Instagram dice demasiado sobre ti: lo que odias y a lo que aspiras

People participate in a yoga class during an annual Solstice event in the Times Square district of New York, U.S., June 21, 2017. REUTERS/Lucas Jackson      TPX IMAGES OF THE DAY - RTS1816B

Image: REUTERS/Lucas Jackson TPX IMAGES OF THE DAY - RTS1816B

Gonzalo Toca

Merece la pena zambullirse como un delfín en las características de Instagram que nos dan claves sobre quiénes somos y la forma en la que las redes sociales nos ayudan a definirnos.

Quizás el principal rasgo que apunta esta plataforma sea nuestra profunda inclinación a ser gregarios e individualistas al mismo tiempo. Según Víctor Puig, socio director de la agencia de marketing digital Zinkdo, «una de las principales características de Instagram es la forma en la que muchos usuarios la emplean para integrarse en un grupo o para validar y sentirse validados por sus amigos». Esa comunidad, que se encuentra por encima de los individuos, ahora cuenta con nuevos instrumentos para seducir y forzar a sus miembros a cumplir con las reglas y caprichos del colectivo.

Otro elemento que señala Puig es que Instagram consiste, esencialmente, en «una red que prima la belleza y lo positivo, y donde se excluyen normalmente la fealdad, los comentarios negativos y las críticas». Nil García, gestor de redes sociales y jefe de cuenta de la agencia de marketing digital Firma, apunta que allí «hay muchos menos haters que en Facebook y muchísimos menos que en Twitter».

Esto no solo sugiere que Instagram se distingue por la buena educación, la sensibilidad estética o el hartazgo justificado por los troles. También dice mucho de la manera en la que la información falsa no va tropezar ni siquiera con los ya exiguos límites que imponen los usuarios de Facebook. En estas circunstancias, los que posean un megáfono mayor, sean personas o empresas, disponen de una capacidad persuasiva abrumadora porque su audiencia ha renunciado a llamarles la atención y a discrepar en público.

Eso, obviamente, arroja otras derivadas interesantes. Para empezar, apunta Nil García, «las empresas y las personas están comprando miles de seguidores, porque eso las hace parecer más influyentes». El tamaño del megáfono importa. Como una de las maneras de detectar a los seguidores falsos es su falta interacción con las actualizaciones del titular de la cuenta, ya existen sistemas electrónicos que automatizan las interacciones básicas. Los bots también pueden poner ‘me gusta’ y escribir ‘Qué pasada!’. Además, lo hacen más rápido.

La pulsión social es tan abrumadora que, como recuerda el ensayista Gilles Lipovetsky, se están reduciendo, gradualmente, los espacios y las herramientas que favorecen la comunicación compleja.

Irónicamente, todo este gregarismo autómata convive en el mismo espacio que algo tan humano como el individualismo, la admiración y la vanidad. Los reyes de la plataforma son, en muchos casos, los influencers, unos líderes carismáticos que explotan su individualidad para ganar dinero. No solo es un juego de minorías: la mayoría se reivindica y representa como un ser especial, con una mirada propia y que vive experiencias memorables. Esa representación y la cuidada coherencia de sus galerías de imágenes les dan a algunos la oportunidad de reinventarse como individuos fuera de sus entornos tradicionales.

Otra gran característica social que refleja y colorea Instagram, además de la tensión entre el gregarismo y el individualismo, es la oposición entre dos grandes pulsiones: la de una sociedad que aspira a la ligereza, la inmediatez, la belleza y la simplicidad en el espacio público, y la realidad de muchos individuos que necesitan compartir en público experiencias, ideas y sentimientos que no son ni ligeros ni bellos ni simples.

La pulsión social es tan abrumadora que, como recuerda el ensayista Gilles Lipovetsky, se están reduciendo, gradualmente, los espacios y las herramientas que favorecen la comunicación compleja. Las redes sociales han reflejado y alimentado esa tendencia. En Instagram apenas hace falta leer y escribir y, como dice Víctor Puig, «cualquier mensaje que funcione debe adaptarse al lenguaje puramente visual y los valores positivos de la plataforma». No sería un problema importante si las redes sociales no fuesen uno de los medios principales que utilizan millones de personas para comprender el mundo.

Lo uno y su contrario

La tercera gran característica social que refleja y condiciona Instagram es la necesidad y menosprecio del capitalismo frenético. La mayoría reconoce y defiende la plataforma, principalmente, como un espacio mucho menos mercantil que Facebook. Por eso, no es extraño que, como afirma Nil García, la publicidad sea menos numerosa y más sutil, y que las marcas utilicen Instagram «sobre todo para posicionarse y no tanto para vender». Es también un lugar que celebra los vínculos comunitarios, la exaltación de la creatividad individual y el disfrute consciente, compartido y lento de las pequeñas cosas de la vida que encontramos fuera de internet y que inmortalizamos en imágenes o vídeos.

Podemos olvidar que ese mismo espacio no bulliría igual sin la promesa de un consumo ilimitado de experiencias y productos, sin la conversión de miles de personas en puras herramientas de marketing

Podemos olvidar que ese mismo espacio no bulliría igual sin la promesa de un consumo ilimitado de experiencias y productos, sin la conversión de miles de personas en puras herramientas de marketing (los influencers y las celebrities), sin los negocios y marcas que intentan seducirnos y masificarnos, sin la hiperconectividad y el smartphone, dos grandes símbolos del capitalismo, y sin la ansiedad ultrarrápida, frenética y obsesiva por dar y recibir likes. Todo ello inunda nuestros momentos de ocio hasta eclipsar los mismos pequeños placeres que fotografiamos.

La última gran característica social importante que refleja y ayuda a definir Instagram es la transformación del papel y el poder que ejercen los jóvenes.

Es fácil olvidar que, hasta hace dos décadas, se asumía que la mera edad otorgaba sabiduría aunque no nos hiciera a todos sabios, que emprender era cosa de veteranos o que las tendencias de consumo sofisticado las definían los profesionales exitosos de mediana edad. Todos éramos demasiado jóvenes para asumir puestos de gran responsabilidad y casi nadie discutía que un trabajador recién licenciado tenía que sentirse afortunado por hacer prácticas en una gran empresa aunque apenas le pagasen. El diablo sabía más por viejo que por diablo.

En estos momentos, el péndulo ha invertido su trayectoria y lo ha hecho en parte por lo que significa, refleja y celebra Instagram. Hablamos de una poderosa empresa joven y para jóvenes que ha barrido a otras veteranas… y también de un espacio donde los líderes más influyentes tienen casi siempre menos de 35 años.

Las redes sociales como Instagram dicen mucho y a veces demasiado de lo que somos, de lo que sentimos, de lo que detestamos y de lo que aspiramos a ser.

Además, esta plataforma se inscribe en una sociedad donde los milenial ya no son una generación, sino un estilo de vida sofisticado que se expande entre generaciones y en un mundo en el que los jóvenes utilizan las redes sociales para reivindicarse, denunciar y movilizarse frente a los que abusan de su talento como, por ejemplo, esas empresas que no pagan a los becarios y los aprendices.

Las redes sociales como Instagram dicen mucho y a veces demasiado de lo que somos, de lo que sentimos, de lo que detestamos y de lo que aspiramos a ser. Ya no basta con mirarlas como un negocio o como un medio de comunicación… y rechazarlas o aceptarlas en consecuencia. Son un fenómeno tan complejo como nosotros, porque forman parte de nosotros.

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