Cuatro suposiciones peligrosas sobre la trata de personas
Image: REUTERS/Tom Esslemont - RTSPYXP
La trata de personas está sujeta a complicadas definiciones legales, pero la esencia de este crimen es simple: una persona que está atrapada en una situación de explotación económica de la que no puede escapar es muy probable que sea víctima de la trata. Alguien involucrado en llevar a esa persona a la explotación, o mantenerla allí contra su voluntad, es muy probable que sea un traficante.
Las formas que toma son tan variadas como el potencial para obtener un beneficio económico. Mujeres, hombres y niños están atrapados en granjas, barcos pesqueros y obras en construcción; así como en fábricas, minas, cocinas de restaurantes y casas privadas. Se los fuerza a luchar guerras, renunciar a sus órganos, casarse en servidumbre o prestarse para la gestación subrogada comercial.
Durante mucho tiempo relegada muy al fondo en la agenda de los derechos humanos, la trata de personas (o "esclavitud moderna", como prefieren los defensores de derechos humanos) ha surgido como un tema de preocupación importante. Cada uno de los últimos cuatro presidentes de Estados Unidos, hasta el titular, ha proclamado en voz alta su compromiso personal para poner fin a este flagelo, al igual que líderes religiosos, celebridades y algunas de las personas más ricas del mundo. Durante la última década, en un cambio radical del panorama jurídico, la inmensa mayoría de los países ha penalizado la trata de personas. Nunca ha habido más financiación para los programas destinados a combatir la trata de personas. A nivel internacional, el tema ha sido abordado por la Asamblea General de la ONU y el Consejo de Seguridad. Los Objetivos de Desarrollo Sostenible comprometen a los estados a "tomar medidas inmediatas y efectivas para erradicar el trabajo forzoso, poner fin a la esclavitud moderna y la trata de personas".
Pero el progreso contra la explotación humana ha sido dolorosamente lento, a pesar de la gran inversión de capital político, recursos y experiencia. Para intentar averiguar qué ha salido mal y qué podríamos hacer de manera diferente, es útil examinar con mirada crítica algunos de los supuestos básicos sobre los que se construye el movimiento contra la trata de personas.
No, incorrecto.
El deseo por obtener datos respaldados en la evidencia, en especial en torno a la cantidad de víctimas y los beneficios generados, es fuerte y creciente. Eso es comprensible. En nuestro mundo obsesionado por las métricas, la afirmación de Bill Gates, "si no se puede medir, no existe", suena tristemente cierta. Sin poder dibujar un cuadro claro de las dimensiones del problema de la trata de personas es difícil atraer la atención, solicitar dinero y mostrar nuestros éxitos. Pocas figuras públicas que hablan sobre este tema han resistido la tentación de citar estadísticas de trata que son en el mejor de los casos, imposibles de verificar y, en el peor de los casos, falsas. La comunidad de lucha contra la trata en su conjunto no ha dado a conocer las lamentables metodologías de investigación que suelen usar y que dan como resultado cifras con variaciones realmente absurdas en las que se deben apoyar.
Tratar de mejorar nuestra comprensión sobre qué sucede, dónde y quiénes son las víctimas es un esfuerzo que vale la pena realizar. Y ha habido algunas bolsas aisladas de progreso; por ejemplo, en torno a los intentos de la Organización Internacional del Trabajo de medir la prevalencia del trabajo forzoso. Pero la verdad sencilla y tácita es que simplemente no sabemos cuántas personas han sido o están siendo explotadas, o la cantidad de dinero que esa explotación genera. En este caso, las complicaciones habituales de medir poblaciones y economías ocultas se agravan por la amplitud del fenómeno y la falta de criterios diagnósticos universalmente aceptados y de herramientas de medición creíbles.
Presentar nuestros datos como mejores de lo que realmente son sería arrogante y nos estaríamos extralimitando. También se correría el riesgo de validar intervenciones que solo pueden pretender estar basadas en la evidencia. Nuestra mejor opción es eliminar estos costosos y demorados intentos de llegar a nuevas y mejores cifras. Más bien deberíamos invertir en la investigación forense de sectores específicos que producen información basada en las evidencias que luego se utiliza para dar forma y evaluar las intervenciones —como se ha hecho en relación con la industria del camarón tailandesa, la producción de algodón en uzbeco y el sector de fabricación de dispositivos electrónicos en Malasia.
Mayormente equivocadas
La trata y las formas relacionadas de explotación pueden ser problemas sociales y económicos, pero también son delitos. Es lógico que los marcos internacionales y nacionales para abordar la trata prioricen la persecución y el castigo. Lamentablemente, los resultados en este frente han sido deplorables. Incluso aquellos que no confían en los datos podrían estimar el número de víctimas de la trata en millones de personas. Sin embargo, el año pasado, se reportaron apenas algo más de 9.000 condenas en todo el mundo. Más del 90 % de estos casos se relacionan con la explotación sexual; lo que refleja y refuerza el mito tenaz y peligroso de que ésta es la forma más frecuente de trata.
Más del 90 % de estos casos se relacionan con la explotación sexual; lo que refleja y refuerza el mito tenaz y peligroso de que ésta es la forma más frecuente de trata
”Las consecuencias de no hacer lo suficiente para enjuiciar a los explotadores son duras y vergonzosas: la impunidad virtual para los delincuentes y una injustificable falta de justicia para las víctimas. Pero pedir más condenas tiene sus complicaciones. Una respuesta eficaz de la justicia penal a la trata de personas requiere buenas leyes, funcionarios honestos altamente calificados e instituciones fuertes. Como muestran los números, incluso los sistemas de justicia penal más avanzados experimentan grandes dificultades para asegurar condenas por estos delitos complejos. Presionar a los estados en desarrollo, a menudo corruptos, para que mejoren sus funestas tasas de enjuiciamiento (como exige la política oficial de los Estados Unidos) contribuye directamente a serios errores judiciales. Esto no es progreso; es una farsa.
