Puerto Rico, en el purgatorio
Image: REUTERS/Alvin Baez
Roberto Pagán lleva una gorra de comandante en jefe de Estados Unidos pero no lo es. Él es alcalde de Lares, un municipio rural del centro de Puerto Rico que después del huracán María ha quedado, dice, “como un barco a la deriva”.
Pagán, del Partido Nuevo Progresista —que ostenta el poder en la isla—, tiene 74 años y solo cree en dos cosas en este mundo: en Dios y en Estados Unidos. “En este momento, la única solución es Washington. Dependemos al 100% de ellos”, afirmaba el martes este regidor, que llegó a su puesto “llamado por el Señor”. Su pueblo está ahora como estaba ese día, y como seguía estando ayer, prácticamente todo Puerto Rico, pasados 11 días del ciclón. Bajo mínimos en agua potable, en acceso a alimentos, en combustible, sin electricidad. La isla es un país roto por los cuatro costados que tardará meses en arreglarse. Un purgatorio tropical en el que la luz podría tardar en llegar más de un año a muchos rincones.
Roberto Pagán, además, tenía otro problema muy truculento. Un corrimiento de tierras en el suelo del cementerio partió el camposanto en dos y los panteones se desplazaron cuesta abajo. Algunos féretros quedaron abiertos al aire.
A la entrada de la alcaldía, en la acera, un señor mayor con una botella en la mano, retrato del desamparo, preguntaba: “¿Cuándo pondrán la luz, usted sabe?”. Estos días en Puerto Rico en cualquier forastero que aparece se ve la ilusión —a menudo, el espejismo— de la llegada de ayuda oficial. “¿Es usted de FEMA?”, preguntaba unos kilómetros sierra arriba Eleutemia Rivera, de 81 años, refiriendo por sus siglas inglesas a la agencia de emergencias de EE UU. Ella aún estaba turbada por el “ruido de motor prendido” del ojo del huracán, “que estuvo aquí mucho rato rompiéndolo todo”.
Las dos casas al lado de la suya perdieron paredes y techo. Eran cadáveres deshabitados. Frente a la vivienda afectada pero entera de la señora había caído un tendido eléctrico. Su yerno, Nehemías González, de 60 años, que estuvo en la guerra de Afganistán con el Ejército de EE UU, limpiaba el terreno con un machete y decía que María había sido “lo más malo” que había visto en su vida: “Aún diría que peor que aquellos talibanes”.
En Utuado, municipio vecino de Lares, el mismo desastre. Las carreteras de la sierra eran una jungla de árboles rotos y postes de la luz caídos, altas matas de bambú enmarañadas como jeroglíficos, trozos de asfalto hundidos. En casa de José Pérez, de 41 años, se vino abajo el cerro que tenía a sus espaldas y quedaron sepultados tres vehículos. “Esta propiedad era bella y mira cómo quedó”, lamentaba. Su perro, llamado Clinton, ladraba a los visitantes. Tuvieron un Bush y un Reagan, porque a su suegro le da por ponerles a los canes nombres de presidentes de EE UU.
Quién sabe si tendrán un Trump. El actual jefe de la Casa Blanca llegará el martes a la capital de Puerto Rico, San Juan, y sus vientos políticos —siempre ciclónicos— ya se dejan sentir a distancia. El sábado levantó revuelo al criticar en Twitter a la alcaldesa capitalina, Carmen Yulín, por tener una “pobre capacidad de liderazgo” y deslizar que en Puerto Rico —Estado Libre Asociado de EE UU, una entidad entre la autonomía y la dependencia— “quieren todo hecho”.
El gobernador de Puerto Rico, Ricardo Rosselló, no deja de lanzar el mensaje de que Washington está trabajando a una con ellos y que las agencias federales y el ejército se están volcando en la isla, aunque al tiempo recuerda que los suyos deben ser tratados como “ciudadanos americanos” y urge al Capitolio a aprobar un fondo de rescate extraordinario. Rosselló ha asegurado que el desastre de María solo es comparable con el Katrina en Nueva Orleans y sostiene que la reconstrucción de Puerto Rico requiere “decenas de miles de millones” de dólares.
A su vez, Trump lleva días en la ambigüedad, mostrando su compromiso con la isla pero soltando puyas que sientan como puñaladas a los boricuas, gentilicio de los locales. En otro tuit, esta semana, recordó que Puerto Rico, pese a su catástrofe, tiene una deuda con Wall Street y los bancos que, “tristemente, tendrá que asumir”. La isla ha declarado la quiebra, debe 73.000 millones de dólares (unos 61.782 millones de euros) a sus acreedores y ya antes del huracán pasaba serios apuros para sostener sus sistemas de salud y de pensiones.
En Puerto Rico, pese al discurso de cohesión con Washington del gabinete de Rosselló, cada día que pasa crece la opinión de que Estados Unidos está descuidando la tragedia de los boricuas en comparación con la rapidez y la cantidad de recursos que ha puesto para auxiliar a Texas y Florida tras los huracanes Harvey e Irma. La alcaldesa de San Juan ha expresado su malestar con la gestión del FEMA y ha declarado: “Si alguien allá afuera nos está escuchando, nos estamos muriendo y ustedes nos están matando con su ineficiencia y su burocracia”.
Mientras tanto, familias como la de Nydia Rosario, de 51 años y vecina del municipio de Salinas (costa Caribe), esperan la anunciada llegada masiva de ayuda. El pasado jueves, todo lo que tenían ella y sus dos niñas —Nydialis y Nydianyelis— era una caja de alimentos enlatados y 24 botellas de agua. Ni un dólar en efectivo, pues los 60 que tenían antes del huracán se acabaron y los cajeros no funcionan. Sin ventiladores ni botes de repelente, la señora Rosario rezaba por que los mosquitos no se cebasen con sus hijas y trajesen enfermedades. Y miraba al futuro con ironía amarga: “Estas navidades no habrá bombillas”.
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