Desigualdad global: elefantes y olas
Image: REUTERS/Brendan McDermid
GLOBAL INEQUALITY: A NEW APPROACH FOR THE AGE OF GLOBALIZATION
(«Desigualdad global: un nuevo enfoque para la era de la globalización»)
Branko Milanovic, Harvard University Press, 2016. 299 páginas.
Estamos en una era profundamente pesimista. Los movimientos antiglobalización y ultranacionalistas están en auge. La idea de progreso se encuentra en retroceso, crecen las desigualdades y los miembros de la próxima generación vivirán peor que sus padres. La mayor apertura económica que ha caracterizado la globalización parece haber entrado en decadencia mientras que el populismo y el nacionalismo siguen creciendo.
¿Es esto cierto? Desde una perspectiva global, las afirmaciones anteriores, bastante extendidas, son muy discutibles. El mundo no ha dejado de progresar incluso durante la Gran Recesión. Basta con consultar los datos de los últimos veinte años, que indican que la pobreza extrema y la mortalidad infantil se han reducido y la enseñanza primaria universal se ha generalizado. O simplemente observar el desarrollo experimentado en Asia Oriental. De hecho, el autor de este libro considera que la últimas décadas constituyen probablemente el primer período desde la Revolución Industrial en que la desigualdad de ingresos se ha reducido a escala global. Según Gallup, en la actualidad los europeos, los japoneses y los estadounidenses se muestran pesimistas sobre las posibilidades de que mejore su calidad de vida, mientras que 14 de los 15 países cuya población es más optimista al respecto son africanos. El incremento de los flujos de capitales, bienes, servicios y personas ha generado grandes beneficios, pero estos no han sido bien distribuidos. ¿Quiénes son los ganadores y los perdedores de la globalización? Si esta se prolonga en el tiempo, ¿qué impacto cabrá esperar de ella? Para responder a estas preguntas, es preciso adoptar una perspectiva multidisciplinaria y global, basada en datos empíricos.
Branko Milanovic, economista serbio nacionalizado estadounidense, experto en desarrollo y desigualdad de ingresos, es la persona idónea para abordar esta tarea puesto que posee una gran experiencia en el tratamiento de datos globales sobre la desigualdad, tanto en el Banco Mundial como en el Luxembourg Income Study (LIS). En esta obra, Milanovic lleva a cabo un repaso de la historia de la desigualdad, que es un complemento perfecto de su libro anterior, titulado The Haves and the Have-Nots: A Brief and Idiosyncratic History of Global Inequality [«Los que tienen y los que no tienen. Breve y particular historia de la desigualdad global»]. Milanovic acompaña su análisis económico con un enfoque histórico y político. El resultado es una obra imprescindible para todos los lectores interesados en la materia, ya sean economistas, diseñadores de políticas públicas y, en general, todos aquellos que quieran entender cómo ha evolucionado la desigualdad de ingresos.
Global Inequality se centra más en la desigualdad de ingresos que en la riqueza, y más en la desigualdad global que en la nacional. El libro comienza con el célebre diagrama del elefante, que muestra la evolución de los ingresos reales a escala global de 1988 a 2008, distribuidos en deciles, de más pobre a más rico. A simple vista, es fácil apreciar que el período de globalización que va desde aproximadamente la caída del Muro de Berlín hasta el estallido de la crisis financiera se caracteriza por a) la emergencia de lo que podría calificarse como «la nueva clase media mundial»; b) el estancamiento de los ingresos de las clases medias y trabajadoras de los países desarrollados; c) el auge de la «plutocracia global».
Este período es, probablemente, el de mayor globalización de la historia (salvo en movilidad laboral), en que el comercio ha crecido a un ritmo muy superior al PIB mundial y los flujos de capitales internacionales se han incrementado de forma muy considerable, incluyendo las inversiones extranjeras directas. Esta mayor apertura, unida al cambio tecnológico, que beneficia a quienes disponen de más capacidades, ha propiciado grandes cambios en el reparto de los ingresos. Los grandes ganadores han sido los que ocupan el bloque central de la distribución de los ingresos mundiales (percentiles 45 a 65), que en el período 1988-2011 han duplicado sus ingresos. Estos se encuentran principalmente en China y, en menor medida, en las principales urbes de los países asiáticos en vías de desarrollo (Vietnam, Tailandia), aunque todavía están muy lejos de la tradicional clase media occidental. Buena parte de ellos eran campesinos que han emigrado a las ciudades para trabajar en fábricas y talleres. Algunas de las grandes incógnitas son si este proceso proseguirá ahora que China se halla más cerca de la media global de ingresos y si los países del Asia meridional o del África subsahariana serán capaces de emular al Imperio del Centro.
