que las manifestaciones habidas en Francia y en todo el continente en pro de la unidad hayan reavivado la conciencia de la solidaridad europea, que llevaba mucho tiempo apagada.

Lo que las elecciones griegas deberían producir precisamente sería una nueva impresión de solidaridad. No cabe duda de que el sufrimiento que los griegos han tenido que padecer en los cinco últimos años es atribuible principalmente al derroche fiscal y a la deficiente gestión pública de una sucesión de gobiernos griegos, pero, como la mayoría de los analistas, incluido el FMI, coinciden ahora, el planteamiento de la troika fue también profundamente defectuoso, pues hizo hincapié en los recortes de salarios e ingresos y desatendió la reforma de los mercados productivos y el desmantelamiento de los oligopolios públicos y privados perjudiciales.

Por el bien de Grecia y de Europa, el nuevo gobierno debe colaborar con las instituciones europeas para revisar su estrategia, sin por ello dejar de mostrarse responsable para aplicar las reformas estructurales encaminadas a fomentar el crecimiento. Por su parte, los acreedores y los socios de Grecia deben brindar el margen fiscal necesario para que funcionen las reformas. Abandonar a Grecia porque ya no plantee una amenaza de contagio financiero no es una opción políticamente viable. Las dos partes deben dar muestras de mayor previsión.

Los cinco últimos años han brindado dos enseñanzas claras a Europa: lo único que se consigue con las dilaciones es que la reforma resulte más difícil y el fin de la agitación financiera no necesariamente significa el fin de la crisis socioeconómica. Es hora de aprovechar dichas enseñanzas para formular una estrategia cooperativa que permita por fin a Grecia lograr avances reales con miras a un futuro más estable. Una salida de Grecia del euro no es una solución más viable actualmente que hace tres años.

En colaboración con Project Syndicate.

Autor: Kemal Derviş es exministro de Asuntos Económicos de Turquía y exadministrador para el Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas (PNUD). Actualmente es vicepresidente de Brookings Institution.

Imagen: REUTERS/Marko Djurica

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