Fuerza laboral y empleo

Trabajamos demasiadas horas, como nos demuestra la Edad Media y Kellogs

Sergio Parra
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Fuerza laboral y empleo

Parafraseando a Confucio: “Elige un trabajo que ames y nunca más en tu vida tendrás que volver a trabajar”. O quizá podríamos ir un poco más allá, tal y como lo hizo el escritor de ciencia ficción Arthur C. Clarke:

Sea como fuere, la tecnología no parece que nos haga trabajar menos ahora (aunque quizá esto cambia dentro de poco). De hecho, parece que trabajamos más horas, aunque no sea necesariamente en la oficina.

Edad Media

En la Edad Media, el ocio y el tiempo libre era mayor del que creemos. Alrededor del año 1300, el calendario todavía estaba lleno de fiestas y celebraciones.

La historiadora y economista de Harvard Juliet Schor ha calculado que los festivos representaban al menos un tercio del año. En España, alcanzaban unos asombrosos cinco meses y en Francia, casi seis. La mayoría de los campesinos no trabajaban más de lo necesario para vivir:

El ritmo de la vida era lento. Nuestros antepasados tal vez no fueran ricos, pero tenían tiempo libre en abundancia.


Pero, dado que el tiempo es dinero, el crecimiento económico trajo aparejado mayor consumo, lo que también requirió mayores ingresos y, por extensión, más trabajo. Como explica Bregman Rutger en su libro Utopía para realistas:

Incluso allí donde los ingresos reales han permanecido estables y la desigualdad se ha disparado, la locura consumista ha continuado, pero a crédito. Y ése es precisamente el principal argumento que se ha esgrimido contra la reducción de la semana laboral: no podemos permitírnoslo. Más tiempo libre es un ideal maravilloso, pero es sencillamente demasiado caro. Si todos trabajásemos menos, nuestro nivel de vida caería y el estado del bienestar se desmoronaría.

Trabajar menos es más productivo

Sin embargo, trabajar demasiadas horas no se traduce necesariamente en alcanzar más productividad, como descubrió Henry Ford a principios del siglo XX: una serie de experimentos que demostraron que los trabajadores de su fábrica eran más productivos cuando trabajaban una semana de cuarenta horas. Trabajar veinte horas adicionales daba resultados durante cuatro semanas, pero luego la productividad disminuía.

El 1 de diciembre de 1930, el magnate de los cereales W.K. Kellogg decidió implementar una jornada de seis horas en su fábrica de Battle Creek, Michigan.

Fue un éxito rotundo: Kellogg pudo contratar a 300 empleados más y redujo la tasa de accidentes en un 41%. Además, sus empleados se volvieron notablemente más productivos.


Trabajar demasiado, pues, puede ser contraproducente. Y dejar de luchar por trabajar menos horas, o simplemente para dejar de trabajar, no es un objetivo propio de perezosos o almas peterpanescas. Debería ser el propósito fundamental de cualquier país avanzado a fin de que sus ciudadanos jugaran, estuvieran con sus hijos, participaran en la comunidad, se ilustraran y un largo etcétera.

Además, como descubrió el primer ministro británico Edward Heath en el año 1974, trabajar menos tampoco acarrea tantos problemas, cuando decidió imponer una semana laboral de tres días para combtir la inflación, el gasto público y el tira y afloja con los sindicatos. Incluso los mineros estaban en huelga:

Con el consecuente recorte de energía, los británicos bajaron los termostatos y se pusieron sus jerséis más gruesos. Llegó diciembre, e incluso el árbol navideño de Trafalgar Square se quedó sin iluminar. Heath se decidió por una medida drástica. El 1 de enero de 1974, impuso una semana laboral de tres días. A las empresas no se les permitiría usar más de tres días de electricidad hasta que las reservas de energía se hubieran recuperado. Los magnates del acero pronosticaron que la producción industrial caería un 50%. El Gobierno temía una catástrofe. Cuando en marzo de 1974 se reinstauró la jornada de cinco días, las autoridades empezaron a calcular la extensión total de las pérdidas de producción. Tuvieron problemas para dar crédito a sus ojos. La suma total era del 6%.

Hay importantes indicios de que, en una economía moderna del conocimiento, incluso cuarenta horas semanales son demasiadas. Por ello, quizá, los países más prósperos son los que tienen semanas laborales menos largas. Vayamos hacia ello.

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