El dilema de la caravana migrante: apuestas arriesgadas e intereses encontrados
Image: REUTERS/Edgard Garrido
“¡Vamos a pasar caminando, es muy importante que estén juntos!”. La tensión frena a la caravana migrante, una columna humana que se extiende por un par de kilómetros. Las camionetas de la Policía Federal mexicana rondan al contingente. Un helicóptero sobrevuela a los miles de inmigrantes centroamericanos que buscan abrirse paso por México y hacerse camino a Estados Unidos. “¡No los vamos a detener! ¡Solo queremos que conozcan las opciones que tienen!”, dice uno de los agentes migratorios. “¡Tranquilos, compañeros, ahora pasamos!”, dicen las personas que lideran a la caravana. Pasan unos minutos y el cerco policial se repliega. Volverán a encontrarse más adelante, mientras avanzan las horas y el sol cae a plomo en la frontera entre el Estado de Chiapas y Guatemala.
¿Cómo controlar a un contingente de 7.000 personas? Esa es la pregunta que enfrentan las autoridades mexicanas y los organizadores de la caravana. La marcha de este domingo hacia Tapachula, a unos 30 kilómetros de la frontera, cambió las piezas del tablero. A su paso por Guatemala, los migrantes formaban una cadena dispersa. Sus eslabones eran pequeños grupos o brigadas que se acercaban y se alejaban en función de sus capacidades físicas y económicas. Los que tenían dinero y podían avanzar en autobús, los que tenían que viajar de jalón [a dedo], los que tenían que caminar largos trayectos. La larga espera en Tecún Umán, en el límite guatemalteco, hizo que se congregaran miles y que la caravana se aglomerara y avanzara junta hacia México cuando lograron cruzar el río Suchiate.
Hacia fuera, el éxodo masivo de inmigrantes hondureños es horizontal, no tiene líderes visibles ni portavoces. Existe, sin embargo, una organización hacia el interior. De otra forma, la coordinación de la ruta y de los miembros del contingente sería imposible. En la vanguardia de la caravana, algunos miembros llevaban chalecos verdes. “¡Péguense a la raya, no obstruyamos el tráfico!”, pedían a los migrantes, para no obstruir la angosta carretera que conecta Ciudad Hidalgo, en las orillas del Suchiate, y Tapachula. “¡Por la derecha, por la derecha!”. “¡No se adelanten, detrás de la bandera!”. “¡Mujeres y niños al frente!”. “¡No se suban a los camiones!”. Eran algunas de las consignas que lanzaban hacia los miembros de la caravana. Hay también liderazgos medios que organizan a pequeñas brigadas de mujeres o familias, por ejemplo. Y hay migrantes que se dejan guiar, que se mantienen con el contingente porque consideran que es su mejor apuesta para seguir hacia el norte.
En el grueso de la caravana ha permeado la desconfianza de las autoridades mexicanas. Después de que la caravana rompió el cerco policial en la aduana guatemalteca y corrió eufórica por el puente fronterizo Rodolfo Robles, se toparon con las puertas de México. Y estaban cerradas. Era el primer país para el que necesitaban un documento migratorio para transitar. Existe un acuerdo migratorio entre Guatemala, El Salvador, Honduras y Guatemala para circular sin mayores contratiempos. Pero ese acuerdo no incluye a México.
Más adelante, vino el episodio de los gases lacrimógenos y pimienta que lanzaron los agentes mexicanos, en respuesta a una supuesta agresión de los migrantes. El puente era una ratonera, no había para dónde correr, para dónde dispersarse, estaba abarrotado. Las escenas fueron dramáticas. El precedente ha sido difícil de olvidar entre los migrantes. Han pasado solo tres días. Muchos niños y mujeres tuvieron que replegarse, como pudieron, con los ojos llorosos, a merced del calor y de la concentración masiva de gente.
Las leyes migratorias de México obligan, en el papel, a que los migrantes consigan un permiso de paso o que tramiten las solicitudes de refugio. Muchos no conocen los requisitos ni saben que toma mucho tiempo, al menos 45 días. “¿Y para el asilo necesito dar un motivo muy fuerte para que me lo otorguen?”, preguntaba una migrante hondureña a uno de los trabajadores de migración que estaba del lado mexicano del portón. “Lo único que queremos es que lleguen seguros”, decía al pie de la carretera el comisionado de la Policía Federal, Manelich Castilla. Habían dispuesto camiones para llevarlos a albergues, donde las autoridades les prometían que recibirían ayuda para regularizar su situación migratoria. Muchos habían cruzado sin documentos, caminando agarrados de un cordón de unos 400 metros y en balsas sobre el río Suchiate. La caravana no confiaba. Los vehículos tuvieron que alejarse.
“Tristemente, parece que la Policía mexicana y el Ejército han sido incapaces de detener a la caravana”, ha reclamado este lunes Donald Trump en su cuenta de Twitter, con la mirada puesta en la elección intermedia del próximo 6 de noviembre. En el terreno parece que el Gobierno mexicano, presionado por Estados Unidos, necesita proyectar la imagen de que está “haciendo algo” para controlar a la caravana, pero sin la imagen de que está reprimiendo a los migrantes. Como sucedió en el puente fronterizo, después del portazo a la aduana guatemalteca. La estrategia es llevar a cabo los trámites migratorios de los migrantes, en procesos individuales, que les permitirán decidir quiénes siguen, quiénes se quedan y quiénes serán deportados. Si esa táctica se impone, el avance de los miembros de la caravana se debilitaría: el contingente se dispersaría y no podrían avanzar juntos porque sus trámites se resolverían en diferentes momentos o porque muchos serían deportados a Honduras: “¡No se suban a los autobuses!”.
Conseguir papeles, en teoría, daría opciones a algunos de los refugiados que huyen de la violencia y la represión de su Gobierno, si la padecen directamente. Pero es casi una apuesta igualmente arriesgada que seguir de forma irregular. Las solicitudes de refugio han pasado de 1.296 en 2013 a 14.596 en 2017, un aumento de más del 1000% en cinco años, según cifras oficiales. En este periodo, nueve de cada diez solicitudes provinieron de Honduras, El Salvador y Guatemala. Y el año pasado solo se aprobaron 1.907 solicitudes, el 13%. El proceso está saturado y la tasa de rechazo es alta.
Las organizaciones no gubernamentales han alertado también de las difíciles condiciones que la caravana enfrenta: durmiendo a la intemperie y expuestos a la inseguridad del crimen organizado o a ser detenidos y deportados por las autoridades. Todo esto en grupo en el que uno de cada cuatro migrantes son niños, niñas y adolescentes, de acuerdo con la organización Save the children. La caravana baraja los siguientes pasos a seguir. La extenuante jornada del domingo les permitió avanzar a Tapachula. Pasaron la noche del lunes en Huixtla, a 70 kilómetros de la frontera con Guatemala. Aún les quedan 2.000 kilómetros.
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