2015: el año de la competencia geoestratégica

En los años posteriores a la Guerra Fría, la opinión prevalente era que el mundo había tomado el rumbo hacia un consenso liberal y democrático. La desintegración del bloque soviético, la integración de Rusia y China al sistema económico global y una nueva ola de transiciones democráticas, de América Latina a Europa del este, hicieron pensar a muchos que las rivalidades de las superpotencias habían terminado. La globalización, el mercado libre y la interdependencia de los países harían de las guerras algo más improbable, a la vez que se predecía un mayor papel para las entidades multilaterales, como las Naciones Unidas, para responder a los problemas que ponen en riesgo a todos.
Esto no mitigó nuestras preocupaciones respecto a la seguridad, pero a partir de la década de 1990, a los llamados nuevos retos se les consideraba asimétricos. En lugar de temerle a estados fuertes y adversarios, nos preocupamos por la debilidad del estado, la desmembración de países o el alcance global de redes terroristas no relacionas con el estado.
No obstante, hoy en día una renovada competencia entre actores claves es de nuevo una preocupación. De acuerdo con la Encuesta sobre la Agenda Global, tanto los participantes asiáticos como los europeos posicionan el auge de la competencia geoestratégica como la segunda tendencia global más importante. A pesar de que la Guerra Fría no está renaciendo, algunos desarrollos recientes han generado movimientos tectónicos en la interacción del estado. La geopolítica –y la realpolitik– de nuevo están pasando de nuevo a primer plano, con posibles consecuencias de amplio alcance para la economía, la política y la sociedad globales.
La ilustración obvia de estos cambios es el agravamiento de la tensión entre Rusia y Occidente. Las tentativas de la administración Obama por mejorar las relaciones entre Estados Unidos y Rusia ya estaban flaqueando cuando el colapso del gobierno de Ucrania y el ascenso de los movimientos separatistas sacaron a la luz un una colisión de maneras de ver el mundo fundamentalmente diferentes. La perspectiva de una ‘Europa entera y libre’ choca con un mundo de ‘juegos de suma cero y esferas de influencia’. Con el intercambio de sanciones económicas, y con Rusia tratando de dirigir una Unión Euroasiática como contrapeso a la Unión Europea, la siguiente década podrá verse marcada por una Rusia lamentándose de ‘encierro’ y tratando de revisar los desarrollos que ocurrieron durante los años en los que se le percibía como débil y vulnerable. Al mismo tiempo, es posible que Occidente se aleje de la interdependencia económica con Rusia que alguna vez se considerara como garante de paz y estabilidad regionales.
Un desarrollo potencialmente más importante está ocurriendo en Asia. Un cambio en el orden político global es evidente con el ascenso de China y su incierto papel en el ámbito internacional. De acuerdo con un estudio realizado por el Pew Research Center, casi la mitad de los encuestados en todas las regiones creen que China ha sobrepasado a Estados Unidos como la superpotencia mundial, o que eventualmente lo hará.
Una dinámica de realpolitik entre Japón y China –ocasionada por una importante pérdida de confianza, el nacionalismo en ascenso, instituciones débiles y disputas marítimas– afecta a la segunda y tercera economías más grandes del mundo, y amenaza con involucrar directamente a la más grande economía: Estados Unidos. El manejo del ascenso de China, tanto por parte de sus vecinos como de la misma China, es de importancia crucial en las décadas por venir.
La situación en Medio Oriente también ha empeorado, con el colapso de un sistema estatal impuesto precipitadamente por los ganadores de la Primera Guerra Mundial. El grupo insurgente transfronterizo conocido como el Estado Islámico –cuyo objetivo es establecer un califato en partes de la región– amenaza con hacer de los esfuerzos tradicionales de mediación de paz algo irrelevante. La situación es exacerbada por poderes regionales que explotan el caos –o que incluso lo provocan– a fin de promover su propio interés.
Lo que ahora presenciamos es un patrón de competencia persistente y multidimensional y el debilitamiento simultáneo de relaciones establecidas, una tendencia que desciende y se esparce a sectores y problemas múltiples. En este orden mundial, fluido y amorfo, debemos manejar juntos los retos asimétricos y simétricos. Las relaciones cambiantes entre los poderes mundiales ha reducido la energía política disponible para abordar los problemas compartidos como el cambio climático y la salud global, sin mencionar las crisis de segundo orden. El caos se ha agudizado.
No obstante, frente a una potencial globalización (y de hecho: una des-globalización), el ascenso del nacionalismo y una desconfianza creciente en el multilateralismo, la lección más importante de 2014 es que no podemos permanecer pasivos. Necesitamos más cooperación internacional, no menos. Las organizaciones intergubernamentales regionales y globales serán las que enfrenten el mayor reto; mientras tanto, las instituciones como el Foro Económico Mundial deben seguir generando una confluencia de actores privados y públicos, sociedad civil y academia, esto con el fin de mostrarles a los líderes políticos la importancia de la reflexión colectiva. En lugar de mejorar las condiciones de sus participantes, el patrón actual de la competencia geoestratégica amenaza con dañarnos a todos.
Autor: Espen Barth Eide, director general y miembro de la Junta Directiva del Foro Económico Mundial
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