¿La idea de la nación-estado ha caducado?
De la crisis del ébola al cambio climático, del surgimiento del Estado Islámico al hackeo de Sony, a lo largo del año pasado a menudo se nos recordó lo porosas y débiles que son las fronteras nacionales; también se nos recordó el hecho cada vez más evidente de que los desafíos más importantes a los que nos enfrentamos hoy en día están interconectados y son de naturaleza global.
Las corporaciones exitosas y los líderes empresariales ya lo saben: ellos entienden bien las interconexiones entre los mercados, la transmisión de los medios, la transferencia de tecnología y el trabajo.
No obstante, a nivel de gobernanza global, el concepto de la soberanía nacional sin restricciones sigue siendo el paradigma dominante, limitando la acción coordinada y eficaz para abordar los mayores desafíos de la humanidad.
Como cualquier persona que estudia bien a las Naciones Unidas lo sabe, su eficacia es limitada –lisiada podría ser una mejor palabra– debido a los imperativos percibidos de los intereses nacionales y al arcaico énfasis de la soberanía del estado como valor supremo.
Un paso que puede ayudarnos en la transición a la nueva era es comenzar a replantear la pregunta subyacente “¿qué puedo hacer por mí país?” por “¿qué puedo hacer por nuestro mundo?”
Una mentalidad global
Hacer la transición de la mentalidad nacionalista a una mentalidad global es el desafío fundamental de nuestra era. También es uno de los más difíciles, incluso más debido al grado hasta el que los líderes actuales están atados al paradigma del “interés nacional” en todas sus acciones.
La respuesta a esta dilema, creo, yace en un enfoque renovado en lo que está ocurriendo a nivel de comunidades. Esto se debe a que, sólo una vez que las personas en todas partes puedan comprender su unidad esencial, se les podrá obligar a los líderes nacionales a hacer que esta nueva realidad se refleje en sus negociaciones a nivel internacional.
El hecho es que las personas en todas partes se están dando cuenta de su identidad común como ciudadanos globales; igualmente importante es que están viendo que el reclamo de paz y justicia es el mismo en todo el mundo.
Las personas ordinarias comprenden cada vez más que la humanidad es una. Las señales de esto se extienden hasta el grado de que la cultura popular es ahora un fenómeno global, del futbol a Bollywood hasta temas más urgentes, como el cambio climático o los ataques a la educación de las niñas, donde las campañas de solidaridad ahora hacen uso de la tecnología viral para organizar y abogar por cambios.
El grado hasta el que estas tendencias y movimientos se pueden convertir en un compromiso profundo con la ciudadanía global y elevarse al nivel de liderazgo depende en parte de darnos cuenta de la conexión entre la prosperidad material y las dimensiones morales y espirituales que nos hacen humanos.
Un argumento moral a favor de la ciudadanía global
La conexión entre lo material y lo espiritual se puede ilustrar de muchas maneras. La manera más sencilla es pensar cómo la cuestión de la confianza –un valor moral– es de hecho esencial para todas las formas de prosperidad material. Sin la confianza como lubricante de las ruedas del comercio, por ejemplo, no sólo se reduciría la inversión, sino que se requeriría cada vez más control, lo cual disminuiría el crecimiento económico. En el centro de casi todo principio económico hay un principio moral, ya sea la confianza, la honestidad o la administración. De hecho, cualquier ganancia material –ya sea económica, política o de cualquier otra naturaleza– depende de principios morales a fin de lograr éxitos sostenibles.
En mi trabajo como representante del bahaísmo, comunidad religiosa mundial dedicada a la idea de que “la tierra es un solo país y la humanidad sus ciudadanos”, veo los poderosos efectos de la aplicación de principios espirituales y morales en el cambio de la cultura y el pensamiento.
Los bahaíes, al igual que muchas otras personas en todo el mundo, estamos involucrados en actividades que enriquecen el carácter de las comunidades. Nuestras actividades promueven no sólo la idea de que somos solo una raza humana, sino también que la justicia, la igualdad de las mujeres y los hombres y la eliminación del prejuicio son valores fundamentales necesarios para la creación de un nuevo paradigma de gobernanza que vaya más allá de la soberanía del estado.
A fin de resolver las inquietudes globales, necesitamos ideas globales. También necesitamos ideas que estén profundamente informadas por valores espirituales y morales. Aprendamos y promovamos en todo el mundo el ímpetu que se está dando a nivel local.
Las personas están pidiendo un cambio, y es hora de que los líderes respondan.
Autora: Bani Dugal es la representante principal de la Comunidad Internacional Bahái ante las Naciones Unidas.
Imagen: REUTERS/Stefano Rellandini
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