El año decisivo de Europa
La crisis del euro, se dice, terminó. La calma ha regresado a los mercados financieros, en medio de promesas inquebrantables de parte de las autoridades de la Unión Europea -particularmente el Banco Central Europeo- de que se preservará la unión monetaria. Pero las economías del sur de Europa siguen deprimidas, y la eurozona en su totalidad padece un crecimiento estancado, una presión deflacionaria y, en los países en crisis, un desempleo persistentemente alto.
Como es de imaginarse, en vista de la evidente incapacidad de las autoridades de la UE para poner fin al malestar, muchos estados miembro están perdiendo la paciencia con la austeridad. De hecho, algunos países enfrentan una turbulencia política.
Cuando se produzca la agitación, probablemente sea generada -como sucedió con la crisis del euro- por Grecia, en donde se llevará a cabo una elección presidencial que, al parecer, tiene pocas chances de arrojar un ganador. Si el parlamento griego no elige un nuevo presidente por una mayoría de dos tercios en la tercera y última ronda la semana próxima, será disuelto y se llamará a una elección apresurada. El riesgo es que Syriza, un partido socialista de extrema izquierda, llegue al poder.
Para ganar, Syriza o bien debe engañar a sus votantes sobre sus opciones, o bien debe insistir en que renegociará las condiciones de reembolso impuestas a Grecia por la llamada Troika (la Comisión Europea, el BCE y el Fondo Monetario Internacional), al mismo tiempo que iniciará una acción unilateral en caso de un fracaso de la renegociación. Pero cualquier renegociación luego de una victoria de Syriza sin duda desataría una avalancha política en el sur de la UE que barrería con la austeridad y volvería a encender de lleno la crisis de la eurozona.
Por supuesto, Grecia en sí misma es demasiado pequeña como para que sus problemas representen algún peligro real para la eurozona. Pero el resultado electoral en Atenas podría atizar el pánico en los mercados financieros, causando una crisis que amenazaría con propagarse a Italia, la tercera economía más grande de la eurozona, y, con cierto retraso, a Francia, la segunda economía más importante.
Podría ocurrir un milagro: un nuevo presidente podría ser elegido en Atenas la semana próxima, o Syriza podría no ganar la próxima elección parlamentaria. Desafortunadamente, cualquiera de los dos resultados no haría más que demorar una crisis inducida por la política en la UE. Después de todo, en Italia, también, las señales apuntan a una inminente tormenta -una tormenta que arrasaría no sólo con la austeridad, sino también, y cada vez más, con el propio euro. Y después de que la tormenta golpee a Italia, Francia sería la próxima víctima.
El conflicto sobre la austeridad se ha vuelto políticamente explosivo porque se está convirtiendo en un conflicto entre Alemania e Italia -y, peor aún, entre Alemania y Francia, el tándem que motorizó la integración europea durante seis décadas-. Y esto está sucediendo en un momento en el que fuerzas nacionalistas antieuropeas se están estableciendo en los parlamentos nacionales y estatales de Alemania -y en las calles- reduciendo así sustancialmente el espacio de negociación de la canciller Angela Merkel. La batalla entre los defensores y opositores de la austeridad amenaza, por ende, con hacer trizas no sólo la eurozona, sino la UE en su totalidad.
La crisis en la eurozona y la reticencia a intentar alguna estrategia europea real para revivir el crecimiento han contribuido -no exclusivamente, pero sí de modo significativo- al renacimiento del nacionalismo dentro de la UE. La fuerza de esta tendencia política se volvió plenamente evidente en mayo de 2014, cuando los populistas antieuropeos tuvieron un buen desempeño en la elección del Parlamento Europeo. La tendencia nacionalista continuó sin cesar desde entonces.
En un nivel, esto parece extraño. Después de todo, ninguno de los problemas que enfrenta o enfrentará Europa se puede resolver más fácilmente solo y a nivel nacional que dentro de la UE y a través del marco de una comunidad política supranacional. De hecho, la xenofobia nacionalista es particularmente absurda en vista de las realidades demográficas: una Europa que envejece necesita urgentemente más inmigrantes, no menos.
También es notable lo poco que se ha escandalizado Europa ante el respaldo que los nuevos y viejos nacionalistas de la UE han recibido de Rusia; por ejemplo, el gobierno del presidente Vladimir Putin ayudó a financiar al Frente Nacional francés a través de un préstamo multimillonario en euros girado a través de un banco ruso. Aparentemente, los valores autoritarios y las opiniones nacionalistas (junto con una fuerte dosis de antinorteamericanismo) crean vínculos que unen.
No es ninguna exageración decir que la UE hoy en día está interna y externamente amenazada por un nacionalismo reaccionario, razón por la cual la próxima crisis del euro cobrará la forma de una crisis política. ¿Por qué, entonces, las autoridades en Berlín, Bruselas y las otras capitales de la UE todavía no están dispuestas a cambiar sus políticas, cosa que obviamente ha agravado una situación que de por sí era mala? Observar a la UE desde afuera es como mirar una colisión de trenes en cámara lenta -una colisión que, además, fue anunciada en la estación.
Y después está el Reino Unido, que se acerca cada vez más, de manera ininterrumpida y con aparente determinación, a un “Brexit” (una salida británica de la Unión Europea). Ese peligro se extiende más allá de 2015; no obstante, es un componente importante del panorama general de la crisis inminente en la UE. Más allá de si el Reino Unido finalmente se separa políticamente del continente, el año próximo marcará un punto de inflexión para Europa.
En colaboración con Project Syndicate.
Autor: Joschka Fischer fue ministro de Exteriores alemán. Fundó el Partido de los Verdes en Alemania, que dirigió durante más de dos décadas.
Imagen: REUTERS/Jose Manuel Ribeiro
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