Educación y habilidades

El síndrome de la persona exploradora: ¡No puedo parar de aprender!

A participant stands behind a rainbow flag during a vigil in memory of the victims of the Pulse gay nightclub shooting in Orlando, Florida, in Mumbai, India June 16, 2016. REUTERS/Danish Siddiqui     TPX IMAGES OF THE DAY      - D1AETKGHKJAA

Image: REUTERS/Danish Siddiqui TPX IMAGES OF THE DAY - D1AETKGHKJAA

Mar Abad
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Educación y habilidades

Algo empezó a llamarle la atención. Había muchas personas así: les pirraba aprender y buscaban trabajos que parecían llevarles, más que a la oficina, a la aventura.

«Esto es un patrón», pensó Arancha Ruiz.

Eran demasiados. Más que unos raros, parecían una especie. No resultaban conocidos; mucho menos, catalogados. No tenían nombre ni identidad.

La consultora de talento agudizó la observación, buscó los parecidos y anotó las palabras que se repetían en la boca de todos. Después consultó el hallazgo con psicólogos y científicos. Ninguno le rebatió una letra cuando ella dijo: «He detectado que hay personas adictas al aprendizaje».

Tan solo uno de los expertos apuntó un matiz:

—¿Adictos? ¿Crees que adictos es la palabra adecuada?

La adicción es una voz que suena a fango y perdición. Mejor sería dar otro nombre a este destacamento de individuos que forman la avanzadilla del mundo. A Ruiz le pareció bien. Lo rumió un rato y lo que al principio llamó «adicción al aprendizaje» lo convirtió en «síndrome del explorador».

La asesora vio que las personas con este hambre feroz de aprender optan por un mismo tipo de trabajo. «En su carrera profesional, si oyen la palabra nuevo, dicen: ¡Voy! Les encantan los retos. En cambio, la palabra procesos les echa para atrás. Si creen que no van a tener libertad para aprender, se van. Necesitan explorar».

Los une algo más: «Odian las etiquetas». Ese oficio escrito en su tarjeta de visita les oprime como el nudo de una corbata. Esa etiqueta es una celda que los arrincona en una identidad para toda la vida y una actividad que se repite una y otra y otra vez. Esa profesión los convierte en humanos mecánicos que, a ojos de los demás, no sirven más que para una faena. Es una maldición; un ‘eres peluquero, pues solo a cortar pelos’.

Esto no funciona en los individuos con síndrome del explorador. «Es muy difícil ubicarlos», dice Ruiz. «Dan la sensación de que están dispersos porque no se cierran a algo en concreto. No paran de dar vueltas porque están buscando».

Image: Tics y Formación

Algo más los une: aman los comienzos. Les gusta la fase de arranque, el punto de partida. «Son iniciadores y emprendedores».

Poco a poco, consultoría tras consultoría, Ruiz llegó a una conclusión: «Para estas personas, la exploración no es un medio; es el fin». No es una forma de llegar a la meta; es la meta misma.

Puede que sea una actitud, una habilidad. Incluso un modo de vida. «A estas personas el aprendizaje les produce placer. Les genera una satisfacción que no les da ninguna otra cosa». Ruiz aclara que no habla de los empollones que se encierran en una biblioteca a memorizar temarios: «Estudiar es distinto. El ámbito académico es un entorno conocido en el que las personas inseguras se sienten cómodas porque todo está establecido. Les resulta familiar y se sienten protegidas».

Los exploradores, en cambio, se ahogan en las rutinas y las actividades blindadas en lo de siempre. «Ellos están en un continuo modo ON. Es gente que necesita destinar parte de su tiempo de trabajo a investigar y probar cosas nuevas», indica la experta en gestión de talento.

A veces la necesidad es tan intensa que esa primera definición de «adicto al aprendizaje» que esbozó Ruiz no es exagerada. «El aprendizaje genera placer y el placer puede llevar a una adicción». Este afán de descubrir tiene mucho en común con la necesidad de café, tabaco o azúcar. Empieza por hacerse necesario, continúa haciéndose imprescindible y acaba provocando ira si no se tiene. Es un pozo sin fondo. Querer saber más y más y más y llegar hasta la ira cuando uno cree que está perdiendo el tiempo. Como si le robaran la vida y la emoción.

En la historia quedan estampas de personas que ya lo sentían. Julio Vernecontaba que se encerraba en su gabinete de trabajo, en el piso más alto y aislado de la casa; echaba dos vueltas a la llave de la puerta, por dentro, para que nadie pudiera abrir, y se hacía el sordo cuando su mujer le gritaba desde fuera para que bajara a tomar el té con las vecinas. El escritor se parapetada, con cerrojo y todo, de aquellas conversaciones hueras que pretendían robarle su tiempo de lectura y escritura.

El embudo creativo

El ingenio resulta de oleadas de curiosidad, lugares nuevos, espacios desconocidos y vivencias inesperadas. Dice la head hunter que los fanáticos del aprendizaje «son más creativos porque la creatividad requiere exploración» y lo explica con una imagen: un embudo en el que van entrando conocimientos y conocimientos hasta que un día se conectan entre sí y sale una idea creativa.

Ese picar aquí y allá nunca se ha entendido («¡A ver si el tío pone ya el huevo en algún lado!», dicen). No se comprende que alguien eche los raíles de un negocio y lo abandone cuando rueda por fin («¡Y ahora que empieza a ir bien, se va el imbécil!», protestan). A pocos le entra en la cabeza que a algunas personas lo que les gusta es crear, empezar, descubrir y cambiar. La monotonía y la rutina es la antesala de su muerte.

Pero la coyuntura actual está sacudiendo esa visión de la vida ideal construida sobre cadenas: un empleo fijo de por vida, una casa donde echar raíces y un matrimonio in sécula seculórum. Eran los tres pilares de la seguridad y la seguridad era la alfombra roja hacia la felicidad. Lo demás era visto como un despendole estupendo.

Esa aspiración inmovilista naufraga en tiempo de transiciones: de la era analógica a la digital, de la era de la información a la era del espectáculo, del capitalismo globalizado al capitalismo de la vigilancia. Y en tiempo de sacudidas sobreviven los más flexibles, los que se adaptan al cambio, los que se esfuerzan por aprender lo nuevo.

Dice Ruiz que los expertos en búsqueda de talento, como ella, están convencidos de que esta capacidad de aprender de forma continua es «la habilidad más valiosa del profesional del siglo XXI». Aunque todo tiene su precio: «El explorador es difícil de gestionar y a las organizaciones les resulta cara la curva de aprendizaje de un empleado».

Es tan importante aprender cada día que se ha hecho necesario un nuevo perfil profesional dedicado a ayudar a otros a aprender mejor: el learning developer o learning manager. «Hay tanta información y tanto que aprender que muchas empresas se han visto con la necesidad de que un experto les ayude a filtrar las fuentes y organizar el conocimiento», indica Ruiz.

Las personas exploradoras son indispensables porque «introducen la innovación en las empresas». Aunque, «¡ojo!», advierte. Tampoco hay que llenar el barco de Shackletons. «Una empresa no puede estar formada solo de exploradores. Necesita perfiles distintos. Hacen falta personas que implementen esas ideas». Marineros que prefieren atar cabos a inventar nudos. O, ya en tierra, el aire acondicionado de la oficina a los vientos inciertos de la aventura.

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