Las repercusiones humanitarias de las armas nucleares

En 1983, tres años antes de mi nacimiento, se transmitió en televisión por todo el mundo un docudrama sobre las consecuencias de una guerra nuclear. The Day After, ahora citado como el mejor programa de toda la historia de la televisión, causó en el entonces presidente estadounidense, Ronald Reagan, una “gran depresión” y le hizo redefinir su estrategia nuclear. En una reunión en Reykjavik en octubre de 1986, Reagan y el presidente soviético de la época, Mikhail Gorbachev, estuvieron a punto de eliminar del todo las armas nucleares.

Mi generación ha consignado por comodidad estos temores a la historia. En efecto, en vista de que el orden internacional ha cambiado drásticamente, muchas personas se preguntan por qué recuerdos tan lejanos como las tensiones de la Guerra Fría de 1983 nos deben seguir importando. No obstante, la premisa de esta pregunta es tanto peligrosa como incorrecta.

Esta semana en Austria se da la oportunidad al mundo de repensar esta autocomplacencia. El 8 y 9 de diciembre, representantes de los gobiernos de más de 150 países, organizaciones internacionales y grupos de la sociedad civil se reunirán en Viena para considerar el impacto humanitario de las armas nucleares.

Estas armas que aterrorizaban a las personas hace treinta años siguen siendo parte de los arsenales de los países y continúan suponiendo un riesgo grave para la tranquilidad y seguridad humanas. La inquietud de Austria es que mientras existan las armas nucleares, persiste el riesgo de usarlas, ya sea accidental o intencionalmente. Una mayoría aplastante de Estados comparten este punto de vista.

Pensemos cuántas armas nucleares existen: se estima que hay en todo el mundo unas 16,300,  de las que 1,800 están en un estado de alerta máxima y listas para usarse inmediatamente. Casi 25 años después del fin de la Guerra Fría, seguimos sin deshacernos de su legado estratégico: las armas nucleares siguen siendo la base de la política de seguridad internacional de los países más poderosos del mundo.

Hay demasiados riesgos –humanos, fallas técnicas, negligencia, ataques cibernéticos, entre otros– como para pensar que estas armas nunca se usarán. Tampoco hay razones de peso para pensar que existen mecanismos adecuados de seguridad a prueba de fallas. La historia de las armas nucleares desde 1945 está repleta de incidentes que apenas se han evitado –antes y después de la crisis de los misiles de Cuba.

En más de una ocasión, las acciones de individuos valientes que utilizaron su inteligencia y desobedecieron órdenes nos salvaron de una catástrofe. Por ejemplo, en 1983, el sistema de alerta temprana de la Unión Soviética reportó más de una vez el lanzamiento de misiles estadounidenses. Por suerte, Stanislav Yevgrafovich Petrov de las fuerzas de defensa aéreas soviéticas se dio cuenta de que estas alarmas eran falsas, con lo que impidió una respuesta nuclear.

Es extraordinario que hasta ahora el mundo haya evitado un desastre. ¿Para qué seguir tentando a la suerte?

Desde 2012, cuando se concibió la iniciativa sobre las repercusiones humanitarias, la mayoría de los países la han apoyado debido a su preocupación y frustración por la lentitud del desarme. Con todo, cabe preguntar, legítimamente, si los líderes mundiales no deberían primero concentrarse en otros problemas como el cambio climático y el desarrollo sostenible.

De hecho, igual que el carbono con el que las generaciones anteriores contaminaron la atmósfera, las armas nucleares representan un legado que es necesario superar. No obstante, las armas nucleares, que son inutilizables y cuyo mantenimiento es muy costoso, están al alcance de la mano; son un riesgo que podemos tocar y eliminar con facilidad.

Incitar a los Estados que tienen armas nucleares a que abandonen sus arsenales no será fácil. Mientras algunos Estados las tengan, otros estarán motivados por la envidia o el miedo para tener las suyas.

Pero el statu quo refleja las ideas de ayer. Una gama muy diversa de voces está aceptando que estas reliquias de la Guerra Fría son herramientas de seguridad obsoletas, y que de hecho causan inseguridad.

Hace treinta años, The Day After electrizó a un presidente. El objetivo de la conferencia de Viena que se celebrará la próxima semana es ofrecer al público evidencias nuevas y actualizadas del impacto del uso de las armas nucleares. El panorama es incluso más oscuro y las consecuencias más graves de lo que creíamos en 1983.

Mientras existan las armas nucleares, es irresponsable no afrontar las implicaciones de su utilización – implicaciones para las que no hay antídoto ni póliza de seguros. No son un virus mortal ni una amenaza ambiental de largo plazo. Son el fruto envenenado de una tecnología que nosotros creamos y que podemos y debemos controlar.

En colaboración con Project Syndicate.

Autor: Sebastian Kurz es ministro de Asuntos Exteriores y anfitrión de la Conferencia de Viena sobre el Impacto de las Armas Nucleares.

Imagen: REUTERS

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