Estabilidad y prosperidad en la unión monetaria
La idea de que la zona del euro es una unión monetaria sin una unión política, pese a estar muy extendida, refleja una concepción errónea de su significado. La unión monetaria solo es posible gracias al alto grado de integración ya alcanzado entre los países de la Unión Europea —y compartir una moneda única refuerza dicha integración—.
Si la unión monetaria europea ha mostrado una capacidad de resistencia mayor de lo que muchos esperaban, es porque quienes dudaban de ella valoraron incorrectamente esta dimensión política. Subestimaron los vínculos entre sus miembros, lo mucho que habían invertido colectivamente y su voluntad de trabajar juntos para resolver problemas comunes cuando más se necesitaba.
Sin embargo, también es evidente que nuestra unión monetaria aún no está completa. Este fue el diagnóstico presentado hace dos años en el Informe de los cuatro presidentes (elaborado por el presidente del Consejo Europeo en estrecha colaboración con los presidentes de la Comisión Europea, del Banco Central Europeo y del Eurogrupo). Y aunque se han logrado progresos importantes en algunas áreas, queda trabajo por hacer en otras.
Pero, ¿qué significa «completar» la unión monetaria? Fundamentalmente, significa crear condiciones para que los países sean más estables y prósperos de lo que lo serían si no fueran miembros. Deben estar mejor dentro de la unión que fuera de ella.
En otras uniones políticas, la cohesión de la unión se mantiene a través de una fuerte identidad común, aunque frecuentemente también mediante transferencias fiscales permanentes desde las regiones más ricas hacia las más pobres que nivelan la renta ex post. La zona del euro no prevé este tipo de transferencias entre países en una sola dirección (las transferencias forman parte de las políticas de cohesión de la UE, pero son limitadas y están concebidas principalmente para apoyar el proceso de convergencia en los países o regiones de menor renta). Por ello necesitamos un enfoque diferente para asegurar que cada país siempre esté mejor dentro de la zona del euro.
Esto tiene dos implicaciones. En primer lugar, debemos crear las condiciones para que todos los países prosperen por sí mismos. Todos los miembros han de poder aprovechar al máximo las ventajas comparativas del mercado único, atraer capitales y crear empleo. También necesitan tener flexibilidad suficiente para responder con prontitud a las perturbaciones a corto plazo. Se trata de promover reformas estructurales que estimulen la competencia, reduzcan la burocracia innecesaria y logren mercados de trabajo más adaptables.
Hasta ahora, la ejecución de tales reformas ha sido en gran medida una prerrogativa nacional. Sin embargo, en una unión como la nuestra existe un claro interés común. Los países de la zona del euro dependen unos de otros para crecer. Y lo que es más importante, si la falta de reformas estructurales se traduce en divergencias permanentes dentro de la unión monetaria, aumenta el riesgo de salida, que en última instancia afecta a todos los miembros.
En la zona del euro, la estabilidad y prosperidad de un país dependen de que los demás países también prosperen. Por tanto, existen argumentos sólidos para compartir más soberanía en esta área —para construir una unión económica más genuina—. Esto significa algo más que fortalecer los procedimientos existentes. Significa gobernar juntos: pasar de la coordinación a un proceso común de adopción de decisiones, y de normas a instituciones.
La segunda consecuencia de no contar con transferencias fiscales es que los países tienen que invertir más en otros mecanismos para distribuir el coste de las perturbaciones. Incluso si las economías fueran más flexibles, el ajuste interno siempre será más lento que si los países tuvieran su propio tipo de cambio. Por tanto, la distribución del riesgo es un factor esencial para impedir que las recesiones dejen cicatrices permanentes e incrementen la divergencia económica.
Un elemento clave de la solución es mejorar la distribución del riesgo privado incrementando la integración financiera. De hecho, cuanta menos distribución del riesgo público deseemos, más necesitamos la distribución del riesgo privado. Una unión bancaria en la zona del euro debería ser un catalizador para avanzar en la integración del sector bancario. Pero la distribución del riesgo requiere asimismo una mayor profundidad de los mercados de capitales, especialmente de los mercados bursátiles, por lo que también necesitamos progresar rápidamente hacia una unión de mercados de capitales.
Con todo, hemos de reconocer el papel fundamental de las políticas fiscales en una unión monetaria. Una política monetaria única centrada en la estabilidad de precios en la zona del euro no puede reaccionar ante perturbaciones que afectan a un solo país o región. Por ello, para evitar crisis locales prolongadas, es imprescindible que las políticas fiscales nacionales puedan desempeñar su papel de estabilización.
Para que los estabilizadores fiscales nacionales funcionen, los Gobiernos han de poder endeudarse a un coste razonable en tiempos de dificultad económica. Para ello es indispensable un marco fiscal sólido, que protege a los países del contagio. Sin embargo, la experiencia de la crisis sugiere que en momentos de tensión extrema en los mercados, ni siquiera una posición fiscal inicial sólida puede ofrecer protección absoluta frente a los efectos de contagio.
Este es otro de los motivos por los que necesitamos una unión económica: los mercados reaccionarían de manera menos negativa ante aumentos temporales del déficit si tuvieran mayor confianza en las perspectivas de crecimiento futuro. Mediante el compromiso de los Gobiernos con la aplicación de reformas estructurales, la unión económica transmite credibilidad respecto de la capacidad de los países para crecer sin endeudarse.
En definitiva, la convergencia económica entre países no puede ser el único criterio de acceso a la unión monetaria, ni una condición que se cumpla solo temporalmente. Debe ser una condición que se cumpla de forma permanente. Por ello, en última instancia, para completar la unión monetaria, tendremos que seguir profundizando en nuestra unión política: para establecer sus derechos y obligaciones en un marco institucional renovado.
En colaboración con Project Syndicate.
Autor: Mario Draghi es presidente del Banco Central Europeo.
Imagen: REUTERS/Kai Pfaffenbach
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