Suecia ha entrado en territorio desconocido
Después de decenios de observancia de normas más o menos estables y tónicas predecibles, en las últimas semanas la política sueca ha entrado en un territorio inexplorado. Muchos están sorprendidos de que el Gobierno se desplomara y tuviera que convocar nuevas elecciones tan sólo dos meses después de haber entrado en funciones. Al fin y al cabo, Suecia había sido un hito poco común de éxito inspirador en Europa desde la crisis financiera mundial de 2008. Entonces, ¿qué ha ocurrido?
La causa inmediata de la caída del Gobierno fue el voto del Parlamento en contra de la propuesta de presupuesto de la coalición de centro izquierda y a favor del presentado por los partidos de la Alianza de centro derecha, que habían formado el gobierno anterior. Al no haber logrado la aprobación de su primer presupuesto –por la repentina decisión de los Demócratas Suecos (DS) de extrema derecha de apoyar la opción substitutiva de la Alianza–, el Gobierno no podía, sencillamente, continuar como si nada hubiera ocurrido.
El telón de fondo de ese episodio fueron las elecciones del pasado mes de septiembre, que la Alianza de cuatro partidos perdió tras ocho años en el poder (durante los cuales yo fui el ministro de Asuntos Exteriores). Se consideraba que el gobierno de la Alianza había tenido éxito, pero ocho años son muchos en política.
Muy bien, pero, aunque la Alianza perdió sin lugar a dudas, el Partido Socialdemócrata Sueco, el principal de la oposición, y sus aliados de izquierdas no vencieron. En realidad, los tres partidos de izquierdas en el Parlamento obtuvieron un porcentaje del voto popular ligeramente inferior que en las elecciones de 2010. El gran vencedor fue el populista DS, cuyo porcentaje de votos se duplicó, hasta más del 13 por ciento, y, como ningún otro partido estaba dispuesto a cooperar con los DS, la única opción viable era un gobierno en minoría.
Desde luego, la coalición Socialdemócrata-Verde, con el apoyo de tan sólo el 38 por ciento de los diputados, estaba destinada a ser una operación incierta, pero podría haber funcionado, si el Gobierno no se hubiera apresurado a inclinarse tanto de repente hacia la izquierda, al preparar un presupuesto y otros acuerdos con el ex comunista Partido de la Izquierda. Esa estrategia selló la suerte del Gobierno, aunque el fin llegó antes y más dramáticamente de lo que se esperaba.
Pero el lío político actual de Suecia se debe también a cambios a largo plazo, que hasta cierto punto reflejan tendencias europeas más amplias. Una es el declive estructural de los Socialdemócratas, en tiempos dominantes. Durante decenios, cualquier elección en la que ese partido obtuviese menos del 45 por ciento de los votos era considerado un desastre. Ahora el apoyo popular a los Socialdemócratas ronda el 30 por ciento y en las dos últimas elecciones sus resultados fueron los peores en un siglo.
La otra tendencia es el ascenso de los populistas DS. Hasta 2010, Suecia parecía inmune al ascenso de los partidos de extrema derecha como los de Dinamarca, Noruega y Finlandia. Sin embargo, desde entonces los DS han cambiado fundamentalmente el paisaje político del país.
El sentimiento antiemigrante forma parte de esa historia, aunque la opinión pública sueca se ha vuelto más favorable para con la inmigración desde el comienzo del decenio de 1990. Para algunos, la inmigración ha llegado a ser un símbolo de una sociedad descarriada. Para otros, el número de inmigrantes a lo largo de los últimos años ha sido, sencillamente, demasiado elevado.
En realidad, las cifras son, en efecto, altas… no en comparación con un país como Turquía, pero sí, desde luego, en relación con otros países de la Unión Europea. Suecia y Alemania reciben los mayores aflujos de inmigrantes con mucha diferencia… y el tamaño de Alemania es casi diez veces mayor que el de Suecia.
Nuestra tradición de apertura a los refugiados no es nueva. En el decenio de 1940 llegaron de los países bálticos, en 1956 de Hungría, después del golpe militar de 1973 de Chile y después de la revolución de 1979 del Irán. Durante decenios, la industria sueca dependió de los trabajadores inmigrantes.
Durante la guerra de Bosnia del decenio de 1990, Suecia abrió sus puertas a unas 100.000 personas; habría sido un problema en cualquier momento y mucho más durante una profunda crisis económica, pero, aun así, todo salió bien: a los inmigrantes bosnios les ha ido más o menos tan bien como a los suecos, que los recibieron, y han enriquecido nuestra sociedad.
En el nuevo siglo, han llegado cada vez más refugiados de Oriente Medio y del Cuerno de África. Actualmente, el uno por ciento de la población de Suecia procede del Irán y casi el dos por ciento del Iraq. De hecho, después de la guerra del Iraq la pequeña ciudad de Södertälje recibió a más refugiados iraquíes que los Estados Unidos.
En vista de esas cifras, la inmigración en Suecia ha funcionado mucho mejor de lo esperado, pero hay problemas. Los sistemas del mercado laboral sueco, a veces bastante estrictos, y sus estables estructuras han impedido la integración en comparación con muchos otros países y ahora el número de inmigrantes está aumentando de nuevo, lo que refleja la agitación crónica de Oriente Medio y en otros países, además de la vecindad, cada vez más turbulenta y peligrosa, de Europa, debida en gran medida al revisionismo y la expansión militar rusos.
Suecia, que ya es una superpotencia en cuanto a la ayuda que presta a las regiones con conflictos, no cerrará, desde luego, sus puertas, pero otros países europeos habrán de aceptar una parte mayor de la carga y las autoridades habrán de facilitar más la integración.
En particular, se debe mantener el ritmo de creación de puestos de trabajo logrado en los últimos años. Pese a su éxito económico durante los dos últimos decenios y, en particular, desde la crisis de 2008, la industria está perdiendo fuerza y están empezando a notarse problemas estructurales. Nuestro celebrado Estado del bienestar tendrá un grave problema con una población en proceso de envejecimiento. De hecho, a ese respecto la inmigración es más una parte de la solución que del problema.
No hay garantía de que las elecciones que se celebrarán el próximo mes de marzo resuelvan la crisis política de Suecia, en particular si los DS vuelven a obtener buenos resultados. En Suecia nunca se ha ensayado una gran coalición al estilo alemán y la experiencia de Austria indica que podría beneficiar a los extremistas, pero podría ser necesaria una atmósfera más cooperativa. En ese caso, la cuestión decisiva será la de si los Socialdemócratas podrán deshacerse de sus aliados más a la izquierda.
En colaboración con Project Syndicate.
Autor: Carl Bildt fue ministro de Exteriores entre 2006 y 2014 y Primer Ministro entre 1991 y 1994, cuando se negoció el acceso de Suecia a la Unión Europea.
Imagen: REUTERS/Cathal McNaughton
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