De Ciudad de México a París en hyperloop: así serán los mapamundi de un futuro hiperconectado
Image: REUTERS/Steve Marcus
Observar un mapamundi hoy es, en gran medida, asomarse a un mundo que quedó congelado en el siglo XX. Los mapas del presente son mapas del ayer y retratan realidades que, aunque perviven, están en permanente mutación. De modo que, ¿cómo debería ser un mapa actual o, más bien, del futuro no tan remoto que nos aguarda?
Para responder a esa pregunta quizá sea pertinente plantearse otra primero: ¿de qué modo está cambiando el mundo? A la hora de explicar nuestra geografía en mapas, la respuesta más intuitiva es la brecha entre las ciudades y el campo. Cada vez vivimos más en nuestros entornos urbanos, y cada vez más las ciudades están suplantando las funciones del estado tradicional, tan resultado hoy del siglo XX, a nivel político o económico.
A todo lo anterior debemos sumar los incesantes cambios en la era de las comunicaciones, un tiempo donde los mapas isócronos han perdido todo su sentido en tanto que podemos plantarnos en la otra punta del globo terráqueo en veinticuatro horas. Así que, teniendo en cuenta todo lo anterior, el mapamundi del futuro muta, cambia y se transforma para siempre, y lo hace en torno a dos vectores que sumados aportan una clave: las ciudades hiperconectadas.
Retrocedamos catorce años en el tiempo: es 2003 y el diseñador y artista gráfico Mark Ovenden decide crear el World Metro Map, una representación no realista de un hipotético futuro donde todas las ciudades del mundo con metro, de algún modo y solventando los retos geográficos y tecnológicos, quedan unidas. El resultado es este mapa, donde las líneas no se distribuyen por el limitado espacio de una ciudad sino por el mundo entero.
La imagen es un puro ejercicio de imaginación que, década y media después, cobra todo el sentido del mundo en boca de uno de los ideólogos del futuro más polémicos y brillantes que existen, Elon Musk. Cuando en 2012 Musk acuña el término "hyperloop" para definir un sistema de transporte de alta dimensión tecnológica capaz de triplicar las velocidades de un LAV cualquiera, lo que hace en realidad es dotar de vida al mapa de Ovenden.
El hyperloop es hoy una realidad relativamente lejana, fruto de un futuro dominado por coches autónomos y exploraciones a Marte, un planeta lo suficientemente utópico como para formar parte del campo de la imaginación pero lo suficientemente plausible como para formar parte, de forma seria y razonada, del debate público mundial.
En ese contexto, y sólo en ese, el mapa de Ovenden cobra sentido. ¿Cómo deberíamos representar el mundo del futuro cuando unir Los Ángeles y San Francisco tan sólo cueste 45 minutos de reloj, o cuando cruzar la totalidad del corazón de Europa lleve apenas una hora, un tiempo que no sólo acortaría las distancias físicas de continente, sino también las mentales? En ese contexto, un mapa político tradicional, con sus fronteras, perdería parte de su sentido: Varsovia estaría más cerca de París que de un pueblo remoto de los Cárpatos.
Ovenden fue el primero y el más brilante, pero hubo otros que durante su tiempo imaginaron sin quererlo un futuro similar. El mapa de su colega Chris Grey, ideado en el mismo año aunque no actualizado en 2008, como el de Ovenden, muestra un mundo algo más caótico (y completo) sobre una proyección más realista (también menos legible). Y el año pasado, ArtCodeData lanzaron su propia interpretación de la idea.
Su mapa, financiado con una campaña de Kickstarter y recogido ampliamente en medios de diversa bandera, recoge el testigo de Ovenden y suma más de 200 ciudades con líneas de metro conectadas entre sí de manera ficticia. Es un ejercicio estético menos útil que los dos anteriores, pero en tanto que es pura estética, mucho más bonito. Se puede comprar aquí a un tentador precio y, como los anteriores, su fijación es la misma: las ciudades y sus conexiones.
De modo que aunque los tres mapas previos no sirvan para dilucidar cuáles serán las nuevas vías comunicativas de futuro, las líneas de hyperloop que harán de los planos del mundo espejos de un sólido y mallado sistema de metro, sí ponen el foco en lo relevante: de qué modo dibujaremos las líneas comunicativas que unirán a las urbes del mundo.
La idea de un futuro hiperconectado que prioriza las conexiones de las ciudades más importantes del planeta, las megaciudades que aglutinarán en su interior a decenas de millones de personas y que son ya realidades insoslayables en lugares como Asia, es la que sirve a Parag Khanna para vertebrar Connectography: Mapping the Future of the Global Civilization, un imprescindible libro sobre los mapas que definirán nuestro futuro como civilización.
