La nueva fuga de cerebros en las ciencias

A scientist working in cancer research laboratories at the Old Road Campus research building at Oxford University, in Oxford, Britain May 11, 2016.  REUTERS/Peter Nicholls - RTX2ECKS

Image: REUTERS/Peter Nicholls

Sami Mahroum

En diciembre de 2013, Peter Higgs, físico laureado con el Premio Nobel, dijo a The Guardian que si buscaba un trabajo en la academia en la actualidad, “no creo que se me considere lo suficientemente productivo”. Debido a que publicó menos de diez artículos desde su innovador trabajo en el año1964, Higgs cree que ninguna universidad lo emplearía hoy en día.

Los académicos están muy familiarizados con la noción de “publicar o perecer”. Deben publicar su trabajo en revistas revisadas por pares cada vez con mayor frecuencia para escalar en su carrera, proteger sus empleos y asegurar el financiamiento para sus instituciones. Pero, ¿qué sucede con los científicos y otros académicos, como los del Medio Oriente, que tienen distintas preocupaciones de investigación que – y escasas conexiones con – las revistas profesionales que pueden hacer o deshacer una carrera académica/científica?

Los académicos e instituciones con altas tasas de publicación en las revistas establecidas reciben mejores puntajes de productividad, lo que se traduce en mayores recompensas, en términos de carreras mejoradas y mayor financiamiento para la investigación. Si el trabajo que están publicando tiene o no un impacto medible en su campo de estudio es, lamentablemente, una preocupación secundaria con demasiada frecuencia. Los incentivos que enfrentan se traducen en que la cantidad a menudo viene antes de la calidad.

Las revistas académicas determinan las diversas clasificaciones disciplinarias que las instituciones académicas se ven obligadas a escalar, lo que lleva a las instituciones a contratar y retener sólo a aquellos académicos que pueden producir a altas tasas. Esto ha dado lugar a un problema más profundo y doble: las revistas académicas se han vuelto desproporcionadamente influyentes, y han puesto una prima de importancia a la investigación empírica.

Con respecto al primer problema, las revistas están reemplazando gradualmente a las instituciones como árbitros de la calidad dentro de las comunidades académicas. Los académicos de casi cualquier disciplina que buscan empleo en instituciones de nivel “A” deben publicar en unas pocas revistas de nivel “A” que se consideren como puertas de entrada.

Las juntas editoriales de estas revistas privilegian cada vez más el trabajo teórico positivista, es decir, la investigación que se basa en el análisis empírico de datos. La investigación cualitativa – como etnografías, encuestas participativas y estudios de casos – se designa a menudo como adecuada sólo para revistas de nivel “B” y “C”.

Los académicos que realizan investigaciones empíricas tienen una gran ventaja sobre aquellos que realizan trabajos cualitativos, porque pueden usar software eficiente y computadoras poderosas para probar rápidamente sus hipótesis y dar cuenta de diferentes variables en los conjuntos de datos. A su vez, este tipo de trabajo puede ser más barato, debido a que un conjunto de datos único puede generar múltiples artículos en las revistas.

Indiscutiblemente, no hay nada malo con las prácticas científicas que evolucionan junto con la tecnología, o con los académicos que utilizan conjuntos de datos más ricos y mejor software. Pero la adopción de este enfoque cuantitativo no debería ser el criterio más importante para evaluar la excelencia científica y decidir las trayectorias profesionales. Al fin y al cabo, el conocimiento se adquiere de diferentes maneras, y el positivismo empírico es sólo uno de los métodos dentro de un inventario epistemológico más amplio.

La tendencia positivista en la ciencia actual es particularmente problemática para los países en desarrollo, donde los conjuntos de datos son escasos y, a menudo, de mala calidad. Por lo tanto, los científicos que trabajan en los países en desarrollo se enfrentan a un dilema: o trabajan en los problemas del mundo rico para los que existe abundante información, o arriesgan su avance profesional mediante la realización de trabajo cualitativo que no llegará a ser publicado en revistas de nivel “A”.

Los académicos que se trasladan de los países ricos en datos en Europa y Norteamérica a los países pobres en datos en el Medio Oriente y en otros lugares con frecuencia se enfrentan a este problema. Tal como es de conocimiento de los investigadores de mi institución en Abu Dabi, la realización de encuestas para la investigación cualitativa es factible; pero, la generación de datos enriquecidos desde cero para investigaciones que conducen hacia la construcción de teoría es extremadamente difícil.

En la Conferencia Internacional sobre Indicadores de Ciencia y Tecnología de este año, un académico francés que investiga el suelo en África informó que sólo el 5% del trabajo publicado en su campo provino de investigadores africanos. Cuando profundizó en su propia investigación, descubrió que el 50% de lo que había aprendido sobre el suelo africano provenía de investigadores africanos, que no han publicado o no pueden publicar su trabajo en revistas académicas internacionales.

Los países en los que el inglés no es la lengua franca se encuentran particularmente desfavorecidos en la ciencia, no porque carezcan de excelencia académica, sino porque las revistas en inglés son las que dictan las reglas. Las revistas académicas escritas en un idioma distinto al inglés simplemente no atraen la misma atención en la comunidad científica.

Como resultado, el alcance de los temas de investigación que muchos países pueden llevar a cabo es limitado, y deben luchar por retener el talento científico. Esto es particularmente cierto en Medio Oriente, donde los gobiernos están luchando para diversificar sus economías, a fin de hacerlas más resistentes. A medida que las revistas de investigación empírica en inglés consolidan su influencia en los canales que determinan si un científico tendrá o no una carrera exitosa, los países en desarrollo tendrán que invertir mucho en su propia infraestructura de datos para poner a los investigadores nacionales en una posición más competitiva.

Pero incluso – o especialmente – en caso que los países en desarrollo sí realicen tales inversiones, se perderá mucho a nombre de la ciencia. Debido a que las revistas académicas con sede en EE.UU. reinan (en gran parte) en la ciencia a nivel mundial, nadie tiene que mudarse para pasar a formar parte de una nueva fuga de cerebros, ya que las prioridades, los problemas y los métodos de investigación de los científicos gravitan con dirección a la epistemología positivista dominante, a expensas de todas las otras alternativas.

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