Tenemos que invertir en ideas visionarias
Las inversiones públicas y privadas en la economía real han sido blanco de ataques desde el comienzo de la crisis financiera de 2008. En tiempos difíciles puede parecer lógico hacer recortes en las inversiones a fin de generar dividendos aunque solo a largo plazo, y por ende, seguir teniendo dinero y recursos para abordar problemas de corto plazo. De hecho, los recortes en inversiones para nuestro futuro –ya sea en las personas, en el planeta, en instituciones políticas o en empresas– es sumamente irracional.
Solo mediante inversiones en ideas visionarias, en pensamiento básico, en investigación y desarrollo, y en innovación, podemos garantizar un mejor futuro –que sea más libre, más pacífico y más próspero –que el pasado.
Por ejemplo, la educación infantil temprana, la medicina preventiva, las bibliotecas, la infraestructura física y la investigación científica básica, todo tiene un costo –y estudios muestran que vale la pena. Sin embargo, cuando los responsables del diseño de políticas necesitan hacer recortes al gasto, la inversión en los bienes públicos es lo primero que a menudo se ve afectado porque los votantes no sienten los efectos en el corto plazo. Gran parte del daño se difiere, y precisamente por esta razón los recortes son atractivos en términos políticos.
Sin embargo, la sociedad no debería permitirse este tipo de sacrificios. Debemos empezar a invertir en las personas en el momento más temprano posible –desde el nacimiento. Se necesita un acceso universal a la alimentación de alta calidad y servicios de salud preventivos, así como programas de aprendizaje tempranos para los niños con el fin de crear bases sólidas sobre las que los países en todo el mundo puedan asegurar su futuro avance social y crecimiento económico.
De igual manera, para niños y adultos, el valor real se puede encontrar, por ejemplo, en bibliotecas públicas –espacios de encuentro secular y libre que ofrecen acceso universal al aprendizaje, y cada vez más, prestan un servicio de entrada a servicios digitales. Sucede lo mismo con programas culturales e instituciones que estimulan el avance de las ciencias y el florecimiento de las artes. Estas esferas también son necesarias para asegurarse que los ciudadanos pueden contribuir productivamente a sus sociedades y economías.
La tentación de recortar la inversión de largo plazo en tiempos económicos difíciles también acecha la esfera privada. Y las empresas en todo el mundo, pequeñas y grandes, han estado sucumbiendo a la tentación desde el inicio de la desaceleración económica global. A medida que las empresas se ven obligadas a examinar sus resultados y volverse más eficientes, reducen la inversión en investigación y desarrollo, en desarrollo y capacitación de empleados, en infraestructura, entre otras esferas. Otro asunto que grava las cosas es que las líneas de presupuesto son las últimas que se restablecen cuando mejoran las perspectivas económicas.
Por ejemplo, ante la presión de los inversionistas, las empresas farmacéuticas han reducido de manera espectacular sus actividades de investigación, y recurren en cambio a estrategias de adquisición. El objetivo es reducir los riesgos mediante la compra de empresas que ya han realizado las costosas investigaciones básicas y han desarrollado fármacos ya probados.
Obviamente, esas estrategias no funcionarán a largo plazo si nadie está dispuesto a invertir en las primeras etapas de la investigación en áreas críticas como la biotecnología, la tecnología digital, las fuentes renovables de energía y otras similares. En vista de que los inversionistas para las primeras etapas son escasos, de que los gobiernos están abandonando la investigación básica y de que quienes financian las investigaciones en las universidades piden cada vez más que quienes reciben los fondos muestren el “impacto” de su trabajo, ¿quién financiará la toma de riesgos? Si nadie lo hace, el pozo se secará y ya no habrá nada qué adquirir.
De forma similar, en lugar de invertir en infraestructura nueva, las empresas reparan la vieja. Pero reparar las cosas viejas no funcionará para siempre. Al no dedicar recursos para invertir en operaciones nuevas, rentables y favorables al medio ambiente, o en desarrollar las capacidades y conocimientos de los empleados, o en innovación, los ahorros a corto plazo de las empresas se harán a costa de su éxito a largo plazo.
Las decisiones que están tomando las empresas no solo afectan a sus operaciones, sino que tienen consecuencias profundas para sus consumidores, proveedores y las sociedades en las que operan. No invertir en el futuro afectará el futuro de todos.
No todo lo que vale la pena intentar tiene un efecto inmediato positivo en los resultados financieros ni se puede clasificar con precisión. Si las decisiones de inversión pública y privada están orientadas solo por lo que se mide y define fácilmente, perderemos los momentos trascendentes que caracterizan en gran medida el avance y los logros de la humanidad.
En el sector privado y en el público, necesitamos comprometernos con la inversión de largo plazo en la niñez y la educación, en la ciencia y la tecnología, en la salud y la medicina o en la creación de instituciones sólidas que ofrezcan fundamentos sostenibles de sociedades pacíficas, democráticas y prósperas. Invertir en el futuro nunca es un desperdicio. La única manera de ver finales felices es invertir en buenos inicios.
Las opiniones expresadas aquí son las del autor y no necesariamente las del Foro Económico Mundial. Publicado en colaboración con Project Syndicate.
Autora: Lucy P. Marcus es fundadora y CEO de Marcus Venture Consulting , Ltd., es profesora de Liderazgo y Gobernanza en el IE Business School.
Imagen: REUTERS/Adrees Latif
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