El segundo acto del TPP

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Image: REUTERS/Bobby Yip/File Photo

Minxin Pei
Professor of Government, Claremont McKenna College
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Estados Unidos

Cuando el presidente estadounidense Donald Trump retiró a Estados Unidos del Acuerdo Estratégico Transpacífico de Asociación Económica (TPP) el pasado mes de enero, muchos observadores vieron esa decisión como una bendición para China. Si esto es cierto, puede que la misma no dure.

La sabiduría popular se basa en simple lógica económica y geopolítica. China se ha convertido en el socio comercial más importante de cualquier otro país asiático, ganando inexorablemente apalancamiento estratégico como resultado de ello. A medida que los vecinos de China se tornan cada vez más dependientes del mercado chino, la lógica sugiere que la influencia de Estados Unidos en la región disminuirá gradualmente.

La administración del ex presidente de Estados Unidos, Barack Obama, comprendió las consecuencias geopolíticas de gran alcance del dominio económico de China en Asia Oriental. Obama y sus asesores tenían esperanzas de que al crear el TPP, un nuevo bloque comercial centrado en Estados Unidos, se fuese a oponer a la influencia de China y fuese a preserve la primacía militar y económica de Estados Unidos en la región más dinámica del mundo.

Sin embargo, si bien la opinión de consenso que indica que Trump prácticamente cedió Asia Oriental a China no es una opinión necesariamente errada, pasa por alto un hecho geopolítico fundamental: la preeminencia estadounidense ha creado un poderoso incentivo en Asia Oriental por el cual se espera recibir todo gratis. Debido a que los países de la región se han acostumbrado al paraguas de seguridad y al sistema de libre comercio proporcionado por Estados Unidos, no han invertido en su propia seguridad nacional y económica. Cuando ya no puedan contar con bienes públicos suministrados por Estados Unidos para mantener la paz y ofrecer prosperidad, se enfrentarán a la toma de algunas decisiones difíciles.

Un grupo de países, sin duda, saltará sobre el tren chino, con la esperanza de que tener lazos más estrechos con el futuro líder hegemónico de Asia les dará lo que EE.UU. les ofrece ahora. Este bloque incluye países gobernados por regímenes autocráticos que no tienen disputas ideológicas o territoriales con China, como Tailandia, Malasia, Camboya y Laos.

Se pueden incluir en esta categoría a otros países que ya han adoptado una estrategia de cobertura de riesgos futuros, la que los conduce a mantener estrechas relaciones de seguridad con Estados Unidos, mientras que simultáneamente aprovechan el enorme mercado de China. Australia, Corea del Sur y Singapur.

Pero parece que un tercer grupo de países ha optado por una estrategia de autoayuda. A medida que la protección estadounidense y supervisión del libre comercio se han tornado cada vez más inciertos, estos países han tomado medidas proactivas para contrarrestar el poder chino por su cuenta, especialmente juntándose entre ellos. Los países que lideran esta respuesta a la situación son India y Japón, dos potencias que no se pueden imaginar viviendo en un Asia dominada por China. A ellos se suman países como Vietnam e Indonesia, que también se han resistido a caer en la órbita de China.

India y Japón están demostrando que, a través de la diplomacia y el comercio, las principales potencias de Asia pueden frustrar las ambiciones chinas por su cuenta. Para ver esta dinámica en el trabajo, no necesitamos mirar más allá de la reciente declaración del Primer Ministro japonés Shinzo Abe sobre que Japón seguirá adelante con el TPP. Sin duda, sin la participación estadounidense, los otros 11 países del Pacífico tendrán menos recursos económicos de los que tendrían en el acuerdo original. Pero en 2016, el PIB combinado de estos países aún superaba los 10 millones de millones de dólares, lo que es sólo ligeramente menor que el PIB chino de 11 millones de millones de dólares.

El TPP aún no ha sido ratificado por todos sus restantes 11 signatarios. Pero si estos países pueden unirse para impulsar el acuerdo, se puede imaginar que otras potencias asiáticas como Corea del Sur e Indonesia estarán tentadas a unirse. Estas nuevas incorporaciones y la formación de un nuevo bloque comercial regional podrían llenar en parte el vacío que dejó la retirada de Estados Unidos.

Por supuesto, no se garantiza que una estrategia de autoayuda para contrarrestar a China vaya a tener éxito. El liderazgo y un nivel sustancial de sacrificio también revestirán importancia crítica. Inmediatamente después de terminada la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos abrió sus mercados y desplegó sus inmensos recursos financieros para reconstruir las devastadas economías de Japón y Europa Occidental. El Plan Marshall y otras medidas similares fueron parte de la estrategia de la Guerra Fría contra la Unión Soviética. Y, en retrospectiva, ahora sabemos que para ganar ese conflicto dichas iluminadas políticas económicas desempeñaron un papel que fue tan crucial como el que desempeñó la superioridad militar.

Afortunadamente, Asia hoy no está en manos de una Guerra Fría. Pero las principales potencias como Japón e India deben mostrar que están listas y dispuestas a asumir los costos de mantener el equilibrio de poder de la región, y para evitar la aparición de un Asia sino-céntrica.

Abe ha declarado su firme determinación. Ahora debe respaldar sus palabras con acciones. Para persuadir a los países asiáticos vacilantes de que se unan, en lugar de someterse a China, Japón tendrá que adoptar políticas que demuestren su voluntad de absorber los altos costos de mantenerse a sí mismo, y a sus socios, fuera de la órbita de China. Si el Japón de Abe cumple con su promesa, incluso un TPP más pequeño podría llevar a China a sudar la gota gorda en Asia.

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