Bienes de consumo en América Latina

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No es una coincidencia que el continente con los peores niveles de desigualdad –América Latina– sea también el que más depende de la producción de bienes de consumo. Sin embargo, aunque los peligros económicos de la dependencia excesiva de la producción de bienes de consumo han sido documentados (desde el mal holandés hasta la maldición de los recursos naturales) no se le presta suficiente atención a la manera en que el exceso de bienes de consumo nutre la desigualdad social.

Aunque los gobiernos celebran el precio récord de los bienes de consumo porque los ingresos que generan llenan las arcas públicas, estos no acaban de comprender que depender demasiado de la producción de estos bienes es una receta bullente e insostenible que terminará creando tensión social. La producción de bienes de consumo es apropiada para una fuerza laboral de bajo costo, compuesta por muchas personas poco diestras que recojan fruta, cosechen vegetales, trabajen en minas de cobre o pesquen en el mar, dirigida por unos pocos dueños o gerentes cualificados. Es fácil visualizar la distribución de ingresos que este tipo de mercado generará.

Una economía basada en la producción de bienes de consumo es, inherente y estructuralmente, desigual. Ver el mercado laboral de esta manera ha desincentivado la inversión en el capital humano. Si nuestras economías requieren una fuerza laboral no adiestrada, ¿para qué preocuparnos por la educación? Por ende, no debe sorprendernos que uno de los peores sistemas de educación sea el sistema educativo latinoamericano. Si tomamos en cuenta que el nivel de educación es el indicador principal de ingresos, al no preocuparnos por ella, estamos condenando a nuestra población.

Otro factor que refuerza la dependencia de América Latina en la producción de bienes de consumo es la visión ricardiana del mundo. Promoviendo el libre comercio entre los países y la especialización entre las personas, David Ricardo, el economista británico del siglo XVIII, sostenía que el comercio o intercambio rinde beneficios mutuos, incluso cuando una de las partes (por ejemplo, un país rico en recursos o un artesano diestro) es más productiva en todos los sentidos que su contraparte (por ejemplo, un país pobre en recursos o un obrero no diestro), siempre y cuando cada una se concentre en las actividades en las cuales tenga una ventaja relativa en términos de productividad.

Hasta ahora, todo bien. Pero, al asumir que la ventaja competitiva de América Latina radica principalmente, si no exclusivamente, en la producción de bienes de consumo y en la expectativa que de este modo se pueden mantener nuestras economías, habremos concentrado nuestros esfuerzos, debo añadir que muy exitosamente, en convertirnos en los productores más eficientes de bienes de consumo. Al hacerlo hemos ignorado la inversión en los sectores que dependen del capital humano, como la industria de manufactura y servicios avanzados, así quedando rezagados a nivel mundial en ambos.

Se habla mucho sobre la necesidad de una reforma educativa que sustancialmente mejore tanto el acceso a la educación como su calidad –prácticamente se encuentra en la agenda de casi todos los países latinoamericanos. Sin embargo, ésta debe venir acompañada de la participación de un sector privado proactivo e innovador que provea actividades valiosas de modo que pueda crear mejores oportunidades de empleo en la manufactura y salarios más altos para crear una base económica más justa y sustentable.

Para resolver el problema de la desigualdad debemos contar con un sistema de educación que produzca resultados y con empresas que requieran una mano de obra adiestrada. La desigualdad es la mayor fuente de inestabilidad en América Latina. Es el caldo de cultivo de movimientos sociales enfurecidos que tanta presión ejercen sobre nuestros gobiernos y ponen en riesgo nuestro desarrollo. Debemos afrontar el problema porque tiene sentido hacerlo, tanto económicamente como socialmente. Debemos comenzar por entender que nuestra economía necesita cambiar, de una basada en la producción de bienes de consumo a una que pueda proveer una distribución más justa y sustentable de los ingresos.

El statu quo ya no es una alternativa viable. 

Autor: Leo Schlesinger es el Director Ejecutivo de la organización Masisa México, líder en el mercado de soluciones integradas y sostenibles de ingeniería forestal, químicos, derivados de madera y muebles. Schlesinger fue nombrado Joven Líder Mundial del Foro Económico Mundial en 2010 y dirige el Consejo de la Agenda Global sobre Recursos Naturales y Biodiversidad

Imagen: Un recolector de uvas camina con una caja en Chile REUTERS / Carlos Barria

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