Por su parte, las clases medias y trabajadoras de los países occidentales (percentiles 80 a 95) han visto cómo sus ingresos se congelaban, pese a las ganancias en productividad. Serían los famosos perdedores de la globalización, cada vez más célebres a raíz del triunfo de Trump, de la victoria de los partidarios del brexit y del auge del nativismo en Europa. En este caso, los críticos de Milanovic señalan que la curva del elefante está muy condicionada por las experiencias de Japón y de los estados pertenecientes al espacio postsoviético, y que el estancamiento de los ingresos no es tan agudo. Otra crítica plausible es que Milanovic no abunda en la injusticia intergeneracional de las sociedades occidentales, con la que los jóvenes salen perdiendo mucho más que sus padres y abuelos.
Por último, el autor señala a los súper ricos como los otros grandes beneficiados del proceso de globalización. No se trataría del «top 1%» mundial, unos 70 millones de personas que incluyen el 12% de la población estadounidense, pues estos habrían incrementado sustancialmente sus ingresos entre 1988 y 2008, pero habrían sufrido la crisis de 2008 a 2011, sino de los «plutócratas globales», billonarios que se han visto beneficiados por la mayor apertura económica y el progreso tecnológico.
Mientras la desigualdad en los ingresos se ha reducido a escala global gracias a una mayor convergencia entre las economías emergentes y las de los países desarrollados, a escala nacional la desigualdad se ha incrementado sustancialmente. La otra gran novedad que aporta el libro es la reinterpretación de la hipótesis del economista Simon Kuznets. La curva de Kuznets indica que la desigualdad es baja cuando los niveles de desarrollo son reducidos, se incrementa en los períodos de industrialización y disminuye a medida que los países alcanzan la madurez económica, especialmente a raíz de las mejoras en la expansión de la educación. Esta teoría se ha visto desacreditada con el paso del tiempo, pero Milanovic ahora la reinterpreta al considerar que la desigualdad tiende a fluir en ciclos, de modo que este proceso se produciría a través de «olas de Kuznets». Piketty considera que, sin grandes medidas colectivas, las economías modernas se caracterizan por un alto grado de desigualdad. Solo acontecimientos inusuales explicarían la reducción de la desigualdad durante el período de 1918 a 1980, como las dos guerras mundiales y el esfuerzo impositivo para financiarlas, la Gran Depresión o el triunfo del comunismo en buena parte del globo. Por su parte, Milanovic no considera este período de reducción de la desigualdad como un mero accidente, pues sostiene que los últimos cinco siglos pueden explicarse por las olas de Kuznets. Las fuerzas que incrementan la igualdad pueden ser malignas (guerras y epidemias) y benignas (la presión política a favor de un mayor bienestar, el envejecimiento de la población y una mayor expansión de la educación), mientras que las que aumentan la desigualdad son principalmente la tecnología, la baja imposición y la movilidad de tales.
Así pues, el incremento de la desigualdad durante un ciclo tendrá como resultado inevitable su reducción durante el siguiente, como el movimiento de una ola. Milanovic sostiene que la actual ola de Kuznets en los países desarrollados está impulsada principalmente por la revolución tecnológica y por la globalización, fenómenos que están muy imbricados entre ellos. Ambos han facilitado la transferencia de mano de obra, propia del paso de unas economías industriales más homogéneas a unas economías más basadas en servicios heterogéneos. Esto socava el poder de negociación de los trabajadores occidentales, cuyos puestos de trabajos pueden ser reemplazados fácilmente por la tecnología o bien trasladarse a países menos desarrollados. Ello se ve agravado por el menor poder político de las clases medias y trabajadoras de los países desarrollados, que no son capaces de evitar la elusión fiscal de las clases altas. Considera que en los Estados Unidos y en el resto del mundo occidental seguirá aumentando la desigualdad de ingresos a medio plazo, hasta que una nueva ola de Kuznets sustituya el ciclo actual.
El resto del libro es de menor interés, aunque proporciona visiones interesantes sobre algunos fenómenos actuales y dibuja escenarios de futuro. Un ejemplo de ello es la crisis migratoria. Milanovic sostiene que el lugar de nacimiento (la nacionalidad y el nivel de renta de los padres) explica más del 60% de la variabilidad de las rentas globales. Si se considera que solo el 3% de la población mundial reside en un país distinto al de nacimiento, ello supone un incentivo para la emigración, ya que la «prima de ciudadanía» se situaría en los Estados Unidos en el 9.200% y en Suecia en el 7.200%. Este es uno de los muchos ejemplos que recoge el libro para ilustrar que las fuerzas que impulsan el incremento y la distribución de ingresos cada vez son más globales. Sin embargo, la capacidad de influir sobre estos factores desde la política sigue residiendo básicamente en el ámbito nacional. Esta es una paradoja más de la globalización.
Este artículo aparece en el Informe Económico de ESADE del primer semestre de 2017.
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