¿Quiere acabar con la pobreza? Primero haga frente a la desigualdad

Existe un amplio apoyo de la idea de establecer un objetivo mundial para terminar con la pobreza para el 2030, tal y como demuestran las conferencias internacionales como la reunión anual del Foro Económico Mundial en Davos y las negociaciones continuas sobre la agenda posterior a 2015. Se ha logrado un gran progreso en la reducción de la pobreza, pero terminar con la pobreza con el patrón de crecimiento actual sería difícil y perjudicial para el entorno económico.
El impulso mundial para conseguir el objetivo de reducir la pobreza es fuerte, pero algunos se preguntan si es posible terminar con la pobreza mientras crecemos dentro de un marco ambiental, social y económico sostenible. Hay muchas razones para unirse con los optimistas en este debate – pero solo si conseguimos superar un importante obstáculo: la desigualdad.
La desigualdad de los ingresos en los países ha aumentado en la mayoría de las regiones durante las décadas pasadas. La llamada desigualdad de ingresos familiares, medida por el promedio de la población del índice Gini, aumentó un 11% en países de clase baja y media, y un 9% en países de clase alta desde principios de 1990 hasta finales del año 2000. Están surgiendo sociedades desiguales, y recientemente la comunidad internacional ha prestado mayor atención a este problema: hombres del Estado como Barack Obama, economistas como Joseph Stiglitz, líderes religiosos como el Papa Francisco y organizaciones internacionales como PNUD y la OCDE han declarado que enfrentarse a la desigualdad es una de las prioridades de nuestra generación. Mientras existen muchos argumentos éticos, ideológicos y políticos convincentes en contra de la desigualdad, es también muy importante luchar en contra para conseguir el objetivo mundial de acabar con la pobreza.
Hoy en día, 1,2 mil millones de personas viven con menos de 1,25 dólares al día – en lo que llamamos “pobreza de ingresos extrema”. Más del 70% vive en países de clase media donde los promedios del ingreso nacional bruto están entre 1.036 dólares y 4.085 dólares por ciudadano al año. Esta sorprendente cifra demuestra que en muchos países una gran cantidad de personas todavía no se han beneficiado de los buenos resultados económicos de su país. Si estos países consiguieran con éxito distribuir por igual los ingresos y crecer de una manera más inclusiva, estaríamos más cerca de conseguir eliminar por completo la pobreza extrema.
Varios países demuestran que el fuerte crecimiento económico no tiene que venir acompañado del aumento de las desigualdades. Brasil, que experimentó un fuerte crecimiento durante la década pasada, puede servir como un ejemplo instructivo. A principios del año 2000, Brasil comenzó a implementar un modelo de desarrollo que se enfocaba en la política social. Proyectos como Bolsa Família (un programa de estipendio familiar), que transfirió dinero a familias pobres a cambio de inscribir a los niños en la escuela y asegurar revisiones médicas periódicas, así como un plan de pensiones rural (previdência rural) y servicios públicos para aquellos con más necesidad donde se implementó. Las políticas tuvieron gran éxito en sacar a millones de brasileños de la pobreza: los ingresos del 20% más pobre aumentaron siete veces igual de rápido que el 20% más rico y Brasil se convirtió en uno de los países con más éxito en reducción de la pobreza.
El ejemplo de Brasil confirma una observación general que también se puede hacer en países como Perú y Etiopía: las políticas efectivas que reducen la desigualdad aseguran la capacidad inclusiva del crecimiento y sacan a las personas de la pobreza. La protección social, las transferencias de dinero redistribuidoras y la provisión de educación pública, salud, y otros servicios, ha ayudado a estos países a disminuir la desigualdad, en contra de la tendencia mundial, y demostrado ser unas herramientas muy efectivas y eficientes para reducir la pobreza.
Es importante destacar – contrariamente a lo que se ha asumido normalmente – que las políticas que reducen la desigualdad, si están bien diseñadas, no frenan pero incluso pueden contribuir al crecimiento tal y como ha sido el caso en los países mencionados. Tales políticas pueden promover el desarrollo de competencias, impulsar el empleo y aumentar la capacidad de recuperación económica. Investigaciones de OCDEtambién demuestran que las sociedades más igualitarias tienen una mayor movilidad social ascendente y pueden garantizar más igualdad de oportunidades, contribuyendo directamente al crecimiento económico.
Al mismo tiempo, se ha encontrado que la igualdad contribuye a la cohesión social mientras que la desigualdad tiende normalmente a conducir a la fragilidad. Durante las décadas pasadas, los países más frágiles no consiguieron progresar mucho en conseguir objetivos de desarrollo y reducir la pobreza. Mientras hoy en día casi un tercio de los pobres en el mundo vive en estados frágiles, esta cifra probablemente aumente al 50% en los próximos años. Para sacar a estas personas de la pobreza, se tiene que hacer frente a las desigualdades para promover una cohesión y estabilidad social en los países frágiles donde viven. El crecimiento no inclusivo, por otro lado, puede comprometerse al provocar inestabilidad social y política, y crisis.
Por supuesto, las políticas de reducción de la desigualdad deberían ir de la mano de la movilización de recursos domésticos adicionales. Nuestros datos e historias de éxito como Corea del Sur, China y Vietnam sugieren que existe un enorme potencial sin explotar para la generación de mayores ingresos fiscales en muchos países en desarrollo. Las políticas e iniciativas internacionales enfocadas en mejores políticas fiscales y sistemas de recaudación, en empresas multinacionales que pagan una parte justa, y en flujos financieros ilícitos forman parte de los instrumentos más prometedores en este sentido. Es una razón para el optimismo que muchos pobres en situación extrema viven en estos momentos en países donde la pobreza podría ser eliminada si por lo menos acciones moderadas adicionales de sus PIB pudieran ser utilizadas para la reducción de la desigualdad.
Todo esto demuestra inequívocamente que hacer frente a las desigualdades es clave para reducir la pobreza y el desarrollo sostenible. Solo si la economía mundial crece de una manera inclusiva será posible acabar con la pobreza junto a patrones de crecimiento sostenibles. La agenda posterior a 2015 deberá tener esto en cuenta e incluir objetivos, metas e indicadores globales sobre reducción de la desigualdad. Si nos tomamos en serio acabar con la pobreza, tenemos que hacer de la lucha contra de desigualdad una prioridad fundamental durante los próximos años.
Autor: Erik Solheim es presidente del comité de asistencia para el desarrollo dse OCDE.
Imagen: REUTERS/Bernadett Szabo
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