“Doing Business” en África subsahariana
Image: REUTERS/Robert Carrubba
“Doing Business” en África puede ser difícil o arriesgado, pero merece la pena intentarlo. Comercializar o invertir en el continente obliga a un esfuerzo de conocimiento de la gran diversidad y complejidad de 54 países con diversos niveles de crecimiento y desarrollo.
Es preciso saber dónde, cómo, cuándo y con quién se puede o no hacer negocios. Conocer las culturas locales de los negocios y persistir ante las dificultades son dos requisitos básicos para encontrar interlocutores o socios serios y emprendedores (que los hay) para aprovechar las grandes oportunidades que ofrece el mercado africano, también para las PYMES. África precisa de todo. Y cabe acceder a las vías de financiación internacional y estatal abiertas para mejorar la sanidad, la educación, las infraestructuras de transporte y logística y los bienes de equipo necesarios para corregir la escasa industrialización y la falta de servicios. Pero cabe insistir que para comercializar e invertir en estos países hay que contar con un buen asesoramiento para acercarse y moverse bien sobre el terreno.
África se suma, tras Asia y América Latina, a los procesos de desarrollo impulsados por la globalización, despertando un creciente interés comercial e inversor. Porque, más allá de sus enormes recursos naturales, emerge como otro gran mercado que cobija 1.200 millones de habitantes, el 17% de la población mundial. Eran 250 millones en 1960 y 800 millones en 2000. Según NNUU, serán unos 2.500 millones en 2050. El 40% de la población ya vive en las zonas urbanas. En 2025 superará el 50%. La demografía abre una ventana de oportunidades para África.
En la última década, el PIB de África creció una media del 5,8%. Pero se desaceleró a partir de 2014 debido a la brusca caída de los precios de los recursos energéticos. La región creció solo un 1,3% en 2016 debido a las recesiones sufridas por Nigeria, África del sur y Angola. Pero si excluimos estos tres países, el crecimiento alcanzó el 4,1%. Es un continente con grandes contrastes. Los medios internacionales informan periódicamente sobre las crisis humanitarias, las guerras civiles, la irrupción del terrorismo islámico de Daesh y Al Qaeda y otros conflictos que afectan a millones de personas que intentan emigrar a otros continentes o países vecinos.
Pero hay otra África floreciente: la de las emergentes clases medias y las nuevas generaciones de jóvenes motivados y mejor formados que impulsan la revolución industrial y agraria. Y pronto la numérica. Aspiran transformar las viejas estructuras económicas y sociales para impulsar el gran potencial de desarrollo de sus respectivos países. Pero urge mejorar las insuficientes infraestructuras sociales y de transporte, puertos y carreteras. Alrededor de 670 millones de africanos aún no tienen acceso a la electricidad.
África crece gracias al consumo interior y las inversiones públicas y privadas destinadas a las actividades productivas. Las emprendedoras clases medias van accediendo a las nuevas tecnologías que incrementan la formación y la productividad de los recursos humanos. Cabe ser optimista. Millones de africanos salen cada año del pozo de la pobreza. Y la dimensión del mercado africano seguirá creciendo si mejoran los niveles de gobernanza política y económica. Las empresas extranjeras exigen estabilidad política, transparencia y seguridad jurídica.
Las economías deben diversificarse para no depender tanto de las exportaciones de las materias primas. Cuando los precios bajan bruscamente, las finanzas públicas se desequilibran. A partir del 2014, la caída del petróleo golpeó a los grandes productores como Nigeria, Angola, Mozambique y Gabón que, mientras recibían el maná chino, no diversificaron ni industrializaron sus países. En cambio, otras economías no dependientes de las exportaciones energéticas, como Costa de Marfil, Kenia, Tanzania, Ruanda y Etiopia, hoy reciben más inversiones foráneas, sobre todo chinas. Las dinámicas diásporas chinas invierten sus capitales y ya controlan un parte significativa de las industrias locales. Una penetración vista como una nueva forma de colonialismo.
El Programas de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) encarece a los gobiernos a jugar la carta de la industrialización e impulsar un crecimiento sostenible y equitativo que respete las culturas autóctonas. En Sudáfrica y Nigeria, las dos grandes economías subsaharianas, el sector industrial solo representa el 13 y el 10% respectivamente. En Tailandia, el 30%. África puede ser la otra “fabrica del mundo”. El vacío que China y otros países emergentes dejen mientras evolucionan hacia la producción de más alto valor añadido, puede ser cubierto por los sectores manufactureros africanos que no deben basar la competitividad solo en los bajos costes laborales. El continente también necesita corregir su escasa integración económica. El comercio intra-africano representó el 19% en 2016. Persisten demasiadas barreras políticas, comerciales, arancelarias, administrativas y jurídicas que dificultan y encarecen los intercambios transfronterizos. Para una empresa africana es más fácil, rápido y barato exportar a la UE, gracias a los acuerdos comerciales preferenciales, que a un país vecino.
Publicado originalmente en el Diari de Tarragona, 19 de junio de 2017
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