Tecnologías de reconocimiento facial para nuevos tiempos
Image: REUTERS/Tyrone Siu
¿Cuántas veces os han regalado cosas o habéis conseguido ventajas 'por la cara'? Sean pocas o muchas, sabéis que es una expresión que usamos con frecuencia para referirnos a logros fáciles o inesperados. En el 2013 se estrenó una comedia discreta con el mismo título, que conjugaba una compradora compulsiva con la suplantación de identidad de un rico de la costa opuesta de Estados Unidos. Y es que el rostro va de eso: de nosotros, de quién somos. Es la carta de presentación que nos hace reconocibles, familiares e identificables. Además, nuestros rasgos son un libro abierto a nuestra historia y nuestro ser. Revelan infinidad de cosas como nuestro origen geográfico, nuestra edad, algo del carácter e incluso si hemos tenido una vida más o menos feliz.
Las facciones dibujan un mapa único e inmutable de nuestra fisonomía y esa es la base del reconocimiento facial: ubicar determinados puntos (contorno de ojos, frente, nariz, labios…) y computar la combinación de distancias entre todos esos nodos. Cada persona, una composición genuina e intransferible, que además varía poco con el paso del tiempo. Eso lo convierte en una herramienta de identificación y control infalible, algo que ha seducido por completo al Gobierno chino. Centenares de 'start-ups' están liderando desde Pekín la aplicación de todas estas tecnologías. Actos cotidianos como ir a comprar, pagar un café o acudir al médico ya son posibles sin efectivo ni tarjetas. Tampoco harán falta pasaportes para embarcar en un avión. Y todo por la cara.
Estas cámaras que ya reconocen quién eres, se están entrenando para leer también cómo te sientes, qué piensas, cuáles son tus preferencias sexuales o cuando cruzas en rojo. Hace unos días 'The Economist' lanzó una simulación donde explica el funcionamiento de este despliegue de ojos electrónicos que nunca descansan, todo lo ven y lo analizan. A eso se le llama hipervigilancia. Aunque el reclamo es hacer sociedades más eficientes, sanas y seguras, la realidad es que es lo más parecido a tener un policía por cabeza.
Y si no, que se lo digan a los uigures de Xinjiang, el mayor banco de pruebas. En esta región viven 12 millones de musulmanes –minoritarios si consideramos los 1.400 millons de habitantes en todo el país– bajo represión militar. Por poner un ejemplo: cuando una persona se aleja 300 metros de su casa, el sistema de cámaras alerta a las autoridades. Pensad a qué distancia tenéis el trabajo, el colegio, vuestro restaurante preferido o vuestros familiares. Si tardáis más de cinco minutos a pie, alerta asegurada.
Ante esto, lo más normal es aterrorizarnos invocando a George Orwell y cruzando los dedos para que no nos llegue. O darnos cuenta de que estamos más cerca de ello de lo que pensamos. En cualquier caso, si el peaje es nuestra faz, siempre podemos crear una nueva moda de complementos faciales como parches, máscaras o narices postizas. Estamos en el punto de reconquistar nuestras propias facciones como espacio de libertad y desobediencia. Asimismo, por la cara.
Este artículo fue originalmente publicado con El Periódico el 12 de noviembre de 2018.
Liliana Arroyo es doctora en Sociología, especializada en transformación digital e innovación social, ESADE.
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