Necesitamos que la justicia penal sea parte de la respuesta correcta. Los enjuiciamientos deberían funcionar; pero en la actualidad esto no sucede, en ninguna parte. Los estados y la comunidad internacional deben estar preparados para admitir esto y comprometerse a averiguar qué se está haciendo tan mal. Mi experiencia de más de 20 años al frente de la justicia penal sugiere que las leyes demasiado complicadas, la falta de delitos alternativos, la falta de incentivo de los líderes y la tolerancia a la violencia y la explotación de ciertos grupos, incluyendo a los migrantes, las mujeres y los pobres, son las formas más claras para explicar por qué se hace tan poco y cuáles son los cambios que debemos considerar.
No, incorrecto.
Después de décadas de intentos lentos y a menudo frustrantes de abordar la explotación a través de medios más convencionales, la atención del movimiento contra la trata de personas está ahora sobre las cadenas de suministro. Ningún caso de trata, ningún estudio o informe, de hecho ninguna ley se considera seria y completa a menos que se dirija a esta nueva "solución" de moda al problema de la explotación humana.
La idea es bastante clara: ahora nos hemos dado cuenta de que gran parte de la ropa que usamos, los alimentos que comemos, los autos que manejamos y los dispositivos con los que enviamos mensajes de texto están manchados por el trabajo forzoso y la explotación. Al alentar u obligar a las corporaciones a permitir la supervisión externa de sus cadenas de suministro, las obligamos a hacerse cargo de su responsabilidad, mientras que les damos a los consumidores la información que necesitan para hacer elecciones más éticas. La revelación reciente del trabajo esclavo en la industria del camarón tailandesa, por ejemplo, ejerció presión sobre empresas multinacionales como Costco y Walmart para que limpiaran su cadena de suministro. También obligó al gobierno tailandés a tomar medidas para proteger a la empobrecida y vulnerable mano de obra de los migrantes, que es la columna vertebral de esta valiosa industria nacional.
Pero las limitaciones significativas en este enfoque son ignoradas por la creciente cantidad de adherentes a la idea de control de las cadenas de suministro. En primer lugar, por mucho que deseemos otra cosa, la estructura de la economía global hace imposible asegurar la transparencia y la rendición de cuentas de las cadenas de suministro profundas donde existe mucha explotación. Una cosa es averiguar de dónde provienen nuestros peces, pero otra muy distinta es seguir a los proveedores fragmentados y dispersos en el mundo de minerales y otras materias primas que se usan en nuestras baterías y teléfonos móviles.
El control de las cadenas de suministro debe ser parte de cualquier ataque integral contra la explotación, pero no es suficiente para eliminarla
”En segundo lugar, la mayor parte, si no la totalidad, de la economía de servicios informales, incluso el altamente vulnerable sector de servicios domésticos, así como los matrimonios forzados, seguirá estando fuera de alcance. En tercer lugar, incluso un control más riguroso de las cadenas de suministro solo puede llegar a beneficiar a los trabajadores en las industrias de exportación, dejando de lado a aquellos cuya explotación produce bienes y servicios para el consumo interno.
El control de las cadenas de suministro debe ser parte de cualquier ataque integral contra la explotación, pero no es suficiente para eliminarla. De hecho, existe un riesgo real de que la obsesión actual desvíe tiempo, energía y recursos a otras tareas difíciles y menos atractivas que sabemos que son fundamentales para hacer la diferencia. Estas incluyen: identificar y apoyar a las víctimas; asegurar más y mejores enjuiciamientos; reducir la vulnerabilidad de los migrantes; aplicar la legislación laboral; y abordar las estructuras y actitudes que contribuyen a normalizar la explotación.
Todavía no
En 2015, el Papa, un maestro budista zen, clérigos sunitas y chiitas, el arzobispo de Canterbury y un rabino sudamericano se unieron para comprometerse a erradicar la esclavitud para 2020. Muchos otros, incluso el Senado de los Estados Unidos, han hecho compromisos igualmente ambiciosos.
Podemos aplaudir tal ambición y optimismo, mientras nos preocupamos por los malentendidos fundamentales que sin querer revelan. La explotación humana no es una aberración, sino que ha construido nuestro mundo y continúa potenciando el crecimiento económico hasta el punto de que la riqueza y la productividad mundiales se verían amenazas si la explotación se eliminara repentinamente.
Este es el verdadero escollo, el que ayuda a explicar algunas anomalías duras e inquietantes: por qué ignoramos el papel que desempeña la migración laboral, que beneficia fuertemente a las economías desarrolladas y a los grandes negocios, para mantener la vulnerabilidad; por qué los gobiernos están tan dispuestos a aprobar leyes sólidas y tan poco dispuestos a aplicarlas con eficacia; por qué la transparencia en la cadena de suministro está en discusión, pero no la tremenda complicidad corporativa y la corrupción gubernamental que hacen posible la explotación; por qué la resistencia al "trabajo decente" es tan pasiva pero efectiva.
La solución a la trata está a nuestro alcance. Pero requerirá mucho más de nosotros, nada menos que el compromiso de seguir tratando este tema a largo plazo, y la voluntad de cuestionar hasta la más tranquilizadora de nuestras suposiciones.
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19 de julio de 2024