Para Khanna, la realidad geopolítica del planeta estará más determinada por las grandes ciudades que por las naciones actuales
Para Khanna, la realidad geopolítica del planeta estará más determinada por las grandes ciudades que por las naciones actuales. Es una idea que exploramos en su momento a cuenta de los coqueteos de Londres con la independencia de Reino Unido: una vez que las ciudades toman caminos diametralmente opuestos a los de las comunidades rurales, una vez que sus economías y sus lazos culturales evolucionan y se rompen con los del resto de la nación, sus intereses divergen y se alinean con el de otras ciudades.
Así surgiría la diplomacia urbana, un conjunto de relaciones individuales entre las ciudades-estado, hipotético escenario de Khanna, que desafiaría a los mapas tradicionales y los haría inservible. Y en este proceso habría jugado un papel fundamental la era de la información y la conectividad, un elemento que amalgamaría las identidades urbanas de los ciudadanos de los cinco continentes separándoles de sus realidades nacionales, ya vetustas.
Ilusorio o no, el panorama que plantea Khanna es indudablemente emocionante, y es sagaz en su interpretación de las líneas presentes que revolucionarían la geopolítica y la cultura mundial. Para ello se vale de numerosos mapas, recogidos aquí por The Washington Post y centrados en su mayoría en Estados Unidos.
Su ejemplo vale para el resto de regiones vertebradas por futuras megaciudades: conectadas por "líneas de alta velocidad" que bien podrían ser los hyperloops imaginados por Musk y desarrollados por la empresa californiana Hyperloop One (cuyos proyectos ya están en marcha, por cierto), las ciudades crearían ecosistemas enlazados dentro de sus regiones, valiéndose de ciudades en segunda línea para generar lazos económicos.
Un modelo en el que las fronteras físicas dejarían de ser relevantes y en el que las autovías de la información y del transporte ultrarrápido explicarían mejor el entorno en el que vivimos que los mapas clásicos del siglo XX
Y la clave en este proceso sería la hiperconectividad, tanto a nivel físico, vía hyperloop, como a nivel digital, vía big data.
Fruto de una ensoñación o no, la idea de Khanna está muy presente en el planteamiento estratégico de Hyperloop One: como explican elos mismos en este artículo, el futuro de las megaregiones impulsadas por ciudades, una suerte de polis griegas actualizado al siglo XXI, es el fértil terreno donde un proyecto similar al hyperloop puede florecer. Ciudades que priorizarían la conexión con otros puntos del mundo, fuente de riqueza, y para las que proyectos así cobrarían sentido, frente a la mirada escéptica de un estado central.
¿Hasta qué punto todo lo relatado hasta aquí es posible? Por un lado, hay que entender que la idea de estado-nación es tan artificiosa como la mera ensoñación de su fin. Surgido al albur de la Paz de Westfalia y de cien años que agitaron para siempre la cosmovisión política de los gobernantes europeos, el estado-nación fue una invención fruto de los avatares históricos de su tiempo y, como tal, puede morir de igual modo que el reino señorial.
Lo que no significa que esté destinado a hacerlo, o que su fin sea breve: su resistencia es alta y las dinámicas de la tecnología no siempre vencen a las fuerzas de la geografía, como bien ha explicado Robert D. Kaplan.
Lo que sí es cierto es que la idea del fin del estado-nación sustituido por un mundo sin fronteras donde el libre transporte y la libre comunicación determinan el futuro del ser humano es vieja. Ya en 1959 Constant Nieuwenhuys imaginaba una Nueva Babilonia en la que, mapa mediante, eliminaba las arbitrarias pero resilientes líneas fronterizas de mundo moderno y las sustituía por vías de comunicación que conectaban a toda la humanidad.
Poco podía imaginar Nieuwenhuys que medio siglo después sus planteamientos, lejos de representar una excentricidad histórica como otras que sí han quedado desfasadas, representarían el predecible rumbo de la humanidad merced de los avances de la tecnología y de la capacidad de mejorar hasta el absurdo nuestros métodos de transportes. En este proceso, la comunicación se centra en los núcleos habitados, y en el mundo actual, esos núcleos habitados son cada vez más las ciudades, con la consecuente revolución cartográfica.
Si lograremos vivir un mapamundi futuro como presente propio o no es imposible de saber, pero es cierto que nada de esto era un debate candente o posibilista hace escasamente diez años. La hiperrevolución de la hiperconectividad podría transformar el mundo, y en su camino transformaría para siempre a nuestros queridos mapas del mundo.
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